Ciaossu~!!
He vuelto, y no en forma de fichas xD
Después de varios problemas computacionales, si bien no recuperé la velocidad de conexión normal... tengo internet, es lo que importa ^u^
Este oneshot lo escribí en marzo de este año (dato que no le importa a nadie, pero bueno).
Espero que les guste :)
Ahora de vuelta a las redes, voy a tratar por lo menos de programar las entradas para que se publiquen solas ;;
Después de varios problemas computacionales, si bien no recuperé la velocidad de conexión normal... tengo internet, es lo que importa ^u^
Este oneshot lo escribí en marzo de este año (dato que no le importa a nadie, pero bueno).
Espero que les guste :)
Ahora de vuelta a las redes, voy a tratar por lo menos de programar las entradas para que se publiquen solas ;;
Enjoy~ ♥
Título: desire.
Fandom: Kanjani∞
Pairing: Ryohkura (Nishikido Ryo x Ohkura Tadayoshi).
Formato: Oneshot?
Cantidad de palabras: 4977.
Género: Smut.
Rating: PG-13.
Resumen: Tadayoshi tiene un deseo que proviene del día a día de ver a alguien. Cuando lo cumpla, ¿cuál será el próximo?
desire
Fandom: Kanjani∞
Pairing: Ryohkura (Nishikido Ryo x Ohkura Tadayoshi).
Formato: Oneshot?
Cantidad de palabras: 4977.
Género: Smut.
Rating: PG-13.
Resumen: Tadayoshi tiene un deseo que proviene del día a día de ver a alguien. Cuando lo cumpla, ¿cuál será el próximo?
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desire
Es imposible no sonreír al verte desde ahí.
Completamente absorto en lo que más te gusta hacer, y verte hacerlo con
una pasión que ni siquiera vi en los guitarristas más talentosos de la
historia.
Mi corazón se estremece al ver tu sonrisa formándose tímidamente e ir
ensanchándose hasta límites desconocidos en el momento en que tus manos crean
arte sobre ese instrumento.
Es imposible que no te ame de la forma en que lo hago.
Desde mi asiento tengo el privilegio de ver todas tus facetas: tu felicidad
es visible en un brillo especial que aparece en tus ojos al momento de cantar,
tu nerviosismo al equivocarte en alguna letra, la búsqueda de la mirada de
algún otro que asintiendo o negando con la cabeza te den a entender que vas por
buen camino -o no-. Puedo ver todo eso de ti.
En realidad, a veces pienso que es insano que yo sea el único al que le
agraden estas cosas de ti, el único que las haya notado, el único que se
emocione tanto al experimentarlas. Sobre todo porque esta no es la primera vez.
Han pasado años, conciertos, ensayos, búsqueda de nuevos sonidos; pero sigo
sintiendo lo mismo que la primera vez que te vi: este amor tan inmenso que no
puede ser explicado con palabras, tan intenso que parece estar consumiendo mi
alma.
A diferencia tuya, no puedo transmitirlo con acordes, mi instrumento no
tiene el poder de crear esa clase de magia -sí tiene magia, pero es imposible
crear eso que tú haces con tanta naturalidad cada vez que posas las yemas de
tus dedos sobre una guitarra-, y tampoco puedo hacerlo con mi voz. Traté de
hacerlo con varias canciones, pero ninguna pareció hacer efecto en ti -pero voy
a seguir esforzándome con las letras hasta que te des cuenta que es a ti a
quien amo-.
No puedo decírtelo directamente.
Me invade el simple hecho de pensar en tu rechazo. Prefiero acallar mis
sentimientos a tener que perder tu amistad y tu compañía, la oportunidad de ver
tu rostro durmiendo pacíficamente mientras quién sabe con qué estarás soñando
para que hayas esbozado la sonrisa más sincera que haya visto jamás formándose
sobre tu rostro. Ni todos los adjetivos del mundo me alcanzarían para terminar
de describirla a la perfección, no hay artista capaz de reproducirla sobre un
lienzo y que despierte en mí el sentimiento tan abstracto que afloró desde lo
más profundo de mi alma aquel día.
Y aquí estás otra vez, haciendo magia.
