
Ciaossu~!!
Y como sigue MTS, vamos con el último de MTS ヽ(`・ω・´)ノ
¿Qué puedo decir del final? Termina como tiene que terminar y tiene lo que tiene que tener xD Pude haberlo hecho más largo, pero hubiera sido de balde.
Soy mala haciendo resúmenes, lo saben (y sino, se enteraron recién xD) así que, lean xD
El fic que reemplace este supongo que va a ser Tainted love ^^ que ya está terminado y casualmente tiene cinco episodios, igual que Hanamuke y que este mismo fic. Tengo problemas con el número cinco se ve...
Enjoy~!
Fandom: Johnnys.
Pairings: IkuTego [Ikuta Toma x Tegoshi Yuya], RyoTego [Nishikido Ryo x Tegoshi Yuya] (pero nadie dice que no puedan haber más ;3)
Formato: Multi-chaptered.
Género: AU, romance, smut, violento.
Rating: NC-17.
Capítulos: 05 / 05
Sinopsis: La verdad sale a la luz para unos pocos, sólo para esas personas que son importantes para ellos. Un plan de fuga puede ser bastante peligroso, pero el deseo de libertad puede ser más fuerte que cualquier otra cosa.
( 01. Almas )
( 02. Contacto )
( 03. Mal tiempo )
( 04. Cita paga )
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Capítulo 05: Libertad.
Sintió sobre su
columna, cómo los dedos de su amante tocaban una melodía sumamente familiar
para él, lo cual lo hizo incorporar levemente para mirarlo a los ojos, pero el
mayor, estaba con los ojos cerrados. Quiso abrir sus labios, preguntarle algo,
pero no podía. Tenía miedo y al mismo tiempo, no sabía exactamente qué
preguntar. Sintió cómo dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas para
encontrarse sobre su mentón. Se mordió el labio inferior, ahogando un sollozo.
Despegó sus labios tan sólo para llamarlo, para decir su nombre.
– Tatsu – Gimió.
El aludido abrió
sus ojos para mirarlo. Al notar sus lágrimas, se incorporó apenas para rodearlo
con sus brazos y secar esas lágrimas con sus manos.
– Shh – Susurró,
besando sus cabellos, acunándolo como si fuera un niño pequeño.
– ¿Por qué…? –
Gimió, tragando saliva para soltarse de su agarre y golpear su pecho con sus
puños –. ¿Por qué…? ¿Por qué no viniste antes por mí? ¿Por qué? – Seguía
preguntándose, volviendo Toma a abrazarlo con fuerza, esta vez, dejando que
llorara todo el tiempo que necesitara, que asimilara que efectivamente, él
estaba ahí, vivo, enfrente suyo. Cuando sintió que se había calmado, lo soltó
lentamente, no fuera a ser cosa que terminara partiéndole la botella de vino
sobre la cabeza, pero el rubio no lo hizo, sino que lo miró, como si se tratara
de un desconocido.
– ¿Qué? – Le
preguntó el mayor, sonriendo.
– ¿Cómo…?
Suspiró, pensando
en cómo decirle lo sucedido, en palabras que él comprendiera.
– Cuando dos personas mueren al mismo tiempo,
sus almas se encuentran en un estado intermedio entre la vida y la muerte. Eso
fue lo que sucedió con Ikuta-kun.
– ¿Y…?
– Él está muerto.
Él quería morir.
– ¿Y… tú? ¿Tus
recuerdos, sus recuerdos…?
– Lo sé todo. Lo
recuerdo todo. Tanto mis cosas como las de Ikuta-kun. Lo sé todo – Recorrió su
mejilla con el dorso de su mano, cerrando Yuya los ojos al sentir aquel
contacto –. Lo siento – Susurró, después de unos instantes. El aludido abrió
los ojos y lo miró. De alguna forma, su mirada era la misma que la de Tadayoshi
le daba cuando le pedía disculpas –. Lamento no haber venido antes. No tenía…
forma de hacerlo…
– Iba a tomarte
como un loco – Toma lo miró – si me decías que eras tú – Sonrió, imitándolo el
morocho, al recordar que él había predicho exactamente esa reacción en él, la
primera vez que había hablado con Rina.
– Lo supuse. Por
eso no lo hice.
– Y ahora, ¿qué?
– Preguntó el rubio, siendo rodeado nuevamente por los brazos del morocho.
– Fuguémonos – Su
respuesta hizo que lo mirara, sorprendido –. Con el dinero que vas a darle a
Ryo…, fuguémonos.
– Realmente no lo
entiendes, ¿cierto? – Levantó una de sus manos para acariciar su cabello –. Ryo
es capaz de matarte si se entera de esto…
– No tiene por
qué enterarse que estás conmigo. Tengo a gente que puede ayudarnos a salir de
esta.
– Yo también,
pero…
– Yuya… Todo
estará bien. No voy a volver a dejarte – Entrelazó su mano a la suya. El rubio
sonrió. Era cierto que recordaba todo, puesto que él se calmaba al sentir sus
dedos entrelazados a los suyos.
Era una cama ajena,
pero al mismo tiempo, se sentía tan familiar. Se abrazó a la almohada,
sonriendo al reconocer el aroma que se desprendía de esta. Al contrario que él,
su olfato ya había olvidado su perfume favorito. Abrió sus ojos, hallándose
solo. El leve sonido del televisor al otro lado del cuarto, y el de alguien en
la cocina, le dio a entender que estaba acompañado. Volvió a sonreír,
hundiéndose entre las sábanas, sabiendo de antemano quién era esa otra persona.
El sonido del timbre lo hizo abrir los ojos. Lejos de oír la puerta de entrada
abriéndose, vio a Toma asomándose al cuarto.
– No salgas de
aquí. Es Ryo – Le dijo en voz baja, cerrando luego la puerta sin hacer el más
mínimo ruido. Yuya se sentó sobre la cama, rodeándose por las sábanas. Se
acercó a la puerta del mismo modo en que Toma lo había hecho. Estaba por
ponerle el seguro, pero se dio cuenta que si a Ryo se le daba por entrar,
encontrar el cuarto bajo llave y del lado de adentro levantaría sospechas, por
lo que se acercó al cuarto de baño, dejando la puerta abierta para correr
rápidamente dentro del mismo, si es que necesitaba a hacerlo. Acto seguido,
sigilosamente, volvió a la puerta del cuarto, pegando su oreja a la misma –.
