Título: En la ciudad de la furia.
Fandom: Universo Cinematográfico de Marvel.
Pairing: Quentin Beck/ Peter Parker.
Formato: Longfic.
Pairing: Quentin Beck/ Peter Parker.
Formato: Longfic.
Género: Drama, smut.
Rating: NC-17.
Número de palabras: 2063.
Sinopsis: Francesco Leone es un detective que espera en Praga a su compañero proveniente de Estados Unidos para encargarse del caso de desaparición... ¿de Peter Parker? ¿Y el nombre de este detective es Quentin Beck? ¿Cómo es que nadie sabe de él? ¿Cómo es que Tony no lo recuerda?
Notas: No es obligatorio, pero si quieren a alguien para darle una apariencia física conocida a Francesco... Pueden pensar en Armie Hammer (había terminado de ver Nocturnal Animals en la que actúan Jake y él por la fecha en que me puse a escribir este capítulo xD)
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No en Wattpad porque más vale prevenir que curar, igual está ahí disponible para promo.
Capítulo 02: Praga.
Trató de sonreírle a la muchacha que recibió su pasaporte, lo intentó, pero el cansancio estaba haciendo mella en él y sus ojos cristalinos deseaban que una cafetería se materializara justo frente suyo. Se sonrió, pensando en cómo eso sería probable. Afortunadamente, la muchacha al otro lado del mostrador creyó que la sonrisa iba dirigida a ella y le devolvió el pasaporte luego de un par de preguntas de rutina.
El hombre volvió sobre sus pasos arrastrando una valija cuyas
ruedas se trababan cada tanto. Hasta ese momento no se había dado cuenta de la
necesidad de comprar otra.
Con los trámites legales ya realizados, salió a buscar a quien se
suponía lo estaría esperando. Sacó su teléfono celular y lo volvió localizable
–tuvo que tomarse un sedante antes de subir al avión y así evitar que cometiera
una locura a bordo al agarrar el dichoso aparato-. Automáticamente, se conectó
a la red del aeropuerto y una catarata de mensajes lo dejó vibrando en el
bolsillo de su pantalón. Bendita tecnología que es igual sin importar el lugar
del mundo en el que se encuentre. De repente, sus ojos se pegaron al letrero
que tenía su nombre. Detrás del mismo, un hombre de aproximadamente cuarenta
años, cabello dorado y ojos claros, miraba a todas las personas que salían de
entre aquellas puertas incoloras. Aún si estas eran mujeres –recordó que habían
intercambiado correos, pero jamás le dijo su nombre-. Él se le acercó y detuvo
el andar de su valija justo frente suyo.
—Detective Leone, ¿cierto?
El aludido sonrió ampliamente al ser reconocido. Agarró el brazo
derecho del otro hombre y estrechó su mano efusivamente.
—El mismo. Es un placer que esté aquí, detective —el aludido le
sonrió sin emoción aparente y deshizo el saludo sacándole la mano abruptamente.
El otro hombre no reaccionó a eso, tampoco se había dado cuenta. El recién
llegado volvió a hacer andar las ruedas de su valija mientras, al otro lado de
la barrera, su colega trataba de darle charla—. ¿Cómo fue su viaje?
—Devastador. Tuvimos que esperar casi cinco horas por un avión
porque había huelga de pilotos.
—¡Qué terrible! —dijo el hombre con un marcado acento italiano. El
recién llegado lo vio empujando a las personas que, como él minutos atrás,
esperaban a los pasajeros.
—¿Usted es de aquí? —no estaba de humor para conversar con
alguien, pero si iba a ser su compañero hasta terminado el caso, necesitaba
mostrar al menos un poco de empatía con él.
—¿Yo? No, no. Nací en Venecia. Pero el inspector donde se radicó
el caso es amigo mío. Venecia es uno de los últimos lugares donde se vio al
muchacho desaparecido, así que… Creí que mi deber moral era estar aquí.
Su oyente dejó escapar una risa, llevándose una mano a sus
cabellos para que quedaran en su sitio, pese a que el gel que tenía ya había
perdido su efecto hace ya unas cuantas horas.
—¿Ha hablado con la familia?
—He hablado con amigos del desaparecido. Todos concuerdan en que la
última vez que lo vieron fue alrededor de las veinte horas al entrar a la ópera.
—¿Un grupo de niños fue a ver una ópera?
El aludido levantó ambos hombros en señal de desconocimiento.
—Uno de los profesores alega haber ganado las entradas por un mal
trato de la agencia de viajes.
—¿Y qué dicen desde la agencia?