Una magia irreal que parece colarse por cara poro de mi cuerpo y querer
poseer cada célula de mi organismo. Y sólo contadas veces tengo el privilegio
de sentir esto. Pocas veces tuve la chance de oírte tocar en solitario, sin
otro sonido ambiente más que el que tus dedos acariciando las cuerdas de una
guitarra.
Pero siempre, siempre, por sobre todas las cosas, estaré agradecido de
estar en este lugar, desde el cual puedo ver todo y nada, desde el cual puedo
admirarte sin ser descubierto, desde el cual puedo ver tu espalda.
Abstrayéndonos del asunto que nos compete -que eres tú y solo tú-, y
dejando que mi yo adolescente me invada por un instante: ¡cómo quisiera
recorrer tu espalda! No importa el elemento, mis manos, mis labios, mi lengua,
todo mi ser. Sentir tus músculos tensándose y contrayéndose tras el espasmo de
una carcajada, tus finas caderas que parece puedo agarrar con una sola mano a
causa de la distancia que hay entre nosotros, todo eso lo recorrería. Y te
aseguro que trataría de atrasar el asunto por 88 días y más, porque quisiera
grabar la textura de tu piel en las yemas de mis dedos, sólo dejar de probarla
con mis labios hasta sentir su esencia impregnada en ellos y sin temer que el
tiempo lo hiciera desaparecer de un segundo a otro, recordar y enumerar hasta
con los ojos cerrados el lugar y la cantidad exacta de lunares regados a lo
largo y ancho de tu espalda.
No.
No creo que fuera a poseer control de mi mismo si te veo. Ya no estoy en
mis veinte, pero tú haces que mis hormonas rejuvenezcan hasta lo que fueron
durante esa época.
Pero, aquí estás, poniendo a prueba a mi temple.
Aquí estás, hecho un ovillo sobre un sofá, tus cabellos revueltos y aún
mojados que gotean sobre tu nuca y caen sobre el tapizado. Y, ¿adivina qué? La
ducha te dejó tan cansado que poco te importó ponerte bien la bata de baño, y
aquí estás, enseñándole tu espalda en todo su esplendor. Puedo vislumbrar
apenas desde la puerta del camerino el elástico de tu ropa interior y el lunar
casi estratégicamente cercano al mismo lugar se vuelve mi perdición.
Y aquí estoy yo, rindiéndome a mis deseos más profundos, sabiendo con
total certeza que cosas como estas pasan una en un millón y que no seré capaz
de tener una oportunidad como esta nunca más en la vida.
Finalmente cerré mi boca. Sentí mis labios cortados por el aire. No me
había dado cuenta cuánto tiempo había estado de pie allí, solo admirándote,
como suelo hacer desde las sombras. Me asomé con total sigilo al pasillo detrás
mío. Las personas pasaban, pero nadie parecía tener interés en esa sala. Sí
había otras cinco que todavía seguían ensayando y que podían llegar ahí en
cualquier momento. Tenía que evitarlo a toda costa. Agarré un bolígrafo y un
papel que había sobre la mesa de té. Escribí: "Atención. Limpieza"
con una caligrafía tan horrible que merecería volver a hacer la escuela
primaria y lo pegué sobre la puerta. Cerré la puerta de una forma tan
silenciosa que nadie podría sospechar jamás que fue cerrada, y fue del mismo
modo que la trabé del lado de adentro para evitar que algún curioso aún siendo
advertido del cartel sobre la misma, se atreviera a entrar y a arruinar mi
momento.
Sentí el cielo más cerca que nunca al no oír el sonido de la puerta trabándose.
Hasta creo que dejé escapar un gemido, pero quedó encerrado entre mis labios en
el instante en que mis dientes mordieron con fuerza mi labio inferior. Sentí
algo en mi pecho que se estremecía, una electricidad que parecía establecerse
en mi estómago y buscar albergue ahí, para siempre.
Sin sacarte la mirada de encima, me agaché y me despojé de las
pantuflas. Tenía que ellas atentaran contra mis deseos. Ni siquiera
completamente desnudo confiaba en que no podría pasar desapercibido, en
realidad, pero lo más potencialmente peligroso en ese momento eran las
pantuflas (además, si llegabas a despertar y me encontraras desnudo y
acercándome a ti con cautela, ¿qué pensarías? Mi deseo era insano, pero yo no
dejaba de ser coherente).