Bienvenido – Le dijo el dueño del lugar al recién llegado, dándole el paso para
que entrara a su departamento.
– ¡Oh! ¿Estás
haciendo el desayuno? – Preguntó Ryo, con una sonrisa, acercándose a la cocina.
– Sí, me levanté
hace un rato – Respondió el morocho, agradeciéndose internamente por haber
limpiado lo que habían dejado anoche, inclusive las velas y demás cosas, antes
de ponerse a cocinar.
– ¿Puedo
acompañarte?
– Seguro.
– Era broma, la
verdad es que vine por Tegoshi. ¿Está aquí?
– Para nada, se
fue anoche.
– ¿Ah, sí? –
Preguntó el oriundo de Osaka, comiendo una galleta.
– Sí. Y no me
preguntes a qué hora porque estaba demasiado dormido cuando lo hizo. Sólo
agarró el dinero y se fue.
– Ehhh… Qué
desconsiderado. Yo no le enseñé a hacer esas cosas.
– ¿No? – Preguntó
Toma, algo curioso.
– Para nada – Ryo
se le acercó, quedándose de pie al lado de su oído –. Yo le enseñé a ser muy
amable con los clientes – El morocho puso especial énfasis a la palabra “muy”,
sonriendo Toma por eso.
– Lo siento, pero
conmigo no lo ha sido – Volvió sus pasos a la cocina, prestándole atención al
desayuno –. Y cuando lo veas, dile que me devuelva los otros mil dólares que no
estaban incluidos.
– ¿Ehh? ¿Te robó?
– Ryo no podía salir de su asombro, y del mismo modo, no podía dejar de sonreír
–. Realmente lo siento, Ikuta-kun. Yo mismo me encargaré de hacer que Tegoshi
te devuelva ese dinero, no te preocupes.
– Por favor. Ese
era el dinero que debía enviarle a mi
familia.
– No te preocupes
– Dijo Ryo, negando con una de sus manos, agarrando varias galletas más con la
otra –. Cuando lo vea, lo obligo a que te devuelva ese dinero.
– Gracias – El
morocho lo vio dirigirse a la puerta, por lo cual, lo siguió, pero Ryo se giró,
sorprendiéndolo.
– Tegoshi…, ¿te
ha hablado de Tacchon? – Su pregunta lo desconcertó bastante, por lo que su
sorpresa, no era para nada fingida –. Por tu expresión… me doy cuenta que sí –
Terminó de comer las galletas que estaban en su mano, antes de seguir hablando
–. Tacchon era mi mejor amigo. Nosotros siempre habíamos sido unidos, hasta que
Tegoshi llegó y… bueno… ellos empezaron a salir.
– ¿Sentiste celos
de Tadayoshi-kun?
Ryo se lo quedó
mirando con los ojos abiertos, estallando luego en carcajadas.
– ¡Por supuesto
que no! Tegoshi no me importa – Su oyente frunció el ceño.
– Entonces, no
comprendo…
– Me dejé llevar…
por los celos – Se sinceró el muchacho, entrando nuevamente al
departamento, caminando a paso lento,
hasta llegar al sillón, acariciando el apoyacabeza hasta terminar por apoyar su
trasero encima –… Yo… averié los frenos de su auto – Estaba empezando a
comprender sus palabras, poco y a poco, y a medida que seguía hablando, muchas
cosas iban aclarándose por sí solas –. Fui yo el que lo mató – Su mirada estaba
cargada de soledad y al mismo tiempo de ira, pero al igual que las primeras
veces que había visto a Yuya a los ojos, también había un enorme vacío en su
interior –. No pensé que iba a chocar con un camión. Sólo quería darle un susto,
pero… me salió mal – Podía oír ese tono de voz en Ryo que lo hizo notar que
estaba a punto de llorar, pero se contuvo –. No quise hacerlo. Todo fue culpa
de Tegoshi. Si tan sólo se hubiera alejado de él, nada de eso hubiera sucedido
y Tacchon… seguiría vivo… Conmigo…
– ¿Tú… lo amabas?
– Se atrevió a preguntar el dueño de casa.
– Sí – Respondió
Ryo, seguro de sus palabras, levantando la cabeza para mirarlo –. Lo adoraba.
– ¿Por qué
viniste a Tokio con Tegoshi-kun si es que no te importaba?
– Quería hacerle
pagar lo que me hizo hacerle a Tacchon. No estaba en mis planes venderlo por
sexo. Fue Jin el que me dio la idea, el que se le quería tirar – Sonrió al
recordar aquella situación.
– Si no te
importa…, ¿para qué lo quieres?
Ryo lo miró,
acomodando en su cabeza cada palabra que iba a utilizar para responderle.
– Porque todavía
no paga lo que hizo.
– ¿No crees que
eres tú el que debería pagarlo?
El aludido
sonrió, pasando a su lado y palmeando su espalda antes de volver a la puerta de
entrada.
– Porque yo
tendré toda una eternidad en el infierno para hacerlo.
Acto seguido, se
fue, cerrando la puerta a su paso. Toma le puso la traba a la puerta y la cerró
con llave. Algo dentro suyo le decía que Ryo no había creído ni una sola
palabra de lo que le había dicho. Se acercó al portero eléctrico y llamó al
encargado.
– Satou-san,
habla Ikuta. ¿Podría avisarme si un muchacho alto, morocho, de campera roja y
pantalones de jean sale del edificio? Gracias – Cortó la llamada y se acercó a
la habitación donde debía estar Yuya. Estuvo unos segundos pensando en entrar o
no, pero terminó por hacerlo, sobre todo porque estaba seguro de cómo se sentía
en esos momentos. Al abrir la puerta lo encontró agarrándose la cabeza con las
manos, llorando desconsoladamente. Sin mediar palabra, se sentó a su lado y
acarició su espalda. Al sentir su contacto, el rubio se desplomó entre sus
brazos.
– ¿Por qué hizo
algo así? ¿Por qué fue tan cruel? – Sabía que necesitaba desahogarse, por lo
que lo abrazó, igual que la noche anterior.
– Cálmate. Estoy
seguro de que Ryo está en el pasillo – Ante la declaración, Yuya se incorporó
de inmediato para mirarlo a los ojos.
