Ciaossu~!!
Y el ganador por unanimidad *cofdosvotosenrealidadcof* fue MTS :D así que los dejo con este episodio ^^ El anteúltimo, BTW >____<
Pasen por las páginas que están arriba para chusmear acerca de dos nuevos proyectos: Bad desire y Tainted love ^^
Enjoy~ ♥
Título: More than souls.
Fandom: Johnnys.
Pairings: IkuTego [Ikuta Toma x Tegoshi Yuya], RyoTego [Nishikido Ryo x Tegoshi Yuya] (pero nadie dice que no puedan haber más ;3)
Formato: Multi-chaptered.
Género: AU, romance, smut, violento.
Rating: NC-17.
Capítulos: 04 / 05
Sinopsis: Preguntas cuyas respuestas asustan. La verdad poco a poco sale a la luz y esa misma da paso al amor.
( 01. Almas )
( 02. Contacto )
( 03. Mal tiempo )
-------------------------------------------------------
Capítulo 04: Cita paga.
Había pasado una
semana desde que no lo veía. Se enteró por Tomohisa, que se había ido con Ryo a
una cita amorosa quién sabe adónde, pero él no estaba del todo seguro de eso,
es más, tenía miedo.
Tal como lo había
predicho, Rina se había reído hasta terminar en el baño cuando le dijo que
había besado a Yuya. Le siguió contando lo sucedido en el club nocturno al día
siguiente mientras ella seguía riendo, pero al salir, se dio cuenta que, en
realidad, no había nada por lo cual reírse. Después de todo, si Yuya lo había
besado, eso sólo significaba que a quien había besado era a Toma.
Era bastante
entrada la madrugada cuando un mensaje de texto irrumpió su sueño. Al ver el
remitente del mismo, Toma se sentó de un salto en la cama antes de leerlo. Acto
seguido, se levantó y abrió la puerta del departamento. Efectivamente, allí
estaba. Sin darle tiempo a preguntar, arrastró al dueño del mismo hacia el
interior, cerrando la puerta de un golpe y lo besó con pasión. Toma no entendía
nada de lo que estaba sucediendo. Fue imposible no gemir, no sentir que la
sangre hervía dentro suyo a cada caricia que Yuya le proporcionaba a su cuerpo.
– Te… Tegoshi-kun
– Gimió el morocho, deteniendo sus acciones al sentir sus manos bajando para
encontrar su pantalón –. ¡¿Qué te sucede?!
Lentamente, el
rubio volvió ambas manos en torno a su cuerpo.
– Necesito
dinero…
– ¿Qué?
– Necesito
quinientos dólares – Prosiguió, mirándolo a los ojos. Si algo había aprendido
Toma en el tiempo que había estado con Yuya, había sido a saber qué quería con
sólo mirarlo a los ojos. En ese momento, vio desesperación pura en ellos.
Su oyente negó
con la cabeza, sin decir nada. Acto seguido fue a su habitación, regresando a
los pocos segundos con un pequeño sobre.
– ¿Era necesario
hacer eso?
– ¿Qué quieres a
cambio?
– ¿Qué? –
Preguntó Toma, sonriendo.
– Es imposible
que me prestes dinero sin pedir algo a cambio.
– ¿Acaso no somos
amigos? Devuélvemelo cuando puedas, por ahora, no lo necesito.
Yuya se lo quedó
mirando. No podía creer que realmente no le fuera a pedir nada a cambio por esa
cantidad de dinero, y mucho menos, que confiara en que iba a tener la suerte de
devolvérselo algún día.
– Gracias –
Susurró –. No me equivoqué al pensar que eres una buena persona.
Se acercó a él y
le dio un suave beso en la mejilla antes de irse. Toma se desplomó sobre el
sillón. Pensó que debía haberle preguntado para qué necesitaba tanto dinero y,
sobre todo, por qué lo necesitaba a esa hora de la noche.
Regresó al
departamento. Notó que estaba más dado vuelta que de costumbre. No se equivocó
al ver a una muchacha semidesnuda, cubriendo su cuerpo con un sobretodo,
saliendo de la habitación. Se la veía molesta y sucia. Sin mediar palabras, la joven salió del departamento,
pegando un portazo. Al llegar a la habitación lo halló tal cual lo había dejado
antes de irse: drogándose. Se acercó a él y le entregó el sobre que le había
dado Toma, dejando a la vista los billetes que había en su interior. Odiaba
verlo así. En realidad, nunca le había agradado verlo de ese modo. Tan perdido.
Suspiró y se sentó a su lado. Esperó que la droga hiciera su efecto para poder
hablar. Al hacerlo, se percató de los billetes que descansaban sobre la cama,
esperando para ser contado por sus manos.
– Sabía que ese
tipo sería fácil… Pero no me imaginé que tanto – Chistó al contar los billetes,
las manos le temblaban –. ¿Están los quinientos?
– Sí – Respondió
Yuya, dándole la espalda.
– ¿Qué le
hiciste?
– Nada.
Ryo lo miró.
Frunció el ceño. Dejó los billetes donde estaban y lanzó el cuerpo de Yuya
sobre la cama.