Me acerqué a ti de forma sigilosa. A cada paso, el latido de mi corazón
se hacía más fuerte, el cosquilleo sobre mi estómago parecía viajar desde los
dedos de los pies hasta mi cerebro y me erizaba la piel. Podía deleitarme con
el desconocido sabor de tu piel. ¿Cómo sabes? ¿Cuál es tu sabor? ¿Qué perfume
inexplicablemente adictivo emanaría de tu piel?
Cuando me di cuenta, ahí estabas, desconociendo mi presencia, la
intromisión que estaba a punto de realizar en tu burbuja personal, en tu
burbuja íntima y a la cual nadie tuvo acceso nunca. Volví a ponerme de
cuclillas y por primera vez, sentí que el tiempo se detenía y que sólo
estábamos ahí, nosotros dos, nadie más, nada más. Y, aunque había pensado mil
veces por dónde empezar, qué empezar a probar, ahora, en el momento de la verdad,
mi mente estaba en blanco y sólo eran mis ojos los que, como siempre, se
deleitaban con tu figura.
Tomé coraje. Todo el que pude. El de ese pequeño muchacho de
Higashiosaka que se quedó prendado de la silueta de un guitarrista hace ya
mucho tiempo. Levanté lentamente una de mis manos. Mientras la acercaba a tu
cuerpo, temblorosa, tímida, cerré cuatro dedos hasta formar un puño y rocé
apenas una de tus vértebras cervicales. Me tomó una fracción de segundo tomar
distancia. No pareció que te hubieras percatado de aquel contacto. Volví a
tomar valor y volví a rozar tu cuerpo sin pedirte permiso. No era correcto
hacerlo, pero parte de mi deseo era hacerlo así, sin que te dieras cuenta, que
ajeno a la realización de mi profundo deseo, que no te afectara en lo absoluto.
Esta vez mi dedo viajó de lunar en lunar, acariciando peligrosamente
aquellos que estaban a la vista, sobre tu brazo.
Sin darme cuenta -creo que lo hice inconscientemente- iba quedándome más
tiempo tocando una melodía imaginaria sobre tus lunares. Debería dedicarme a
eso, tú seguías dormido, tu respiración tan apacible e calma como en el
instante en que abrí la puerta del camerino.
La gloria llegó cuando alcancé ese lunar tan especial cerca del final de
tu espalda. Ahí tuve una encrucijada. ¿Era el momento de usar mis labios para
probarte? ¿O dado a que tan anhelado momento no sería eterno, debería saltearlo
y dejar que fuera mi lengua lo que probara tu piel? Pospuse la difícil decisión
hasta el instante en que mi nariz se acercara a tu piel. Luego la intuición me
diría como proseguir.
Pero ahí tenía un problema: mi respiración debía ser tan débil y pasar
desapercibida. Sabía que en el instante en que te percataras de ella, te daría
cosquillas y si no dejabas de sentirla, advertirías que algo andaba mal y
despertarías (¿acaso no dije antes que vengo pensando esto desde hace mucho
tiempo y que es estrictamente necesario para la realización de mi deseo que te
encuentres dormido?).
Recordé los ensayos que había realizado y todos ellos habían terminado
siendo un éxito. Ensayé una última vez y me acerqué a tu piel. Fueron mis
labios los que se cerraron sobre aquel lunar, húmedos, deseosos de más. A
diferencia de mis manos, ellos me dieron una catarata de sensaciones que no
puedo reproducir con palabras. Volví a hacerlo. Necesitaba volver a hacerlo.
Esta vez, con los ojos cerrados, las sensaciones parecieron haberse
multiplicado infinitas veces. Uno, dos, tres, recorrí todos esos lunares que
antes apenas había tanteado con uno de mis dedos.
¡Iluso! Debí haberte probado con las palmas de mis manos hasta perder
mis huellas dactilares en tu cuerpo.
Todavía no descifro el aroma que se escapaba de tu piel. Nunca antes lo
había sentido y en poco tiempo se me hizo adictivo, al igual que el sabor de tu
piel cuando fue mi lengua la que empezó a recorrerte por tercera vez.
No vas a despertarte, ¿cierto?