– ¿Cómo nos vamos
a ir?
– Tranquilo –
Besó sus cabellos con ternura –. Tengo un plan. Tú ve a asearte, lo necesitas –
Besó sus labios, antes de soltarlo y volver al comedor. Agarró su teléfono
celular y marcó un número –. ¿Rina-chan? ¿Puedes venir con tu hermano, por
favor? Es… un asunto delicado – Agregó, sonriendo.
Cuando Yuya
terminó de asearse, pudo ver ropa casi perfecta para él sobre la cama. Sonrió,
vistiéndose luego con ella. Salió de la habitación, secándose el cabello con
una toalla.
– No pensé que
irías a comprarme… ropa – Se quedó sorprendido al encontrar allí a Tomohisa y a
una muchacha que nunca había visto en su vida.
– Tú debes ser
Tegoshi-kun, ¿no? – Dijo la muchacha, que no era otra que Rina, levantándose de
un salto de la silla y acercándose a él –. Mi nombre es Yamashita Rina, mucho
gusto – Le dijo, dedicándole una reverencia.
– Así que…
Básicamente, quieren escaparse de Jin y de Ryo – Agregó Tomohisa, quien había
estado hablando con Toma todo ese momento.
– Así es.
Necesito la ayuda de ambos.
Al encontrarse
con la mirada de ignorancia de Yuya, Tomohisa habló.
– No me mires
así. Voy a ayudarlos. De todos modos, desde hace un tiempo que estuve pensando
en hacerme a un lado del grupo.
– ¿Ryo sigue
afuera? – Preguntó Toma a su amigo, acercándole a Yuya una taza de café.
– Lo único que vi
fue a un chico sentado en el suelo, pero no llegue a verle el rostro.
– También le dije
al encargado que me avisara si una persona con cierta descripción de ropa que
le di salía del edificio, pero hasta ahora no llamó y él está todo el tiempo en
la puerta de entrada.
– Parece un
acosador – Dijo Rina.
Toma se quedó
mirando a Yuya.
– Ese amigo del
que me hablaste anoche, ¿tiene auto?
– ¿Mh? ¿Kei-chan?
– Preguntó el rubio, tragando rápidamente el café que estaba bebiendo –. No,
pero… creo que un amigo suyo sí tiene… Se conocen desde niños. Puedo
preguntarle.
– Hazlo, por favor,
rápido – El aludido asintió con la cabeza, agarrando el teléfono celular del
morocho y dirigiéndose a la habitación, bajo la mirada de Tomohisa –. ¿Qué
sucede? – Le preguntó Toma, al ver su sonrisa.
– Es la primera
vez que veo así a Tegoshi-kun.
– Así, ¿cómo? –
Preguntó su hermana.
– Tan lleno de
vida.
Keiichiro le dijo
a Yuya que podía pasar a buscarlos y hospedarlos a ambos en su casa hasta que
encontraran otro lugar. Efectivamente, tenía un amigo que podía facilitarles el
automóvil, el problema sería salir de allí sin que Ryo los viera. La única
opción que tenían eran las escaleras de servicio cruzaban por la ventana del
cuarto de Toma. Keiichiro y su amigo, esperaría la salida de Yuya, quien se
escondería en la parte trasera del automóvil, mientras que Toma y el resto
saldría del departamento por la puerta de entrada, justo frente a las narices
de Ryo.
La campana de
salida fue la llamada telefónica de Keiichiro a Yuya.
Al hacerlo, el
muchacho y Toma se despidieron como si no volvieran a verse, aunque la
realidad, era muy diferente a esa. Habiendo sido disfrazado lo mejor que pudo
por las manos de Rina, salió por la ventana y bajó corriendo cuesta abajo,
hasta el automóvil antiguo del mejor amigo de Keiichiro, que respondía al
nombre de Shigeaki, o Shige, como le decía el mayor. Acto seguido, el trío que
quedaba en el departamento, inició su carrera, saliendo del lugar intentando no
llamar la atención ni llamar la atención de la de Ryo. Apenas abordaron el
ascensor, el morocho de Osaka sacó su teléfono celular y realizó una llamada.
– Jin, están
bajando.
– “¿Quiénes?”
– Yamapi, una
chica que vino con él y Toma.
– “¿Es menor que Yamapi?”
– ¿Y yo cómo voy
a saberlo?
– “Debe ser su hermana menor. Está bien, yo me
encargo.”
– Voy a entrar al
departamento – Agregó el morocho, levantándose del suelo y sacudiéndose la
tierra del pantalón.
– “De acuerdo. Ahora te sigo.”
Al llegar a la
planta baja, esperaron la aparición del vehículo donde debía estar Yuya.
– Bueno, supongo
que esto… es una despedida, ¿no? – Le dijo Tomohisa a Toma.
– No digas eso,
voy a comunicarme apenas nos hallamos establecido.
– Eso espero –
Dijo el muchacho. Se quedaron mirando un buen rato, antes de fundirse en un
fuerte abrazo.
– Gracias –
Agradeció el muchacho, no sólo a la persona que lo abrazaba, sino también, a su
hermana.
– ¡Ahí viene! –
Exclamó Rina, señalando el vehículo que estacionó al lado del grupo.
– Ikuta-kun,
¿verdad? – Supuso que era Keiichiro
quien le hablaba. Estaba al lado del conductor. Su cabello era de un color
ocre, hasta la altura de los hombros, lacios, y sus ojos eran más pequeños que
lo normal en una persona japonesa. El conductor del auto en cambio, tenía dos
enormes orbes oscuras, al igual que su cabello, que a diferencia de su amigo,
estaba más corto, dándole la apariencia de una persona mayor.
– ¿Koyama-san?
– No, no, no –
Dijo el aludido, negando con la mano –. Kei, está bien.
El aludido
asintió con la cabeza.
– Vamos, sube –
Empujó Tomohisa a su amigo, quien abordó el vehículo.
– Yamapi…
– Ya váyanse.
– Nos vemos –. El
aludido levantó su dedo pulgar en señal de despedida. Acto seguido, el vehículo
arrancó, pero se detuvo en el semáforo a los pocos metros –. ¿Y Yuya?
– Debajo de tus
pies, así que cuidado donde pisas – Le respondió Shigeaki. Al mirar sus pies,
el muchacho pudo ver un pequeño bulto moviéndose a su lado por lo que pudo
suponer que eso era Yuya.