– ¿Qué? –
Preguntó el mayor sobre sus labios.
– No quiso nada a
cambio.
– Es un estúpido
– Dijo el morocho, sonriendo con arrogancia –. Eso es porque no sabe lo bien
que haces el oral – Le susurró, lamiendo el contorno de la oreja del menor –.
Los quinientos eran para la puta que se fue. Se enojó porque me corrí adentro.
Ella se lo pierde – Recorrió su pecho con las manos, antes de abrir de un tirón
su camisa, haciendo saltar la mayoría de sus botones –. Mañana estás libre.
¿Qué te parece si esta noche nos divertimos, Yu-chan?
Odiaba que lo
llamara así. Principalmente, porque sabía el significado de ese apodo. Su
cuerpo iba a lamentarlo al día siguiente, pero tal y como se lo había dicho Ryo
hacía ya mucho tiempo, eso era lo único para lo que él era útil.
Sintió su cuerpo
quebrarse cuando se levantó. Su compañero de lecho dormía plácidamente a su
lado. Claro, después de todo, él nunca había sido el pasivo en esa relación. Se
preguntaba internamente si alguna vez Ryo había estado con otro hombre y, de
haber sido así, si alguna vez, había dejado
de ser el activo. Se dirigió al baño, con calma y se duchó. Se sentía pésimo
consigo mismo. Así era como se sentía cada vez que terminaba de hacer el amor
con Ryo, al menos, de ese modo.
Quizás ese era el castigo que le había impuesto Tadayoshi por haberle sido
infiel una vez. Y ni siquiera muerto, dejaría de sentir ese dolor porque era en
ese momento de miseria que su figura se hacía más presente en su mente,
recordándole la vida que había tenido junto a él, esa vida que nunca más
volvería a tener. Dejó que sus lágrimas se mezclaran con el agua de la lluvia,
su silencioso llanto parecía no tener fin.
Dejó su desayuno
preparado y salió. Estaba seguro que iba a estar en su casa. No tenía trabajo,
no estudiaba, pero tiempo para parrandear no le faltaba. Una parte suya se
preguntaba de qué forma ganaba dinero para gastarlo en alcohol y mujeres
prácticamente todas las noches, pero
otra parte suya, pensaba que lo mejor era no saberlo. Golpeó la puerta del
departamento y esperó a que él abriera.
– Vaya… Es
extraño que vengas a visitarnos tan temprano, Yu-chan.
A Jin siempre le
gustaba hablar de su hombría cada vez que él iba a su casa.
– ¿Puedo pasar?
– Claro que sí –
Sintió que Jin lo devoraba con la vista y no estuvo equivocado, hasta estuvo
seguro de percatarse de un fino hilo de saliva que bajó por su comisura sin que
su dueño se diera cuenta –. ¿A qué debo el honor?
– Mil dólares.
Jin silbó.
– Eso es mucho
dinero.
– Hazme lo que
quieras… Por mil dólares.
El mayor asintió
con la cabeza, acercándose a él. Agarró su cuerpo con fuerza y lo empujó contra
la pared.
– ¿Estás seguro
de lo que estás pidiendo?
– Sí – Titubeó el
menor.
– Bien… Pero
antes, déjame llamar a unos amigos… Desde que les conté lo que haces… Se están
muriendo por cogerte. Además…, tu novio no me pagó lo último que se llevó.
– Lo siento.
– Por eso… Lo
bajo a cien – Yuya lo miró. Esperó a que terminara de hablar por teléfono. No
sabía mucho de idiomas, pero estaba seguro de que había hablado con alguien en
inglés –. Espero que no te moleste, pero… a mis amigos les gustan los
juguetitos y los nudos…
– Siempre y
cuando me paguen mil – Aclaró el rubio, dejando que Jin besara su cuello.
– Estás pidiendo
demasiado, zorrita – Le dijo Jin, agarrando su mentón con fuerza y mirarlo así
a los ojos –. Para que te paguen eso, como mínimo, vas a tener que estar
disponible todo el día.
– Pienso estarlo.
– Ohh… Vinimos
con mucha energía. Espero que no me falles, Yu-chan – Sintió un pinchazo en el
brazo. Ladeó su cabeza hacia la derecha, donde, efectivamente, Jin le estaba
inyectando algo que lo estaba haciendo marear. Intentó zafarse pero el mayor
agarró su brazo y lo alejó –. Shhhh – Lo calló, besando su frente, mientras el
rubio dejaba escapar una catarata de lágrimas de sus ojos, sabiendo muy bien lo
que sucedería a continuación. Prefería mil veces estar consciente de lo que sea
que hacían con su cuerpo. Por lo menos, Ryo nunca llegaba a drogarlo hasta
perder el conocimiento, pero tal parecía que Jin no era así –. Sino… No tiene
gracia. Total… Gritar, vas a gritar igual – El sonido del timbre los
interrumpió –. Ya vinieron tus amiguitos – Susurró, sobre su oído –. Come in, guys! – Los invitó a pasar el
dueño de casa, oyendo Yuya tan sólo palabras que no tenías sentido para él.