Puedo ver cómo tu cuerpo se mueve a causa de la inspiración y la
exhalación que realizas, pero sigues sin darte cuenta de lo que te estoy
haciendo.
¿En qué momento una de mis manos empezó a acariciar sin miramientos mi
pulsante erección atrapada en mi ropa interior? Seré sincero: estuve tan
compenetrado en hacerte lo que te estaba haciendo que ni siquiera recuerdo cuando
me desabroché el cinturón, el botón del pantalón y la cremallera para darme
placer a mí mismo con la misma mano que minutos antes recorría tu cuerpo. Sentí
un espasmo, había logrado mi deseo -o al menos una gran parte de él-.
Mis dientes se encargaron de correr unos milímetros el escapulario de
oro que brillaba haciendo juego con tu piel. ¿Debo decir que las luces de la
sala chocando con las gotas que seguían sobre tu piel me parecían sencillamente
deslumbrantes? Una por una fue desapareciendo de tu cuerpo por acción de mi
lengua. No podía con tanto placer, no podía ir en contra de mi excitación. Sí,
es insano, pero me estaba masturbando sin ningún tipo de miramiento cuando mi
lengua recorría tu cuerpo. Mi cuerpo estaba tan delicioso y peligrosamente cerca
de tu piel que hacía que mis emociones me nublaran el juicio. ¿Puedo ensuciar
tu inmaculada piel con mi bajo deseo? Despiértate y dime que sí. Dame la mirada
más burlona y denigrante que tengas y dime que sí. Quítate esa maldita bata y
dime que puedo probar toda tu piel, cada centímetro de ella, que puedo recorrer
cada parte de tu cuerpo con cada parte de la mía. Sobre todo, con la que pide a
gritos por tu cuerpo y está a punto de hacer estragos mi deseo, por el
sentimiento más mundano e incontrolable que existe, por el simple sentimiento
de querer hacerte mío. Por Dios, sí que lo haría. Me importa una mierda que
estuvieras dormido, tengo la necesidad de hacerte mío. Sí, lo necesito.
—Te necesito.
Aquel jadeo me sonó tan extraño. Aunque escuché mi voz mil veces y sé
que yo tengo un registro distinto del de las personas que me escuchan, en ese
instante, no parecía que estuviera escuchando mi voz.
La frase que dije, ¿a qué se lo dije? ¿Al deseo que en ese momento
estaba realizando? ¿A aquel cuerpo que, ajeno a todo, dormía plácidamente sobre
el sofá? ¿O a las increíbles ganas de hacerte mío que no me había dado cuenta
sino hasta ese momento que tenía?
Reniego de mi deseo. Ya lo realicé.
Ahora quiero que te despiertes, me mires y me digas que sí, que aceptas
una sola noche de pasión conmigo. Es mi nuevo deseo. Mi nueva obsesión.
Pero, ¿sabes una cosa? En todas ellas, siempre estarás tú.
—¿Ohkura? ¿Qué haces?
¿Cómo...?
¿En qué momento te despertaste?
Fue culpa de mi respiración, ¿verdad? Mi nuevo deseo me tomó por
sorpresa y no lo preparé anticipadamente, lo siento.
—¿Ohkura? ¿Qué haces?
¿Cómo...?
¿En qué momento te despertaste?
Fue culpa de mi respiración, ¿verdad? Mi nuevo deseo me tomó por
sorpresa y no lo preparé anticipadamente, lo siento.
“¿Qué haces?”, dijiste. Como si mis mejillas ardiendo, mi mirada
vidriosa, mi respiración agitada, la mano que segundos atrás acariciaba
frenéticamente mi erección y la cercanía de mi cuerpo al tuyo no me estuvieran
delatando.
Ah, ¡cómo podría olvidar la entrañable forma en que te restregaste los
ojos! Por un momento sentí que viajaba en el tiempo hasta aquel viaje a Okinawa
donde hiciste exactamente lo mismo.
Pero, a diferencia de la mirada de ensueño que me habías mostrado
aquella vez, ahora sobre tu rostro había una mirada sorprendida, curiosa,
intrigada por las acciones anteriores, por lo que yo había estado haciendo
antes de que despertaras.
No sé qué debería hacer.