– ¡Ikuta-kun! –
La voz de Jin al lado de automóvil lo quitó de su ensimismamiento. Giró su
cabeza y le sonrió, sorprendido por su presencia en el lugar –. ¿Te vas?
– Sí – Respondió
rápidamente el aludido –. Me voy de vacaciones con unos amigos.
– Ahhh – Dijo
Jin, mirando a los demás ocupantes del automóvil como si quisiera grabar sus
rostros a fuego –. ¿Sabes que no encontramos a Tegoshi-kun?
– Sí, Ryo vino a
preguntarme por él más temprano.
– Ah… Si lo ves…
– Ya le dije a
Ryo que… me debe dinero.
– ¿Ah…, sí…? Ja,
ja. Qué raro… Bueno… Si llegas a verlo…
– Seguro, les
aviso – Miró el semáforo. Seguía en rojo. ¿Cuánto más iba a tardar el condenado
semáforo en darles el paso? Volvió su mirada a Jin. Sentía que en esa fracción
de segundo, el mayor había recorrido cada minúsculo detalle del vehículo y las
reacciones de todos los ocupantes.
– Bueno – Dijo el
morocho, finalmente, alejándose un poco del vehículo –. Que pases unas buenas
vacaciones, Ikuta-kun.
– Gracias – Dijo
el aludido, sintiendo un considerable alivio cuando el vehículo se puso en
marcha. Todavía podía sentir su corazón en medio de su garganta, estando ya a
más de tres cuadras de donde se habían encontrado con Jin.
– Tranquilo – La
voz de Keiichiro lo volvió a Tierra. Lo miró a través del espejo retrovisor –.
Ya todo estará bien. Sintió un leve agarre sobre una de sus piernas. Era la
mano de Yuya. Sin darse cuenta, él había estado incluso más aterrado.
– Sí – Suspiró,
sonriendo luego.
Podía oír un
silbido familiar cada vez más cerca, viendo cómo los números en el ascensor
iban aumentando hasta marcar el piso en el que estaba. Como supuso, se detuvo
en su piso, por lo que se levantó del suelo. Al mismo tiempo que las puertas
del ascensor se abrieron, de la puerta de emergencia, entraron varios conocidos
suyos.
– Wow, a esto
llamo coordinación – Dijo Ryo.
– Lo vi salir –
Dijo Jin, señalándole a uno de los muchachos que ingresaron al pasillo en
dirección contraria a la suya.
– Sí, se fue con
Yamapi y creo que con su hermana.
– ¿Cuál es el
departamento?
– Este –
Respondió el morocho de Osaka, señalando la tercer puerta.
Un robusto
moreno, de apariencia, extranjero, literalmente, derribó la puerta del
departamento, entrando luego, todo el grupo de gente, siendo los últimos Jin y
Ryo.
– Estaba en un
auto antiguo con unos tipos que no conozco – Le dijo Jin, mientras el menor
observaba cada rincón del lugar.
– ¿Cómo eran los
tipos?
– El que manejaba
era un tipo normal. Tenía el cabello negro, corto, ojos grandes; y el
acompañante tenía el cabello a la altura de los hombros, de un castaño claro, y
sus ojos eran más pequeños que los de un japonés común…
– Es Koyama –
Dijo Ryo, sonriendo y negando con la cabeza.
– ¿Eh?
– Es un tipo que
conoció Tegoshi al poco tiempo de venir a Tokio.
– ¿Sabes dónde
vive?
– Sé que su
familia tiene un local de comidas por el centro – Respondió, con una pose
pensativa.
– ¿Encontraron
algo? – Preguntó Jin a uno de sus compañeros.
– No, nada.
El pelinegro
asintió con la cabeza.
– Vamos mañana –
Le dijo a Ryo –. Averigüemos adónde vive ese tal Koyama y vayamos mañana.
– Gochisousama – Agradeció Shigeaki la
comida hecha por Keiichiro. Al mirarlo, vio su vista dirigida al par que estaba
sentado en una de las mesas a espaldas suyo, por lo que se giró apenas para
poder verlos él también. Parecían estatuas. Estaba seguro de que ni siquiera
habían probado un poco de aquel exquisito ramen
que él había saboreado hasta la última gota. Volvió su mirada a su amigo. Lo
conocía demasiado como para darse cuenta que estaba preocupado. Se levantó y se
acercó a la mesa en torno a la cual estaban sentados Toma y Yuya. Al posar sus
manos sobre sus bowls, ambos lo
miraron, como si hubieran sido despertados de un hechizo –. ¿Están cansados? No
comieron nada.
El muchacho
volvió junto con Keiichiro para entregarle los bowls llenos.
– Ah… Sí – Espetó
Toma.
– ¿Por qué no van
a descansar? – Les pidió Keiichiro –. Tegoshi, tú ya sabes dónde está el baño,
dense una ducha y luego pueden ir a dormir un rato.
– ¿No tendrás
problemas con tus padres? – Se apresuró en preguntar Toma.
– No te preocupes
– Negó el aludido –. Mis padres no tendrán problema en que se queden.
– Gracias… De
todos modos – El morocho miró a Yuya –…, no tenemos pensado quedarnos mucho
tiempo. Estoy esperando la confirmación de un alojamiento en otra prefectura.
– Espero que no
se pierdan cuando se vayan – Bromeó el mayor.
– Para nada. A
ambos, les estamos sumamente agradecidos.
– Vamos – Musitó
Yuya.
Yuya condujo a
Toma por unas escaleras detrás de Keiichiro. Cuando tanto él como Shigeaki
oyeron que ya habían subido los pocos escalones que los separaban del segundo
piso, el morocho se sentó en una de las banquetas.
– ¿Y?
– Estaban
asustados.
– ¿Asustados? Yo
más bien diría que estaban aterrados. Lo que sea que hayan vivido… No creo que
haya sido nada agradable.
– Ese Ryo sí que
da miedo, ¿eh?
Supo que había
intentado hacer una broma, por lo que le sonrió.