Sintió que Jin aflojó su agarre sobre él, quitándole la ropa rápidamente hasta
dejarlo en ropa interior –. Trágate esto – Le dijo Jin, metiéndole a la fuerza
lo que alcanzó a sentir como dos pastillas, las cuales terminó escupiendo.
– La chica se le
reveló, Mister Jin – Dijo uno de los
recién llegados.
– No se
preocupen, yo conozco muy bien a esta perra – Lanzó el cuerpo de Yuya al suelo.
Lo que sea que le había inyectado lo había dejado inmovilizado. Sintió la
rodilla de Jin sobre su cuello, obligándolo a abrir la boca para que entrara
aire a sus pulmones –. Tragáte… las…, puta…
Lo hizo. Si no lo
hacía, no iba a poder seguir respirando. Ardor, lo siguiente que sintió fue un
ardor que estaba haciendo hervir su
sangre. Un ardor que dolía.
Al día siguiente
era el cumpleaños de Yuya. No estaba del todo seguro si estaría bien regalarle
algo ya que, en realidad, nadie le había dicho que era su cumpleaños. Se agarró
la cabeza. No podía estudiar. El timbre lo volvió a Tierra, dándose cuenta de
lo tarde que era.
– ¿De nuevo
quieres dinero prestado? – El recién llegado le sonrió débilmente, entrando al
departamento del mismo modo -. ¿Estás bien?
Yuya deslizó su
mano por la mesa aunque, más bien, parecía que se estaba apoyado sobre ella
para no terminar en el suelo.
– Aquí… está lo
que me prestaste – Le dijo, dejando varios billetes sobre la mesa, los cuales Toma
agarró a los pocos segundos.
– Pero… Esto es
el doble…
– Eso es en
agradecimiento… Por ser amable…
– Creo que no es
necesario…
– Yo creo que sí
– Por primera vez desde que entró, lo estaba mirando a los ojos. Esta vez lo
que había en sus ojos no era desesperación, sino algo mucho más profundo, algo
mucho más violento y urgente –. Personas como tú… ya no quedan en este mundo… Créeme…
Ikuta-kun…, ¿puedes responderme algo?
– Dime.
– ¿Por qué… te
hiciste amigo de Akanishi-san?
– ¿De Jin? – Le
sorprendió sobremanera la pregunta, sobre todo porque no había pensado en su
respuesta anteriormente y era bastante malo para mentir –. ¿Por qué preguntas
eso?
– Eres… demasiado
bueno para estar con una persona… como él… Como él y… como todos los demás…
– ¿De qué estás
hablando, Tegoshi-kun?
Le sonrió, de
nuevo.
– Creo que me
siento… mal.
Su cuerpo se
debilitó por completo, cayendo al suelo estrepitosamente. Toma se acercó a
socorrerlo y sostuvo su cuerpo entre sus brazos.
– ¿Tegoshi-kun?
¿Estás bien? ¿Me oyes? – Estaba inconsciente, al menos respiraba, pero
necesitaba oír su voz, necesitaba que le respondiera –. ¡¿Me oyes?! ¡Yuya!
Seguía dormido, o
al menos eso creía. Abrió un ojo y luego el otro. Quiso sentarse de un salto al
hallarse en un cuarto desconocido pero al intentarlo, volvió a acostarse,
sintiendo su cuerpo partirse en dos. Volvió a incorporarse, esta vez lentamente.
Forzó a su cuerpo a levantarse de aquella cama y poder llegar al cuarto de
baño, donde se aseó. Le dolía todo y no era para menos. Lo poco que llegaba a
recordar, no le gustaba en lo absoluto. Por más que quisiera pensar en otra
cosa, sabía que eso no lo dejaría dormir por varios días, además de llevarlo a
comprar nuevamente pastillas para conciliar el sueño. Tampoco le gustaban esas
pastillas. No quería volverse adicto a ellas.
Salió del cuarto
de baño y de la habitación. Suspiró, agradeciendo estar ahí y no en casa de un
desconocido. Ahora, prácticamente, le debía la vida.
– Lo siento –
Musitó Yuya, a la persona que preparaba el desayuno dándole la espalda.
– Al fin
despiertas – Dijo el morocho, mientras el aludido se acercaba a la ventana y
buscaba espiar a los transeúntes a través de la misma –. Estaba por ir a
despertarte.
– ¿Por qué…?
– ¿Qué cosa?
– ¿Por qué…? –
Por algún motivo, no podía preguntarle exactamente lo que necesitaba saber.
Esperaba que sus ojos lo expresaran por sí solos. Se dio cuenta de que fue así
cuando Toma acarició sus cabellos.
– ¿Acaso
pretendías que te dejara tirado en el suelo del comedor?
Esa no fue la
respuesta que esperaba, pero a su lado, todo lo que sentía era tranquilidad.
– Supongo que no.
Pero no estaba en ti… salvarme…
– No pensé en
otra cosa cuando te vi allí. Lo siento.
– No, te lo
agradezco.