Quisiera decirte que quiero hacerte mío. No quiero acallar mi deseo por
otros quince o veinte años más. Realmente quiero decírtelo, pero mi cuerpo no
reacciona, sé que debo entreabrir mis labios y dejar que las palabras fluyan
sin ningún tipo de restricción, pero no puedo hacerlo, por más que piense en lo
que tengo que hacer, en lo que deseo hacer, mi cuerpo está negándose a ello, y está
paralizado, inmóvil. Y ahí estás, reaccionando a la mano sobre mi hombría
erecta con esa sonrisa burlona que parece excitarme todavía más (¿acaso deseaba
también que me miraras así? Lo había olvidado).
—¿Necesitas ayuda?
Necesito de ti.
De tu cuerpo.
De tu alma.
De tu completo ser.
Te necesito a ti.
—No.
Definitivamente mi cabeza está en una sintonía distinta de mi nuevo
deseo y del resto de mi cuerpo.
Para eso, sí, ¿no, labios malditos?
Para traicionarme, sí se separan, se abren y dejan que las palabras
fluyan. Pero cuando se trata de explorar íntegro el cuerpo frente a mis ojos,
no hacen absolutamente nada.
—Pues, déjame decirte que no se te nota.
Quizás esté atontado por la situación dispareja, pero, ¿te mordiste el
labio inferior? ¿Acaso tú tienes un deseo similar al mío? No puedo creerlo. No
quiero hacerlo, pero instintivamente mi mano pareció volver a agarrar con
fuerza mi erección y me estremeciera de
placer.
—Lo siento, yo...
—¿Te tocas pensando en mí?
—No.
Nunca antes lo había hecho. Nunca antes se me habría cruzado por la
cabeza hacerlo, cuando quise darme cuenta, sucedió.
—No. No. No. ¿Es lo único que sabes decir?
—Tu espalda... Me atraía...
¡Gracias! Las palabras correctas en el momento indicado al fin salen de
si encierro.
—¿Te atraía?
—Siempre me gustó. Y siempre quise...
probarla...
—¿Ya lo hiciste?
Tu voz suena tan calma. No parece que te afectara en lo absoluto lo que
dije, aún cuando estoy confesándote mi pecado.
—Sí. Pero, ahora hay otra cosa que me
atrae.
—¿Qué cosa?
—La sensación de poseerte por completo.
Creo que hablé demás. Me di cuenta al ver la expresión de sorpresa
decorando tu hermoso rostro recién despierto.
—¿Quieres cogerme?
—No.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Quiero recorrer tu cuerpo por completo.
Quiero poseerlo.
—Coger. Es lo mismo.
—No lo entiendes. No es sexo, es algo más.
—Suena a sexo. ¿Quieres hacerlo o no?
—Quiero que te des cuenta de lo que deseo
realmente.
—Está bien. Haz lo que quieras.
Mañana va a ser el fin del mundo: delante de mis ojos, el cuerpo de una
fiera parece desperezarse de un largo descanso. Frente a mi inmóvil cuerpo, el
de mi nuevo deseo se pone de pie y yo me siento tan pequeño, tan infinitamente
pequeño ante su imponente porte. Mi mano vuelve a tomar contacto con la piel de
mi erección como si confirmara mi anterior pensamiento. La fiera se despoja de
sus prendas, su piel todavía húmeda para brillar von un intenso color dorado
frente a las luces de la sala, y sus mirada felina se posa sobre la mía, como
si estuviera demandando ese sexo que él cree que yo deseo.
Como si estuviera despertando de un sueño, me puse de pie. Aunque debo
bajar apenas la mirada para mirarlo a los ojos, sigo sintiéndome inferior
frente a él.
Levanté mis manos para posarlas sobre sus hombros. Ambos se encontraban
calientes a causa de la siesta y el ahogo dentro de la bata de baño y, también,
ambos cabían perfectamente dentro de las palmas de mis manos. Lentamente lo
empujé sobre el sillón, obligándolo a sentarse, mientras yo lo hacía a su lado.
Tenía tanto por explorar, tanto por descubrir. Pero esta vez sabía por dónde
empezar, no iba a cometer el mismo error que cuando probé su espalda. Esta vez,
lentamente, pero ya no temerosamente, acerqué mis labios a los suyos. A aquel
lugar donde un lunar apenas visible parecía invitar a todo aquel que quisiera
probarlo.