Yuya había sido
el primero en terminar de asearse. Estaba sentado en la pequeña cama donde
siempre dormía cada vez que realmente necesitaba hacerlo. Mientras se secaba el
cabello, recordaba las noches que había estado sin dormir, en las que apenas
podía tener un poco de libertad de movimiento para llegar allí o, al menos para
marcar el número de Keiichiro y pedirle entre sollozos que fuera a buscarlo a
la esquina, sin poder ser capaz de llegar hasta su hogar, para descansar como
no podía hacerlo en el suyo. Keiichiro para él era su ángel guardián, el hermano mayor que nunca
tuvo, y en esos momentos, eso estaba más claro que nunca. El sonido de la
puerta abriéndose lo volvieron a Tierra. Sonrió apenas al ver a Toma ingresar a
la habitación, cerrando la puerta a su paso. El morocho se acercó y se quedó de
pie frente a él, mirándolo. Levantó una de sus manos para acariciar su rostro,
inclinándose para besar sus labios, antes de ponerse de cuclillas para,
simplemente, seguir mirándolo.
– Perdóname – Se
atrevió a decir el rubio, rompiendo el silencio –. Por todo esto.
– No tienes nada
por lo cual disculparte. Mañana nos iremos lejos y nadie más va a volver a
molestarte.
El aludido
sonrió.
– Ni un par de
años lejos de mí te quita lo sobreprotector, ¿eh? – Alegó, haciéndose hacia
adelante para abrazarlo.
– Sé que siempre
te gustó esa parte mía.
Yuya rió
suavemente, hundiéndose en aquel estrecho contacto.
Le gustaba estar
a cargo del lugar al mediodía. Siempre era un bullicio justo cuando sus padres
no estaban, eso siempre había sido un desafío para él, pero como desde pequeño
había convivido con ello, ya estaba completamente acostumbrado, al igual que
sus comensales, que eran siempre los mismos.
– Buenos… días –
Dijo Toma, asomando de las escaleras, casi con miedo al ver tanta gente. No
supo cuándo se habían multiplicado. La verdad, no pensaba que ese local fuera
tan concurrido.
– Buenos días,
Ikuta-kun – Lo saludó el encargado de la comida, inmerso en la tarea de
prepararle el almuerzo a un comensal que esperaba sentado en la barra.
– ¿Necesitas
ayuda? – Se apresuró a preguntar el
morocho, acercándose un poco a él.
– Ah… No, no, no.
En la cocina hay café. Te prepararía uno aquí, pero el aroma va a mezclarse con
el del ramen – Reconoció el mayor.
– Ah…
– La cocina está
por allá – Le indicó señalándole una pequeña puerta al lado de las escaleras –.
Shige no tarda en llegar.
– Ah…
Realmente no
podía gesticular otra cosa. No podía creer que una persona fuera tan rápida
para hacer las cosas. Keiichiro en ningún momento le dirigió la mirada, pero no
por eso, había dejado de prestarle atención.
– Es increíble,
¿no? – Le dijo el hombre, de no de más cincuenta años, que esperaba su
almuerzo, a Toma –. Koyama-kun.
– Lo es – Dijo el
aludido, con una sonrisa, completamente sorprendido. Por primera vez, Keiichiro
detuvo sus acciones para mirarlo, sonriendo él también –. Muchas gracias – Le
dijo el menor, dedicándole una reverencia –. Itadakimasu – Le dijo al hombre, antes de irse, volviendo a
inclinar su cuerpo apenas hacia adelante.
Tal y como le
había dicho Keiichiro, en la cocina había café. De hecho, la cocina en sí olía
a café. Se sirvió un poco en una taza y suspiró al sentir el aroma y el sabor
de aquel cálido néctar. En una bandeja habían galletas, pero dudó en agarrar
una, por lo que, con la taza en la mano, se sentó en torno a la mesa redonda en
medio de la misma. El sol entraba brillante como siempre por las ventanas de un
cristal texturizado, que no permitía ver claramente el exterior del lugar. Unas
cortinas verdes y blancas en las que había un campo de girasoles, estaban
atadas a ambos extremos de las mismas, por sobre el mármol de grafito que
cubría la mesada. Una sombra veloz pasando por el frente y abriendo la puerta
de un golpe lo dejaron sin aire. La persona que entró se sirvió café e
inesperadamente para él, agarró una de las galletas que estaban en la bandeja,
antes de sentarse a su lado. Lanzó un sonoro suspiro al beber café, mirándolo
luego.
– Buenos días –
Le dijo.
Era Shigeaki,
pero al mismo tiempo, no lo era. O al menos, no se parecía en nada al Shigeaki
que él había conocido al día siguiente. Estaba vestido con traje y se notaba la
lucha por llegar rápido a todos lados, inclusive a ese lugar. Había dejado un
portafolio sobre la mesa, reparando Toma en su presencia al correrlo su dueño
al centro de la misma, para apoyar la taza de café, antes de levantarse y
correr por otra galleta.
– Buenos… días…
– Ah, Koyama te
dijo que vendría, ¿no? – Le preguntó, acercándole la bandeja.
– Sí, me lo dijo
– Extendió su mano, agarrando una galleta, generando una sonrisa de aprobación
por parte de Shigeaki –. ¿Vienes de trabajar?
– En realidad,
estoy de paso. Trabajo en un estudio jurídico.
– Ah… Ya veo.
Pudo comprender
el porqué de la velocidad de sus movimientos en ese momento. Al igual que
Keiichiro, él también era una persona increíble. El tiempo pasó, quizás sin ser
notado por ambos. Del mismo modo en que llegó, Shigeaki se fue, pidiéndole a
Toma que saludara a su viejo amigo por él. Una vez el muchacho se fue, Toma
volvió al restorán, encontrándolo vacío.
– Eso que viste,
sucede sólo en el almuerzo, y a la hora de salida – Le dijo el mayor,
dedicándole una sonrisa.
– ¿Yuya no bajó?
– Recién fui a verlo.
Sigue dormido como un angelito – Sonrió el mayor. Toma se sentó frente a él, en
una de las banquetas de la barra –. Gracias.
– ¿Eh? ¿Por qué?
– Por hacer lo
que estás haciendo por Tegoshi. A decir verdad, jamás lo vi… ¿Cómo decirlo? Tan
lleno de vida. Cuando lo conocí, estaba vacío por dentro. La muerte de su
pareja… lo afectó demasiado, y no era para menos. Creo que… ni siquiera yo que
lo conozco tanto, llegué pensar que encontraría el amor nuevamente – Sonrió –.