– En vez de
agradecérmelo con palabras, puedes hacerlo con actos – Le dijo Toma,
volviéndose a la mesa para dejar los desayunos de ambos sobre la misma.
– ¿Haciendo qué,
por ejemplo?
– Por ejemplo,
olvidando lo de los mil dólares – El muchacho le extendió un sobre cerrado –.
Acepto los quinientos que te presté, pero el resto, no es necesario.
– Tú no lo
entiendes – Sonrió Yuya, lanzándose literalmente a la silla y mirándolo –.
Realmente no lo entiendes.
– ¿Qué cosa debo
entender?
– ¿Tienes idea
cómo conseguí ese dinero?
– La verdad… No.
No tengo idea. Y tampoco creo que sea de mí incumben–
– Yo… Vendo mi
cuerpo por dinero – Toma lo miró –. Tengo sexo con la gente a cambio de dinero.
– Yo… No lo
sabía…
– Tampoco tenías
por qué estar enterado – Dijo Yuya, agarrando una tostada –. Ellos… hacen lo
que quieren… conmigo…
– ¿Por qué no
huyes? Digo, si no te gusta, ¿por qué no te vas y ya?
– ¿Recuerdas lo
que te pregunté anoche? ¿Por qué estás con Akanishi-san? ¿Acaso no te diste
cuando fuiste a su departamento, la primera vez que nos vimos?
– Tengo mis
razones – Dijo Toma, comiendo una tostada.
– Eres un
estúpido… Me estás preguntando a mí por qué no huyo y tú que tienes la posibilidad
de hacerlo–
– Te acostaste
con él, ¿verdad? – Yuya abrió los ojos como platos –. Sino, sí lo harías. ¿Es
Ryo el que se lleva lo que ganas?
– Sí. A ambas
cosas, sí.
– ¿Lo disfrutas?
– Antes… te lo
dije, ¿no? No tengo alma.
– Sí la tienes.
El hecho que estés vivo, quiere decir que la tienes.
– ¿Tú crees? –
Preguntó, sonriendo, a medida que se levantaba y se acercaba a él –. Lo único
que me dio algo de esperanza en todo este tiempo fue esto – Lo besó. Toma se
quedó inmóvil –... Es… estúpido, pero… tú me diste algo de esperanza.
Realmente, lamento todo esto – Yuya volvió a su asiento, agarrándose la cabeza,
apenado por haberlo besado –. La verdad es que… me muero de ganas de hacer el
amor contigo.
Como si hubiera
sido movilizado por un resorte, Toma se levantó y entró a su cuarto, saliendo
del mismo para dejar una caja de zapatos llena de dinero frente a Yuya. El
muchacho miró la caja y luego a él.
– Saca mil
dólares de ahí… y prepárame una cena romántica.
– ¿Eh…? –
Preguntó el aludido, con el ceño fruncido, mirándolo con una sonrisa -. Pero si
aquí hay…
– Cinco mil
dólares – Respondió el morocho.
– ¿Vas a pagarme
cinco mil dólares para pasar una noche conmigo? – Yuya lo miró, sin perder su
sonrisa ni por un segundo.
– Cuatro – Aclaró
Toma, girándose para entrar a su habitación –. Regreso a la noche, así que,
espero que ya esté la cena cuando lo haga.
El rubio se lo
quedó mirando hasta que la puerta del cuarto se lo impidió. Regresó su vista a
la caja y miró el contenido de la misma, antes de apoyar la totalidad de su
espalda sobre el respaldo de la silla, suspirando, sin poder ser capaz de creer
absolutamente nada. Toma, por su parte, se quedó unos instantes con el cuerpo
apoyado contra la puerta del baño. Se había dejado llevar por sus sentimientos,
pero al mismo tiempo, no sólo deseaba estar con Yuya, sino, lo que más quería,
era alejarlo de Ryo por completo. Mientras dejaba que el agua de la ducha
cayera sobre su cuerpo, se preguntaba en qué momento había cambiado tanto esa
persona a la que él había llegado a llamar hermano,
o si siempre había sido de ese modo y para hablarle se disfrazaba con una
máscara en la cual había depositado toda su confianza.
– …Sí, tres mil
dólares. Ahjá. Lo sé – Toma se le acercó, estaba de espaldas a él, de cara a la
ventana –. Sí… Nos vemos.
– ¿Por qué se lo
dijiste?
– Me
asustaste – Declaró el muchacho,
girándose con una sonrisa. El morocho, que se estaba secando el cabello con una
toalla, se dio cuenta de eso al ver el salto que pegó cuando le habló –. Es
que… tengo que ir a casa de todos modos. Para una cena romántica, no puedo
estar vestido así, ¿no?
– Puedes ducharte
aquí si quieres.
– Ikuta-kun –
Dijo su nombre, después de una pausa –. Si no lo hago, me buscaría por Cielo y
Tierra. Él no está enterado de lo de Jin…
El aludido lo
miró, apoyándose sobre el apoyacabezas del sillón.
– ¿Por eso le
dijiste que iba a darte tres mil?
– Ahjá.
– ¿Y por qué lo
hiciste? – El rubio lo miró –. Irte a lo
de Jin, y dejar que te hiciera lo que te hizo.