Pegué mis labios sobre los suyos de una forma tan novata. El contacto no
fue el mejor de todos, pero pensé que sería una buena forma de empezar. Me
separé. Sentí su aliento golpeando mi piel.
Y volví a atacar.
Esta vez mis labios se cerraron en torno a uno de los suyos, y luego
sobre el otro. Probarlo de uno a uno parecía ser más factible. El sabor apenas
visible de su saliva, una rara mezcla entre tabaco y dentífrico generaban en mi
sensaciones que no había experimentado con anterioridad.
Volví a separarme.
Esta vez, los succioné. Hice con sus labios lo que no pude hacer sobre
su espalda.
Sin darme cuenta, los mordí. Eso ocasionó que, sonriendo, tú te alejaras
de mí.
—Perdón.
Volví a besarte, pero un movimiento ajeno a los míos me tomó por
sorpresa. Una mano que no era la mía sostenía mi nuca con firmeza, obligándome
a mantener mi cabeza en una sola posición. Tus labios chocaron sobre los míos,
tus labios se abrieron sobre los míos, poseyendo los míos, obligándome a
abrirlos y a darle la bienvenida a lo que sea que quisieras hacerme.
Hazme tuyo.
Deja que te haga mío.
Ya nada tenía sentido en aquel instante. El mundo pareció detenerse otra
vez sólo para nosotros dos.
Tú estabas saboreándome, disfrutándome, y yo sólo enloquecía. Sí, tu
saliva sabía a tabaco y a dentífrico. Pero, al mismo tiempo era fuego. Sentía
que tu lengua recorriendo cada parte de mi boca era como una serpiente
acorralada en busca de una salida, enroscándose a la mía como si quisiera darle
la muerte.
Nos separamos. Ambos estábamos extasiados, deseosos de más, deseosos de
aire.
Tus mejillas ardientes de placer resplandecían igual que el fulgor que
apareció sobre tus ojos. Y sobre ellos, mi reflejo parecía similar a la tuya,
pero no deseábamos lo mismo.
Tú deseabas fuego, pero, en cambio, yo te deseaba a ti.
—¿Eso es todo?
No, no es todo. Sé que no lo es.
—Si quieres que te lo haga, que sea a mi
manera.
Tú seguiste sonriendo. No sé qué piensas. No sé qué crees que voy a
hacerte. No sé qué te hace pensar que tengo malas intenciones contigo. Sé que
es curiosidad, pero sé que al cabo de unas pocas caricias, terminarás rendido a
mis pies. Serás tú el que me suplique, y
a viva voz, por esta parte pulsante de mi cuerpo que fue la que dio rienda
suelta a este deseo.
De nuevo mis manos se posaron sobre tus hombros. Vi tu mirada de refilón
posarse en forma curiosa sobre mí. Esta vez te recosté sobre el sillón y admiré
tu cuerpo prácticamente desnudo. No pude evitar morder mi labio inferior en una
mueca de desesperación pura.
Eres hermoso.
Eres único.
Todo tu ser lo es.
Mis labios se posaron sobre cada uno de los lunares que salpicaban tu
cuerpo como un lienzo cuyo artista salpicó el pincel con un color más oscuro que
el del fondo, convirtiendo una obra común y corriente en una obra de arte
invaluable.
No pude evitar dejar marcas sobre tu piel. Pero eran tan invisibles que
sólo alguien que se acercara a milímetros de tu piel podría notar. Recorrí tu
cuello, alrededor de una frenética nuez de Adán que, descontrolada, absorta,
subía y bajaba con vehemencia (y eso que recién estabas empezando a probarte),
tu clavículas, tus brazos, las palmas de tus manos, ese pequeño lunar sobre uno
de tus dedos. ¿Te gustó que fuera un paso más allá y succionara uno de ellos?
¿Sentiste el mismo espasmo que yo sentí en mi bajo vientre en el momento en que
di por realizado mi anterior deseo? Mi lengua parecía dejar un fino e
inadvertido camino hecho de saliva sobre tu torso.
Y es que sabía tan bien.
Fui saboreando una a una cada una de tus costillas. Sentí tu cuerpo
estremecerse debajo mío cuando lo hice. Creo que sucedió lo mismo cuando probé
tus caderas.