No es que Tegoshi no sea una persona encantadora, el problema… no era él –
Sabía que se refería a Ryo, quizás a Jin, o probablemente a ambos. Estaba casi
seguro de que si alguien fuera capaz de matar a ese par, él sería el primer
sospechoso de la lista –. Por alejar a Tegoshi de todo esto, te estoy
completamente agradecido.
No sabía qué
decir, aunque la realidad, era que no debía decir absolutamente nada. Atinó a
asentir con la cabeza, sintiendo que sus mejillas le ardían de la vergüenza.
– Koyama-kun…
– Kei-chan.
– Kei-chan – Lo
llamó el menor, sonriendo por el apodo, y por la insistencia del mayor en ser
llamado de ese modo –. ¿Tienes una bicicleta?
– ¿Eh?
– Tengo que ir a
un lugar y… a decir verdad… tengo miedo de salir tan despreocupadamente.
El mayor asintió
con la cabeza, quedándose pensativo unos momentos.
– Espera aquí – A
los pocos minutos, el muchacho apareció con un pantalón, una camisa y una
gorra, obviamente para disfrazar a Toma –. Esta era la ropa que usaba para ir a
hacer el reparto. Supongo que va a quedarte bien… Saliendo por la cocina está
mi bicicleta estacionada en frente. Aquí tiene la llave – Le dijo,
extendiéndole una correa con una sola llave en la misma.
Toma asintió y se
cambió rápidamente, antes de irse.
El rayo del sol
lo despertó, despabilándose al no encontrar a su amante a su lado. Se sentó de
un salto, refregándose los ojos, mientras su mano derecha buscaba su teléfono
celular para ver la hora, pero en ese momento, recordó que no lo tenía encima.
Se levantó y vio lo tarde que era en ese reloj digital que siempre parecía a
punto de desfallecer con lo poco que se veían sus números. Estaba por bajar las
escaleras para molestar a Keiichiro, pero al oír la puerta del local abrirse,
desistió. En parte, se agradeció internamente por no haber aparecido en aquel
momento.
– Koyama-kun,
¿cierto? – Reconoció esa voz. Podía reconocerlo aunque estuviera sordo, pero,
¿por qué estaba él allí?
– ¿Sí?
Más que en uno de
los dos muchachos que se había sentado en la barra, su vista pasaba por cada
uno de los demás sujetos que los habían secundado, parecían de una pandilla o
algo así. No daban miedo, al menos, estaban tranquilos.
– Sabía que eras
tú – Sonrió. El aludido notó un marcado dialecto de Kansai en sus escasas
palabras. Tragó en seco al haberlo reconocido –. Mi nombre es Nishikido Ryo,
mucho gusto.
– Ah… Encantado
de conocerte.
– ¿Has visto a
Tegoshi?
– ¿A Tesshi? No,
no últimamente.
– Ah… ¿De
casualidad no se ha comunicado contigo? – Volvió a preguntar.
– No, hace mucho
que no viene por acá.
– Ya veo – Dijo Ryo, asintiendo con la cabeza,
mirándolo –. Verás… Estoy seguro de que Tegoshi no te ha dicho maravillas de
mí, pero… Yo lo quiero. Realmente lo quiero.
El muchacho a su lado, se cubrió la boca con
la mano. Keiichiro estaba seguro de haberlo visto sonreír. Aunque quisiera
sonar sincero, las palabras de Ryo sonaban a mentira pura.
– Como te dije, Tegoshi no se ha comunicado
conmigo. Si lo hace, puedes dejarme tu teléfono para que te avise.
– ¿En serio? Oh, muchas gracias – Rápidamente,
el morocho agarró una servilleta de papel, y Keiichiro, le extendió un
bolígrafo para que anotara su número de teléfono en ella –. Bueno, eso es todo
– Dijo el muchacho, antes de levantarse, haciendo lo mismo Jin, que estaba a su
lado –. Espero tu llamado.
El aludido asintió con la cabeza, antes de
verlos irse. A los pocos minutos, sus padres entraron al lugar, sobresaltándolo
sobremanera.
– ¿Qué sucede? – Preguntó su padre.
– Ahora regreso – Dijo el aludido, llevándose
una mano a su corazón, para comprobar si seguía latiendo. Estaba por subir
corriendo las escaleras, pero al alzar la vista desde el primer escalón, pudo
ver a Yuya sentado en el comienzo de las mismas, mirándolo. Suspiró y se acercó
a él, palmeándole la cabeza con suavidad –. Todo estará bien.
– ¿Dónde está Toma?
– Dijo que tenía cosas que hacer. Supongo que
con eso se refería a ultimar los detalles para que puedan irse de Tokio.
– ¿Y si lo vieron?
– Creo que soné bastante convincente, ¿no lo
crees? – Se sentó a su lado, mirando el techo escasos segundos, antes de apoyar
su cabeza sobre el hombro del menor –. Ahhh… ¡La verdad es que estaba muerto
del susto!
– Pero lo hiciste bien, Kei-chan – Lo alabó
Yuya, apoyando su cabeza sobre la suya, estirando sus manos hacia adelante –.
Estoy preocupado por Toma.
– No te preocupes demás – Enredó sus cabellos,
haciendo gritar al menor –. Cuando menos lo imagines estará aquí.
La tarde llegó y con ella, la lluvia. Yuya
aparecía cada tanto en el restorán para saber si había noticias de Toma, pero
lo único que conseguía era preocupar más a Keiichiro. Cuando no hubo tanta
gente, fue hasta la cocina e intentó llamarlo, pero por más veces que lo
intentara, sólo conseguía dar con la contestadora automática. Llegó a pensar
que Yuya tenía razón y había sido interceptado por Ryo y los demás. Suspiró,
prácticamente lanzándose sobre una de las sillas de la cocina, dándole la cara
al cielo y suspirando. Un estrepitoso sonido lo dejó inmóvil.
– ¡Kei-chan! – Lo llamó su madre –. ¡Kei-chan,
ven rápido!
Como un rayo, el
muchacho llegó al restorán encontrándose con Toma en el suelo y su bicicleta
debajo suyo.
– ¡Toma! – Quizás
la persona que no debía estar allí, había llegado, sollozando al lado de su
amigo, quien lo alejó al levantar el cuerpo del recién llegado.