– Por ti. Porque
no te merecías lo que te hice.
– No me hiciste
nada malo – Su mano siguió frotando sus cabellos con extrema fuerza, pero las
manos de Yuya deteniendo sus movimientos para secarlo él, lo detuvo.
– Te engañé. El
dinero que vine a pedirte, nunca fue para mí. Fue para Ryo, para que él pudiera
comprar más droga.
– ¿Hace cuánto se
droga…?
El aludido
sostuvo la toalla entre sus manos, pensativo.
– Ahora que me
pongo a pensar… No lo sé. Ryo nunca es diferente en público. Cuando lo hace, lo
hace en privado. Cuando está conmigo – Reconoció –. Pero estoy casi seguro de
que empezó a hacerlo cuando vinimos a Tokio. Creo que eso lo cambió.
– Ya veo – Dijo
Toma, sacándole suavemente la toalla al rubio –. Entonces, te espero esta
noche.
El aludido
asintió, sonriendo ampliamente.
– ¿Está bien si
sólo me llevo mil dólares y el resto me lo das mañana?
– Seguro – Dijo
Toma, poniéndole la tapa a la caja y agarrándola entre sus brazos. Yuya se fue,
no sin antes darle un suave beso sobre la mejilla. Toma cerró los ojos, dejando
que el perfume que aún lo rodeaba, quedara impregnado en cada milímetro de su
piel –. Hasta la noche…, mi amor – Musitó, para sí, una vez el muchacho se fue.
Suspiró antes de
entrar. Increíblemente, la cocina y el living estaban limpios, por lo que,
esperaba que la habitación también lo estuviera; y es más, que él no estuviera
allí. En vez de entrar a la habitación, se volvió a la ventana, donde
descansaba una rosa de plástico en un pequeño florero. Lo alzó, teniendo
cuidado de que la flor no cayera al suelo y lo giró. El hueco que formaba parte
del pie del mismo era lo bastante profundo para guardar dinero. Ese era el
escondite perfecto para esos mil dólares que tenía que usar para hacerle una
cena romántica a Toma. Los guardó allí y volvió sus pasos al dormitorio, lugar
del cual Ryo abrió la puerta.
– ¿Por qué no
entraste?
– Estaba por
hacerlo, pero fui por un vaso de agua – Respondió el recién llegado
rápidamente, por lo que el morocho, simplemente lo miró de arriba abajo,
dándole el paso para que entrara. Quitándose el collar que estaba alrededor de
su cuello, sus pendientes y sus anillos, frente al espejo, Yuya lo miró de
reojo. No había estado con nadie, y parecía que recién se había levantado.
– Jin me dijo que
fuiste a verlo anoche.
– Ah… Sí. Fui.
– También me
contó lo que te hicieron. ¿Tan fuerte te dieron que te quedaste hasta hoy?
– ¿Jin te dijo
eso? – Lo miró, sonriendo, pero el
pendiente que no quería salir de su lóbulo, lo hizo volver la vista al espejo,
mientras que Ryo, tan sólo frunció el ceño, acercándose rápidamente a él para
ayudarlo –. Gracias…
– No, Jin no me
dijo nada. Pero lo supuse. Si no estuviste con Jin – Desprendió uno por uno los
botones de su camisa, quitándosela y dejándola en el suelo para besar uno de
sus hombros –, ¿con quién estuviste?
– Con Ikuta-kun –
Respondió el rubio, tragando en seco.
– ¿Ah, sí? – Ryo
lo miró a través del espejo, sonriendo.
– Sí. Él dijo
que… quería hablar conmigo… y fui – Volvió a tragar en seco. La mentira era
algo que no se le daba del todo bien, menos con Ryo.
– Ah… Ya veo – Sintió una de sus manos sobre
su hombro, y la otra recorriendo su cuello con uno de sus dedos –. ¿Y dijo que
quería encamarse contigo así sin más?
– Me dijo que
había oído rumores y… Bueno…
El aludido
asintió con la cabeza, agarrando a Yuya de los hombros para girarlo y mirarlo a
los ojos.
– No me estarás mintiendo,
¿verdad? – Le preguntó. El menor tragó en seco, sintiendo cómo su dedo pulgar
recorría su nuez de Adán, dejando la palma apoyada sobre el resto de su cuello.
– ¡Claro que no!
– Respondió el aludido, zafándose del agarre, antes de que este se volviera más
fuerte. Acto seguido, giró su cuerpo a la cajonera bajo el espejo, de la cual
abrió el segundo cajón para elegir entre las camisas y remeras que allí
estaban. Ryo, mirándolo a través del espejo, volvió a colocarse detrás suyo,
apoyando todo su cuerpo encima de su espalda, entrelazando una de sus manos a
la suya mientras la otra, acariciaba su ombligo.
– No estarás
enamorado de ese Ikuta…, ¿verdad?
Volvió a tragar
en seco. Se había olvidado que Ryo lo conocía todavía más de lo que pudo
haberlo conocido Tadayoshi. Suspiró y se giró, rodeando su cuello con ambas
manos y besando dulcemente sus labios.