Oí tu suave risa repicando en mis oídos. Asumo que fueron cosquillas
provocadas por mi accionar sobre tu cuerpo.
Creo que me detuve especialmente en el lunar a la izquierda de tu
ombligo. Y es que era tan provocador, estaba ubicado en un sector tan peligroso
de tu cuerpo. Me pregunto si debajo de tu ropa interior habrá otra constelación
formada por tus lunares. Estoy deseoso de probarlos absolutamente todos.
Al levantar la vista reparé en la protuberancia dentro de tu ropa
interior. ¿Cómo puedes mostrarte tan sereno? ¿Cómo puedes controlar tu
respiración hasta el punto de que yo no me hubiera dado cuenta del cambio en tu
estado corporal? Tu cuerpo había empezado a sudar, deseoso de mí, quisiera
creer, deseoso de que siguiera probándote, de seguir haciéndolo hasta
escucharte gemir de placer y gritando mi nombre.
Por supuesto, te deseo, pero el tiempo se ha detenido para nosotros.
Tengo todo el tiempo del mundo para poseerte.
Dejé esa prenda donde estaba, restregué mis mejillas sobre ella, respiré
sobre ella.
Gemiste, lo oí, y luego sonreíste, como si te negaras a reconocer lo que
yo estaba despertando en ti.
Proseguí con mis acciones, seguí besando tus lunares hasta llegar a la
planta de tus pies. Sí qué es sensible esta parte de tu cuerpo.
—Ohkura...
Gemiste.
Te oí.
Gemiste mi nombre y pude sentir cómo la urgencia parecía estar tomando
control sobre mi cuerpo. Pero me contuve. Tenía que hacerlo. Todavía no te
había probado por completo. Tenía que hacerlo antes de poseerte.
—Ohkura, por favor...
Me estás suplicando.
Lo deseaba. ¡Por Dios! ¡Cómo lo deseaba!
Tú me deseas de una forma distinta a la mía, pero intentaré aliviar tu
dolor.
Y ahí estás, completamente desnudo ante mí. Eres más exquisito que toda
la comida del mundo (y no lo digo en vano, me conoces muy bien). Tu erección
palpita entre mis manos, palpita entre mis húmedos labios y, ¡oh, sí! Es
adictivo dentro de mi boca, chocando contra mis mejillas una y otra y otra vez,
enredando mi lengua en ella como si quisiera separarla de tu cuerpo con
movimientos que parecen ser anormales, diferentes a los que un humano haría. Me
has convertido en un animal y no me di cuenta. Me has vuelto adicto al sabor de
tu piel y no me di cuenta. Me has vuelto adicto al perfume de tu cuerpo y no me
di cuenta. Me has vuelto tu esclavo con tus gemidos, tus maldiciones, con la
manera en que violentamente quieres enterrarme esa íntima parte tuya hasta
dejarme sin aire.
Necesito tocarme.
Qué hermosa sensación. Parecería que hace años que no lo hacía. Es una
posición incómoda, pero es perfecto para ese momento. ¿Cuándo nuestros gemidos
se volvieron un eco al unísono? ¿Llegan los míos a tus oídos? ¿Deseas más de
ellos?
Debo mantener la compostura.
No me importa esa mirada de fiera a punto de atacar que me estás dando,
no voy a seguir. Aunque me muera de ganas, no lo haré.
O, por lo menos, no hoy.
Antes de que se te cruzara por la mente irte, te obligué a girarte y
quedar así boca abajo. Ahora debí empezar desde las plantas de los pies. Sé que
donde voy a detenerme, estaré mucho tiempo.
Lunar por lunar, marca por marca, llegué a tus muslos. No son los más
redondos del universo, pero para mí son sencillamente perfectos. Algún día me
gustaría que me dejaras dormir entre ellos y que fuera tu acompasada
respiración la que meciera lentamente mi cabeza hacia arriba y hacia abajo de
una forma casi imperceptible.
Lo siento, pero no puedo no recorrerlo con mi lengua, apenas con mis
dientes -¿te gusta? Parece que no te has dado cuenta o lo estás dejando pasar-,
hasta que caigo en una zona prohibida. En un lugar que nadie ajeno a tu familia
ha visto alguna vez. Me relamí los labios. Deseo esto. Lo deseo.