– Ow – Al oír
aquel quejido, las tres personas que estaban a su lado, se le acercaron,
sorprendiéndolo –. ¿Me… perdí de algo…?
– ¿Dónde te
golpearon? – Le preguntó Keiichiro.
– ¿Eh…?
– ¿Cómo estás? –
Le preguntó Yuya.
– Bien…
– ¿Llamo al hospital?
– Preguntó Shigeaki con el celular en la mano.
– ¡Oigan! Esperen
– Intentó sentarse en la cama, pero fue Yuya quien lo terminó ayudando –. ¿Qué
rayos les sucede?
– ¿No te
encontraste con Jin?
– No – Respondió
el aludido, sonriendo –. ¿De dónde sacaron eso?
– Bueno – Dijo
Shigeaki –…, Koyama me llamó casi desesperado diciéndome que llegaste y caíste
inconsciente en la entrada…
– Ah… Es que…
Realmente no van a creer lo que me pasó – Los tres pusieron especial atención a
sus palabras –… Fui a ver a las personas que van a ayudarnos y cuando estaba
volviendo se largó a llover tan fuerte que no podía ver nada. Casi me atropella
un enorme camión pero me resbalé de la bicicleta y terminó atascada en una de
las ruedas. El chofer me ayudó a levantarme y yo lo ayudé a rescatar la
bicicleta, por eso es que llegué todo sucio.
Los tres se
quedaron mirándolo, completamente desconcertados.
- Vaya – Dijo
Keiichiro, sonriendo ampliamente –. Creo que lo mejor era que te hubieras
encontrado con Ryo.
– Ja, ja. Tienes
razón – Reconoció Toma.
– ¿Y el celular?
– Preguntó Shigeaki.
– Cuando casi me
chocó el camión, se cayó al suelo y se rompió.
– ¡Sí que tienes
mala suerte! – Declaró Keiichiro, estallando en risas, imitándolo luego tanto
Shigeaki como Yuya –. Bueno… Ya que dentro de todo, estás bien… Los dejamos solos, ¿no, Shige? –
Le preguntó a su amigo, guiñándole el ojo.
– Ah, sí.
Solos – Lo imitó el morocho,
dirigiéndose a la puerta.
– Nos vemos
luego.
Toma pudo ver a
Yuya sentado al lado suyo, haciendo quién sabe qué cosa con sus manos, por lo
que acarició suavemente sus cabellos.
– Lo siento.
– ¿Crees que con
eso vas a hacer que me sienta más tranquilo? – Musitó el rubio, levantando
luego la vista –. Estuvieron aquí.
Ante la última
oración dicha por el menor, Toma intentó sentarse, quejas por medio.
– ¿Te vieron?
– No, pero… Tuve
miedo. Y que no estés aquí me hace sentir peor.
– Lo siento –
Repitió –. No sólo por haberme ido, tenía que hacerlo, sino, también, por no
poder decirte otra cosa en vez de eso. Realmente lo siento – El aludido suspiró
–. Creo que lo mejor es que nos vayamos esta misma madrugada. No quiero seguir
arrastrando a Kei y Shige en esto.
– No te preocupes
por eso. Se la creyeron bastante bien.
– ¿Tú piensas
eso? – Preguntó Toma, no del todo satisfecho.
– Si no hubiera
sido así, el restorán estaría en llamas…
– ¡Sí que eres
cotizado, Yu-chan! – Se burló Toma, generando la sonrisa en el muchacho.
– Pero – Se
levantó para abrazar al mayor, y seguir hablando a escasos centímetros de sus
labios –… Sólo uno puede tenerme…
– Gratis…
– Idiota – Lo
insultó, riendo, pegándole una suave bofetada, generando la sonrisa en el mayor.
– Yuya…
– ¿Mh? – Le
preguntó el rubio, mirándolo.
– Te amo –
Susurró. El aludido sintió cómo su corazón dio un respingo al oír aquellas
simples dos palabras. Suspiró, levantando una de sus manos para acariciar su
mejilla.
– Yo también.
– Este será el
último esfuerzo que te pediré que hagas por mí, ¿sí? – Agarró su mano y besó su
dorso tiernamente. Recibió por respuesta un movimiento afirmativo de cabeza por
parte del rubio, acompañado de una sonrisa.
Era de madrugada
cuando decidieron partir. Aunque los padres de Keiichiro no estaban del todo
tranquilos con la hora, Toma les pidió que no se preocuparan por ellos, que se
comunicarían apenas estuvieran establecidos.
– No importa a
qué hora lleguen – Pidió Keiichiro, con Shigeaki a su lado, que estaba más
dormido que despierto –. Llamen.
– Sí, señor –
Intentó calmarlo Yuya, dedicándole una finta militar, generando su sonrisa.
– Aquí tienen –
La madre de Keiichiro se acercó a darles un bento
a cada uno –. Por… si tienen hambre.
– Muchas gracias
por todo – Agradeció Toma.
Ambos jóvenes
empezaron a caminar por las solitarias calles. En ese momento, Yuya comprendió
por qué el afán de su pareja de viajar a esa hora. No sólo nadie los vería sino
que, en caso de estar despiertos Ryo y compañía, estos estarían metidos en un
centro nocturno. Se sorprendió sobremanera al ver el lugar hasta donde siguió a
Toma, mas no pudo ser capaz de preguntarle cómo ni por qué estaban allí.
Reconoció el lugar de inmediato al ver el nombre del negocio. Años había
trabajado con ellos, aunque lo había hecho más por gusto que por la paga en sí,
después de todo, Tadayoshi también trabajaba allí.
Siguió a Toma
hasta la puerta trasera, la cual golpeó suavemente. Se abrió a los pocos
segundos, como si la persona con la que debía hablar hubiera estado esperándolos
ahí mismo.
– Buenas noches –
Saludó el muchacho al hombre, dedicándole una reverencia. Yuya permanecía al
lado de la puerta, del lado de afuera, por lo que el dueño del local, no podía
ser capaz de verlo.
– ¿Eh? – Preguntó
el hombre, mirando para todos lados –. Pensé que vendrías acompañado.
– Sí, estoy
acompañado, pero creo que mi acompañante es demasiado tímido como para mostrar
su rostro – El aludido miró a Yuya, quien lentamente se acercó a la luz,
levantando la vista casi con miedo para mostrarse ante el padre de Tadayoshi.