– Al único que
amo es a ti – Susurró, casi gimiendo, besando luego su oreja, sonoramente.
– Eres tan tierno
cuando quieres sexo – Sin previo aviso, el morocho agarró con fuerza el rostro
del menor, obligándolo a besarlo. Del mismo modo, lo empujó contra la cajonera,
siendo golpeada su espalda, por lo cual, Yuya lanzó un quejido de dolor.
Agarrándolo de uno de los brazos, lanzó su cuerpo sobre la cama, dándole una
cachetada que resonó entre esas cuatro paredes –. Espero que no me estés
mintiendo, pero no serás tú el que sufra las consecuencias – Se acercó a su
oído, susurrando para que lo dijera, lo oyera sólo él –…, será tu amiguito.
Todavía faltaban
casi dos horas para volver y estaba sumamente nervioso. Cuando tenía ese
sentimiento de incertidumbre llenando cada parte de su corazón, ese era el único
lugar donde podía encontrar tranquilidad. Entró a aquel local de yakitori, encontrándolo como de
costumbre, con unos pocos comensales.
– ¡Oh! – Uno de
los dueños del mismo, lo reconoció apenas entró, dedicándole el muchacho, una
reverencia, antes de tomar asiento frente a la barra –. Bienvenido, Ikuta-kun.
– Gracias –
Saludó el morocho, tímidamente.
– ¿Vas a comer lo
de siempre? – Le preguntó una mujer, la esposa del dueño del lugar, dejando
escasos segundos sus labores culinarias y girándose apenas para mirar al
muchacho.
– Sí, por favor –
Pidió Toma, dejando sus cosas en una de las banquetas que estaban a su lado –.
Ah… Okura-san – Dijo, llamando a la mujer, quien lo miró –, ¿puedo hacerle una
consulta?
– Claro, dime –
Accedió la mujer, reemplazándola su esposo para revolver algo delicioso en una
olla.
– Tengo un amigo
que… tiene un problema – La mujer asintió con la cabeza, poniendo especial atención
a sus palabras –… Él… quiere irse de Tokio… y no tiene un lugar donde parar…
Usted es de Osaka, ¿cierto? ¿No tiene algún… contacto que pueda darme?
Titubeaba
demasiado, del mismo modo en que lo hacía cuando debía contarles algo sumamente
importante a sus padres. La mujer se lo quedó mirando unos instantes y luego
volvió su vista a su esposo.
– Cariño – Lo
llamó, por lo que el aludido se giró.
– Claro que
tenemos contactos en Osaka, pero…, ¿cuál es el problema de tu amigo?
– Es algo…
bastante complicado de explicar – Se llevó una mano a la nuca, rascándosela,
esbozando una sonrisa nerviosa, sin poder ser capaz de mirarlos. Ambos adultos
se miraron entre sí.
– ¿Puedes
dejarnos tu número de teléfono? – Le pidió la mujer, facilitándole una
servilleta y un bolígrafo –. Apenas sepamos de algo, te lo haremos saber a la
brevedad.
Toma los miró,
sonriendo ampliamente.
– Muchísimas
gracias – Les dijo, desde lo más profundo de su alma, dedicándoles a ambos una
exagerada reverencia.
Sus labios, su
paladar, todo, saboreó ese ramen
hasta la última gota. Le encantaba ir a ese lugar, no sólo porque la comida era
exquisita sino, también, porque una de las personas que lo atendía, se había
vuelto en su mejor amigo desde la primera vez que se vieron.
– Sí que tenías
hambre, Tesshi – Le dijo, acariciando con dulzura sus cabellos, acto que el
menor aprobó dedicándole una sonrisa.
– Sí… Estuve todo
el día dando vueltas…
– Imagino que
todo eso no es para Ryo, ¿cierto? – Preguntó el mayor casi con miedo, en referencia
a las bolsas que rodeaban al rubio.
– Claro que no –
Respondió Yuya, sonriendo.
– Entonces… ¿Es
para el chico del que me estuviste hablando?
El aludido
suspiró, sonriendo, haciéndole una seña al mayor para que se acercara y poder
él así, hablarle al oído.
– Me pidió que le
hiciera una cena romántica.
– Ehh… Eso me
suena a que está enamorado de ti.
– No te adelantes
a los hechos – Le pidió el rubio, negando tanto con la cabeza como con sus
brazos.
– ¿Tú qué sientes
por él?
– Tranquilidad.
Él me da esa tranquilidad que hacía mucho tiempo no había vuelto a sentir.
– ¿Se lo dijiste?
– El aludido asintió con la cabeza –. ¿Y él que te dijo?
– Kei-chan… No es
tan fácil…
– Ah, cierto. Ryo
– Recordó el muchacho, revoleando los ojos –. Si ese chico te quiere, ¿no crees
que es tu oportunidad para irte?
– Conoces a Ryo.
Él sería capaz de buscarme por cielo y tierra si desaparezco…
Keiichiro se
hincó de hombros.
– Como quieras,
pero, espero que no desaproveches lo que destino te puso en el camino. Si lo
amas, no lo dejes ir, idiota.