Tu cuerpo se tensó debajo mío. Creo que lo levantaste un poco y eso
ocasionó que mi lengua lo recorriera por completo, sin querer, por tu culpa.
Y yo seguí. Mis manos te masturbaban tímidamente, como lo niños que
fuimos alguna vez. Como si le pudieras ayuda a un amigo para tener otro tipo de
sensación.
Lo siento, ¿es que tú nunca hiciste eso? Pues, déjame decirte que se
siente muy bien que mano inexpertas te toquen, que manos que no saben cómo
tocarte, te toquen, porque terminan tocando ese punto que a ti te enloquecen,
de pura casualidad.
Esta vez no era algo externo lo que había dentro de mi boca, ahora era
yo el que estaba poseyendo tu cuerpo, por así decirlo.
¿Es mejor que hacerte sexo oral?
Lo tendré en cuenta.
Tu cuerpo parece que quisiera retorcerse. Como una serpiente herida que
quiere enrollarse sobre sí misma y huir a su nido. Pero yo no lo permitiré. Veo
como tratas de escapar del placer que te estoy dando.
Ah. ¿No te dije que también hice esto? Se siente jodidamente bien.
Créeme.
No puedo detenerme. Tu respiración se agita cada vez más, un segundo
quieres zafarte, pero al otro, te dejas, y tratas de decir mi nombre entre
gemidos de placer. Podría hacértelo por siempre, pero creo que si lo sigo
haciendo, mi lengua y mus labios llegaran a acostumbrarse a ti y a tu sabor, y
me aburran, y no quiero eso.
Yo también estoy agitado, ¿por qué piensas que no? La pregunta formulada
sobre tu mirada dice eso.
Pero no me he detenido por eso. ¿No te había dicho que quiero poseerte?
Y ahí estás, ahora eres tú el que tiene algo ajeno dentro de su cuerpo.
Mi hombría parece no tener escapatoria, pero dentro de tu cuerpo, la
temperatura parece ser de los mil y un demonios. No puedo detenerme. ¿Te estoy
lastimando?
—Perdóname... Perdóname, mi amor.
Otra vez mi voz suena ajena.
Espero que ese susurro sobre tu oído y el beso que deje sobre la
comisura de tus labios alivien un poco tu dolor.
¿Estás llorando?
Secaré todas tus lágrimas con mis labios. Las guardare a todas ellas en
lo más profundo de mi ser. Quiero llorar contigo. Quiero que sientas que
comparto tu dolor, pero soy egoísta y un sádico. Mi cuerpo se mueve solo dentro
del tuyo, hiriéndote hasta lo más profundo.
Y ahí estás, llorando y al mismo tiempo, gimiendo de placer, y
pidiéndome que no pare hasta acabar. Literalmente.
¿Y qué debo hacer yo si soy tu esclavo, si ya no podre vivir sin el
néctar que emana de tu ser, sin el perfume de tu piel?
Yo tomé posesión de este cuerpo, yo te hice mío.
Decir que toque el cielo con las manos queda chico en comparación con lo
que sentí.
Aunque resulte extraño a comparación con mi deseo, sentí mi corazón
dando un respingo en el instante en que, cuando el acto amoroso (porque eso
fue) había quedado minutos atrás, nuestras narices se rozaron como si quisieran
tantear nuestros rostros hasta que nuestros labios se encontraron nuevamente.
Nuestros cuerpos se convirtieron en uno, sólo tú podías completarme, y
aunque hubieras estado con otro hombre alguna vez, sé que sólo yo te completé a
ti.
Mi deseo no se realizó.
Sólo iba a poseerte.
Cuando me di cuenta, te estaba besando otra vez, jugaba con mis dedos
sobre uno de tus hombros y te sonreía de una forma imbécil, tal fuera el
reflejo de mí mismo que me devolvían tus ojos. Y ahí estabas tú, sonriéndome de
la misma forma, dándome un nuevo deseo a realizar.
¿Sería eso posible? ¿Que sin decir una sola palabra me des más deseos a
realizar?
Voy a realizarlo usando mis viejos métodos. Después de todo, el tiempo
me dará mi recompensa tarde o temprano.
Mi nuevo deseo es Ryo-chan, simplemente, pasar el resto de mi vida a tu
lado.
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