—Que les dieron esas entradas—el sonido de la alarma de un
vehículo desactivándose detuvo los pasos de ambos detectives. Al italiano le
costó abrir la cajuela, pero sonrió al lograrlo—. Tiene esta clase de
problemas, pero es un buen vehículo —su oyente esbozó una mueca parecida a una
sonrisa. El otro hombre chocó con su mano sin querer, ocasionando que su nuevo
compañero la quitara rápidamente de la valija—. Lo siento —se excusó el hombre
mirándolo con sorpresa. El aludido no le respondió, atinó a quedarse viendo su
mano unos instantes antes de ingresar al vehículo.
—Nunca le he preguntado su nombre.
—Ah, puede decirme Francesco, detective.
—Francesco.
—¿Adónde lo llevo?
—Me gustaría entrevistar a la familia, pero, también estoy algo
cansado por el viaje. ¿Le parece pasarme a buscar dentro de dos horas?
—¿Va a dormir dos horas?
—Quizás una —respondió el aludido mientras Francesco ponía en
marcha el vehículo y dirigía su mirada a su acompañante, sorprendido por sus
palabras—. Tengo que ordenar un par de cosas y darme una maldita ducha.
*******
May oyó un leve sonido en la puerta. Michelle fue quien se acercó
a abrirla rápidamente, la mujer no tenía ganas de hablar con absolutamente
nadie.
—Buenas noches, lamento la molestia —dijo el detective
estadounidense con Francesco al lado—. Ustedes han hablado con mi compañero,
Francesco Leone.
—Ah, sí —dijo la muchacha mirando al aludido—. Seguro, pasen.
Michelle se hizo a un lado y dejó pasar al par, cerrando la puerta
a su paso.
Con un café en su otra mano, el más alto se acercó a May y le
extendió la otra; ella levantó la vista para mirarlo.
—Lamento mucho lo que está viviendo, señora. Mi nombre es Quentin
Beck, y junto con mi compañero aquí presente estamos investigando el caso de
desaparición de su sobrino.
—Muchas gracias por venir. Por favor, tomen asiento.
Los amigos de Peter presentes en la habitación se sentaron en
torno a una mesa a pasos del living. El estadounidense los siguió con la mirada
hasta que tomaron asiento.
—¿Podría decirme los detalles? Cualquier cosa que recuerde…
La mujer suspiró, llevándose una mano a sus cabellos para
rascarlos.
—Algo más aparte de lo que ya declaré en la comisaría —dijo May
para sí misma, negando luego con la cabeza—… No, lo siento mucho. Yo estaba en
mi trabajo cuando el profesor Harrington me llamó informándome que Peter… que
Peter había desaparecido. Es decir, trató de decírmelo, pero terminó llorando y
Ned me llamó luego.
—¿Ned…? —preguntó Francesco asomándose por sobre el sillón para
mirar al grupo de adolescentes.
—Yo, señor. Edward es mi
nombre… ¿Edward Leeds?
—Ah, sí. Lo siento. Hablamos por teléfono. Prosiga, por favor.
—Mi pareja es parte de Industrias Stark y… ella me envió con un
avión privado. Eso es todo.
Quentin estuvo a punto de ahogarse con su café. Miró de reojo a su
compañero y a la mujer que, deshecha, respondía una vez más una catarata de
preguntas que ya había respondido con anterioridad. Ninguno de ellos se percató
del hecho, mucho menos los chicos a espaldas suyas.
—¿Y ustedes, chicos? —le preguntó Quentin al grupo detrás suyo que
intercambió miradas antes de empezar a responder.
—La última vez que vi a Peter dijo que iba por un par de lentes
para ver la ópera. Después de eso, no lo volví a ver —respondió Michelle.
—¿Tu nombre es…? —preguntó Quentin mientras sacaba un pequeño
anotador del bolsillo interno de su campera.
—Michelle Jones.
—Yo soy Elizabeth Brant —se presentó la tercer integrante de aquel
grupo. Quentin miró a ambas y anotó sus nombres y todo lo que parecía
relevante.
—¿Y qué me dicen de este señor…? ¿Harrington?
—Olvídelo. Él no va a estar disponible hasta mañana —reconoció
Ned, volviéndose el centro de las miradas de sus compañeras por haberle hablado
tan ligeramente a un oficial de la policía.
—¿Y eso?
—El señor Harrington se ha tomado muy a pecho la desaparición de
mi sobrino —May pareció esbozar una sonrisa al mencionar esta reacción por
parte del hombre—. Un médico tuvo que administrarle un fuerte sedante para que
se calmara.
Un par de golpes sobre la puerta interrumpió las palabras de May.