El rubio sonrió
ante sus palabras. Tenía razón, pero al mismo tiempo, tenía miedo a escapar. Se
sentía como una pequeña ave que estuvo siempre confinada al encierro de su
jaula y que por primera vez, tenía la pequeña puerta abierta para escapar.
Quizás era eso, quizás le tenía miedo a la libertad y a ser capaz de amar de
nuevo.
No sabía hacía
cuanto había regresado. Todo estaba apagado, incluso las luces. Lo único que
iluminaba el lugar eran las velas y las lámparas que había distribuido por toda
la habitación. Levantó los pies que estaban pegados al suelo para llevar sus
rodillas debajo de su mentón, abrazándolas con ambos brazos. Sus ojos miraban
cómo una de las velas ondeaba levemente, siendo mecida por la suave brisa que
entraba por algún lugar. Las palabras de Ryo seguían resonando en su mente,
mientras que, al recordar cada golpe que le dio, le dolía cada parte de su
cuerpo con una fuerza sobrenatural. No podía recordar en qué momento se había
vuelto inmune a él, a sus golpes o a sus insultos. O quizás, todo eso le
parecía tan normal que ya no le afectaba. Sus pensamientos fueron interrumpidos
por la apertura de la puerta de entrada, haciéndolo levantar cual resorte de
aquel cómodo sillón.
– Bienvenido – Le
dijo al recién llegado que, sumamente anonadado, observaba cada rincón del
lugar, intentando reconocer su hogar entre tanta oscuridad.
– Regresé –
Musitó Toma, cerrando la puerta a su paso. Quitándose la mochila y el resto de
las cosas con las que cargaba, se acercó a la mesa para dejarlas sobre una de
las sillas. Yuya se le acercó y le dio un suave beso en la mejilla –. Creo que
exageraste con el concepto…
El rubio rió
suavemente.
– Supongo que eso
quiere decir que te gustó, ¿no?
– La verdad que
sí – Reconoció el mayor.
– Siéntate, ya
sirvo la cena – Le pidió Yuya,
dirigiéndose a la mesada de la cocina para servir tallarines con una salsa con
unos pocos condimentos –. Espero que te guste – Dijo, decorando ambos platos
con un poco de queso rallado, antes de volver a la mesa y dejarlos sobre la
misma –. La verdad es que hace mucho que no cocino, y tampoco es que sea muy
bueno.
“Bueno… Nunca lo has sido”, pensó Toma,
recordando las pocas veces que Yuya había insistido en hacer la cena y había
terminado por hacer algo que distaba mucho de ser comestible.
– Itadakimasu – Dijo Toma, una vez el
rubio se sentó frente suyo. Rodeó varios fideos al tenedor, algo dubitativo en
llevarlo o no a su boca. Tragando en seco, notando la mirada curiosa que el
menor tenía posada sobre él, accedió a hacerlo, masticando varias veces,
llevándolo de un lado a otro de su boca hasta finalmente, digerirlo.
– ¿Y? ¿Está
bueno? – Preguntó el menor, entusiasmado. Para su sorpresa, el morocho abrió
grande los ojos, sin poder creer ni él mismo lo que estaba a punto de decir.
– Está delicioso…
– ¡Qué suerte!
– ¿Cuándo
aprendiste a cocinar? – Preguntó, llevándose otro par de tallarines a sus
labios.
– Si te tengo que
ser sincero… hoy le pedí unos consejos a un amigo…
– ¿A un amigo?
– Sí, no tiene
nada que ver con Ryo, ni con Jin. Él es un chico que conocí al poco tiempo de
haber llegado a Tokio. Él sabe absolutamente todo de mí… y de Ryo. Es como… una
especie de ángel guardián para mí.
– Ya veo – Volvió
su vista a la comida. Sus palabras lo habían tranquilizado. Algo le daba a
entender que más que un enemigo, esa persona no era otra cosa que un hermano
mayor para Yuya –. ¿Cómo te fue hoy? – El rubio ladeó apenas su cabeza,
masticando un poco de comida –. Con Ryo.
El aludido
digirió la comida y lo miró, dejando los cubiertos a ambos lados del plato.
– No creo que sea
un tema del cual debamos hablar ahora. No quiero arruinar la cena – Reconoció
el muchacho.
– Pero yo quiero
saberlo – Yuya lo miró –. Es parte de los cuatro mil dólares.
Yuya suspiró,
cerrando los ojos profundamente antes de empezar a hablar.
– Me amenazó –
Agarró el tenedor para jugar con uno de los tallarines –. Me dijo que si
intentaba algo contra él, el que sufriría las consecuencias – Lo miró –…,
serías tú…
– ¿Qué más? – No
era sólo por fuera que parecía no importarle las amenazas de Ryo, los años que
había llevado a su lado habían sido prueba suficiente para saber que él era
como esos perros que por mucho que ladren, no muerden.
– ¿Crees que es
una broma?
– Creo que él no
sería capaz de hacerle daño ni a una mosca.
Yuya rió.