– Tegoshi-kun –
Musitó el hombre, por demás sorprendido, siendo rápidamente reemplazado por la
figura de su esposa, quien había estado al lado suyo en todo momento. La mujer
se acercó al rubio, recorrió su rostro con una de sus manos, como si quisiera
sentir que efectivamente él estaba allí, terminando por estrecharlo entre sus
brazos maternalmente –. Tienes un buen guía, Ikuta-kun – Le dijo al muchacho,
entregándole un pequeño papel –. Esta es la dirección.
– Lamento las molestias
– Dijo Toma, leyendo la dirección.
– Para nada –
Dijo la mujer, mirándolo pero sin soltar el cuerpo del rubio –. No te das una
idea de la felicidad que nos has traído.
Sonrió. Podía ver
ese sentimiento en sus ojos. Ambos siempre habían sentido a Yuya como un
segundo hijo.
– Supongo que nos
encontraremos pronto – Dijo el hombre, apoyando su cuerpo sobre el umbral de la
puerta, antes de encontrarse con la curiosa mirada de Toma –. Tenemos muchas
ganas de volver a casa – Musitó, sonriendo.
– Esperemos
encontrarlos allí cuando vayamos – Casi pidió la mujer, mirando a Yuya, quien
asintió con la cabeza.
El sol apareció
mientras estaban en el shinkansen con
destino a Osaka. Cuándo había sido la última vez que había visto una salida de
sol, no lo recordaba, lo único que sabía era que había sido hacía mucho tiempo.
Sintió que el cuerpo a su lado se movió, por lo que lo miró, encontrándose con
su somnoliento rostro acompañado de su usual sonrisa.
– Buenos días…
– ¿Por qué no me
lo dijiste?
– ¿Qué cosa? – No
importaba si estuvieran en otra época o que cambiara mil veces de cuerpos,
nunca estaría lo suficientemente despierto como para responder en forma rápida
a sus preguntas.
– Que tus padres
nos ayudarían.
– Sorpresa –
Respondió, luego de haber reído suavemente.
– Tonto – Se
acurrucó sobre su pecho, dejando que el morocho acariciara sus cabellos –. No
importa cuántas veces cambies de cuerpo, siempre serás el miso Tatsu del que me
enamoré.
– Y tú siempre
serás mi Yuya, no importa de qué color de tiñas el cabello.
El aludido
resopló, sonrisa por medio, quedándose dormido antes de darse cuenta. Cuando se
despertó, supo que fue conducido por Toma todo el trayecto desde la estación de
tren hasta el lugar donde tendrían alojamiento. Se le hizo sumamente familiar,
al igual que la mujer que abrió la puerta para recibirlos. Cubrió su boca con
una de sus manos. Al mirar Toma a Yuya, hasta llegó a pensar que no estaba respirando.
Tan sólo miraba a aquella mujer, que terminó por salir de su hogar para
estrechar al rubio entre sus brazos.
– Yu-chan – Le
susurró, besando sus cabellos.
– M…. Mamá – Lo
oyó musitar Toma, de entre los brazos de su progenitora, antes de que ella lo
soltara.
– ¡Ah! Lo siento
– Le dijo al morocho, enjugándose las lágrimas con el delantal de cocina. Toma
intuía lo que ambas personas sentían en aquel momento, por lo que atinó a negar
con la cabeza –. Pasen, por favor.
Los tres entraron
a la casa. Yuya observaba cada detalle del hogar donde había vivido desde su
nacimiento y antes de ir a Tokio.
– ¿Y papá?
– Trabajando –
Respondió la mujer, sacando unas cajas que estaban sobre la mesa del comedor
para dejarlas en un mueble al costado. Sin darse cuenta, hizo un movimiento en
falso y una de ellas terminó en el suelo, desparramándose las fotografías que
estaban dentro. Toma y Yuya se acercaron a ayudarla. El rubio agarró una de las
fotografías y se quedó mirándola. Era una de las primeras que se había tomado
junto a Tadayoshi. Se la enseñó a Toma, que estaba detrás suyo quien, luego de
mirarlo a él, le sonrió –. Ah, deben estar cansados, ¿no?
– La verdad… es
que dormimos todo el viaje – Reconoció Toma, algo apenado.
– Okura-san me ha
hablado mucho de ti, Ikuta-kun – El muchacho la miró –. Me dijeron que les
haces acordar mucho a Tadayoshi-kun.
Sus ojos se abrieron
como dos platos. Esbozó una sonrisa, antes de mirar el suelo escasos segundos y
levantar su vista nuevamente a aquella mujer.
– ¿En serio?
– Sí, eso dijeron
– Afirmó la mujer, asintiendo con la cabeza –. Yu-chan, ¿quieres llevar las
valijas al cuarto?
– Sí – Dijo el
aludido, incorporándose junto con Toma, una vez todas las fotografías estaban
guardadas nuevamente en la caja. Ambos muchachos, en silencio, subieron las
escaleras y caminaron por el estrecho pasillo hasta llegar al cuarto de Yuya.
Al entrar, el rubio se acercó al ventanal, abriéndola de par en par para dejar
que el aroma a hogar entrara nuevamente a sus pulmones –. Gracias – Le susurró
a Toma, quien estaba sentado en la cama del menor.
– ¿Por qué?
– Por haberme
traído aquí – Respondió, luego de acercarse a él y acariciar tiernamente su
mejilla.
– Este es el
lugar donde debes estar.
– Y el lugar al
que Ryo menos piensa que estaré, ¿cierto?
– Así es. Aunque
encuentre el negocio de mis padres en Tokio, estoy seguro que ellos no van a
decirle nada.
Yuya se sentó a
su lado, y se quedó mirando la pared frente a él. Lentamente, apoyó su cabeza
sobre el hombro del mayor, cerrando luego los ojos.
– Me pregunto…
cuándo empezó a suceder todo esto. Cuál fue ese momento… y cómo no me di cuenta
de eso…
– Nadie tiene la
respuesta a eso, Yuya – Dijo Toma, besando sus cabellos –. Si la tuviéramos, no
hubiéramos pasado por todo esto y no hubiéramos madurado. O al menos, yo creo
que he madurado un poco.
– Tatsu…
– ¿Mh?
– ¿Vas a quedarte
conmigo? – Le preguntó, entrelazando su mano a la suya.
– Para toda la
vida.
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