Michelle le hizo una seña a la mujer para que se quedara sentada y fue ella a
abrir la puerta nuevamente. Apenas lo hizo una mujer de cabellos cobrizos
entró, sin decir palabra alguna, y se la
vio aliviada al encontrar a May en el lugar. Como si hubiera sido impulsada por
un resorte, ella se incorporó y se dejó caer entre los brazos de la recién
llegada, refugiándose en ellos. Los detectives se pusieron de pie, Quentin de
repente sintió una ligera calidez en su pecho, una molesta calidez, en
realidad, porque intuía lo que seguía a la presencia de esa mujer en el lugar.
—MJ, ¿cómo estás?
La mirada de Quentin se posó sobre el acompañante de aquella
mujer: un hombre vestido con un traje que él no podría costear ni con el
salario de toda una vida y que, al encontrarse bajo techo, optó por quitarse el
par de ridículos lentes de cristales rojizos que tenía y apoyó afectuosamente
una de sus manos sobre el hombro de la muchacha.
—Señor Stark —Francesco se acercó al recién llegado a quien le
extendió la mano. El aludido miró su mano y luego al sujeto. Era imposible
extenderle la mano derecha ya que esta se encontraba enyesada por lo que trató
de hacerlo con la izquierda resultando en una cómica escena pese a la situación
en la que se encontraban—. Francesco Leone, soy el detective encargado de la
desaparición del muchacho Parker.
—Encantado —dijo Tony, estrechando su mano.
—Le presento a mi compañero, Quentin Beck.
Quentin se acercó al recién llegado e imitó las acciones de
Francesco.
—Les agradezco que estén aquí —reconoció Tony—. Señor Beck, el
secretario Ross me ha dado referencias impecables sobre usted. Me ha dicho que
no ha perdido ni un solo caso de los que le fueron asignados.
—Señor Stark, es un placer —dijo Quentin—. Puedo asegurarle que
esta no será una excepción. Encontraremos a Peter, eso se lo aseguro —Tony le
sonrió por unos segundos y se dirigió a saludar a May. Quentin le echó una
ojeada a lo escrito en su libreta y se volvió a Francesco—. Creo que eso sería
todo de nuestra parte. El resto, ¿podría preguntárselo a usted?
—Seguro —respondió el otro detective.
—Señoras, señores —anunció Quentin volviéndose al grupo de
adultos—, chicos —agregó mirando al otro trío sentado cerca suyo—, estamos en
contacto.
*******
Al llegar al vehículo de Francesco, Quentin se quedó observando el
cielo estrellado. La fiesta del carnaval había llegado a su fin, pero el clima
festivo permanecía en el ambiente.
—¿Beck? —llamó su atención su compañero, de pie al lado contrario.
—Oh, creo que voy a volver caminando al hotel.
—¿Está seguro? Tiene un largo trecho por recorrer.
—No se preocupe. No son distancias que no haya recorrido antes en
mi país.
—Como usted prefiera. ¿A qué hora paso a buscarlo mañana?
—¿Lo llamaré? Haré el intento de levantarme a primera hora, pero
sigo sufriendo el jet lag.
—Espero su llamado entonces. Que pase buena noche.
—Lo mismo digo.
El hombre esperó a que el vehículo se perdiera en la oscuridad de
la ciudad y revoleó los ojos. Metió ambas manos en los bolsillos de su campera
y comenzó a caminar, pasando por el frente de su hotel e incluso pasando los
límites de la ciudad. Siguió unos cuantos kilómetros más alejándose del camino
principal guiado por la luz de su teléfono celular que, a esa distancia, ya no tenía
señal. Su caminata finalizó al llegar a una humilde casa de apariencia
abandonada. Apenas entró, cerró la puerta a sus espaldas y suspiró sonoramente,
recargándose sobre ella unos segundos hasta recuperar el aliento. Fue
deshaciéndose de su campera, la camisa y la remera sin mangas hasta quedar con
el torso desnudo, y recorrió el pasillo que lo conducía a una de las
habitaciones. Agarró una toalla de camino a la misma y se secó el sudor del
cuerpo. Entró a la habitación, iluminada tenuemente; y arrastrando la silla que
estaba al lado de la puerta terminó dejándola a los pies de la cama para sentarse
sobre ella. Su mirada se posó sobre el cuerpo dormido entre aquellas sábanas.
No se había percatado de su llegada, ni siquiera con el ruido que había hecho.
Se inclinó a su derecha para agarrar una botella de agua que estaba sobre la
mesa al lado de la ventana y beber su contenido. Sus ojos se volvieron al
televisor encendido a su izquierda. En ella aparecieron imágenes de Peter, un
reportaje a May, a sus amigos, a sus profesores. Y luego apareció una imagen
suya y de Francesco siendo presentados como los detectives encargados del caso
de desaparición del muchacho. Quentin lanzó una risilla.
Si tan sólo supieran…
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