– Siempre actúas
como si conocieras a Ryo y como si me conocieras a mí – Frunció el ceño –, pero
no es así. Ryo no está solo. Ahora está junto a Jin y eso lo hace invulnerable.
– ¿Y qué tiene
Jin como para que deba temerle?
– ¿La verdad? –
El aludido asintió –. Todo. Jin es un dealer.
Y Ryo, es uno de sus mejores clientes. Por eso realmente nunca pude entender
cómo personas como Yamashita-kun y tú estaban metidos con ellos. Eligieron a
las peores personas del mundo con las cuales relacionarse.
– Pero eso hizo
que te conociera.
– ¡Ja, ja, ja!
¡Ni que fuera una joya! A veces no sé si eres estúpido o realmente no sabes
nada de la vida.
– Creo que un
poco de cada cosa…
– Yo creo que es
más de lo primero.
– Los insultos no
están dentro de los cuatro mil…
– Lo siento, amo.
– Toma está bien.
La cena pasó
amena, charlando de cosas que simplemente salían de sus labios, sin pasar antes
por su cerebro. Simplemente, se dejaban llevar por el flujo de la conversación.
Sentado en el
sillón, Toma esperó hasta que Yuya regresó con dos copas y una botella de vino.
El menor descorchó el mismo y vertió el contenido en ambas copas, dándole una
al mayor antes de sentarse a su lado.
– ¿Por qué
brindamos? – Preguntó Toma, sintiendo cómo el aroma del vino quedaba impregnado
en sus pulmones.
– No lo sé –
Respondió el rubio, hincándose de hombros.
– Por nosotros –
Susurró, acercando su copa a la suya, mirándolo Yuya luego –, y por esta
maravillosa noche.
– ¿Eso quiere
decir que ya termina? – Preguntó el menor, con una fingida expresión de
tristeza.
– Para nada –
Dijo Toma, chocando su copa contra la suya para beber un sorbo de vino, imitándolo
su acompañante, sin dejar ambos de mirarse a los ojos –. Más bien – Estiró su
cuerpo para dejar su copa sobre la mesa ratona frente suyo, haciendo lo mismo
con la copa de Yuya, acercándose luego a su cuerpo –…, creo que recién empieza.
Sus labios
besaron los suyos con dulzura, perdiéndose Yuya en el aroma del vino y del
perfume que se desprendía de la piel del morocho. Sus ojos se cerraron,
sintiendo los brazos del mayor rodeando su cuerpo, acercándolo al suyo para
hacerlo sentar sobre él. Lo miró a los ojos, llevando una de sus manos a su
corazón.
– ¿Lo sientes? –
Le preguntó el rubio, sonriendo –. No te das una idea… hace cuanto que no
latía de este modo, hace cuánto que no
sentía que mi piel se estremeciera sola – Fue él quien lo besó ahora, frotando
su entrepierna contra la suya, aferrándose Toma a su cuerpo al sentir su calor,
al sentir su respiración golpeando sobre su piel.
– Yuya – Gimió su
nombre, besando su cuello, despojándolo lentamente de su ropa, sintiendo cómo
su sangre hervía de la sola idea de hacerlo suyo, de volver él mismo a hacerlo suyo.
Recorrió su cuerpo desnudo con las manos, con sus labios. No había cambiado
absolutamente en nada desde la última vez que habían hecho el amor, un recuerdo
demasiado lejano pero que al mismo tiempo parecía ser tan cercano. Podía
recordar perfectamente cómo le gustaba al menor que lo tocaran, que lo besaran,
de qué forma se excitaba más, de qué manera hacer que sus gemidos se volvieran
gritos de placer. En realidad, sí había algo que su mente no recordaba:
hematomas regados por todo su cuerpo, como si esa fuera la marca de propiedad
de alguien ajeno a él. Toma besó todas y cada una de ellas, como si de ese modo
quisiera sanarlas. Debajo suyo, el cuerpo del menor, tal y como él le había
dicho, se estremecía, dándole un sexo que sólo le había entregado a él desde la
primera vez que lo había hecho suyo, entregándole todo su ser en cada gemido
que salía de sus labios, en cada palabra de amor que le decía.
Nada había
cambiado. Sentía que todo era igual que antes, o al menos, casi todo.
Las velas seguían
encendidas. Sentía su cuerpo siendo acariciado con una delicadeza que hacía mucho tiempo había dejado de
sentir. Es más, nunca, desde que había llegado a Tokio, había descansado
después de hacer el amor. Sintió sobre su columna, cómo los dedos de su amante
tocaban una melodía sumamente familiar para él, lo cual lo hizo incorporar
levemente para mirarlo a los ojos, pero el mayor, estaba con los ojos cerrados.
Quiso abrir sus labios, preguntarle algo, pero no podía. Tenía miedo y al mismo
tiempo, no sabía exactamente qué preguntar. Sintió cómo dos gruesas lágrimas
rodaban por sus mejillas para encontrarse sobre su mentón. Se mordió el labio
inferior, ahogando un sollozo. Despegó sus labios tan sólo para llamarlo, para
decir su nombre.
– Tatsu – Gimió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario