14 de junio de 2013

[MTS] Capítulo 05 - Libertad

 El avatar de Yano/ Toma: GARPA *dies*
 Thalía (la radio xD)
 En el comedor~


Ciaossu~!!
Y como sigue MTS, vamos con el último de MTS ヽ(`・ω・´)ノ
¿Qué puedo decir del final? Termina como tiene que terminar y tiene lo que tiene que tener xD Pude haberlo hecho más largo, pero hubiera sido de balde.
Soy mala haciendo resúmenes, lo saben (y sino, se enteraron recién xD) así que, lean xD
El fic que reemplace este supongo que va a ser Tainted love ^^ que ya está terminado y casualmente tiene cinco episodios, igual que Hanamuke y que este mismo fic. Tengo problemas con el número cinco se ve...
Enjoy~!


Título: More than souls.
Fandom: Johnnys.
Pairings: IkuTego [Ikuta Toma x Tegoshi Yuya], RyoTego [Nishikido Ryo x Tegoshi Yuya] (pero nadie dice que no puedan haber más ;3)
Formato: Multi-chaptered.
Género: AU, romance, smut, violento.
Rating: NC-17.
Capítulos: 05 / 05
Sinopsis: La verdad sale a la luz para unos pocos, sólo para esas personas que son importantes para ellos. Un plan de fuga puede ser bastante peligroso, pero el deseo de libertad puede ser más fuerte que cualquier otra cosa.




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Capítulo 05: Libertad.

Sintió sobre su columna, cómo los dedos de su amante tocaban una melodía sumamente familiar para él, lo cual lo hizo incorporar levemente para mirarlo a los ojos, pero el mayor, estaba con los ojos cerrados. Quiso abrir sus labios, preguntarle algo, pero no podía. Tenía miedo y al mismo tiempo, no sabía exactamente qué preguntar. Sintió cómo dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas para encontrarse sobre su mentón. Se mordió el labio inferior, ahogando un sollozo. Despegó sus labios tan sólo para llamarlo, para decir su nombre.
– Tatsu – Gimió.
El aludido abrió sus ojos para mirarlo. Al notar sus lágrimas, se incorporó apenas para rodearlo con sus brazos y secar esas lágrimas con sus manos.
– Shh – Susurró, besando sus cabellos, acunándolo como si fuera un niño pequeño.
– ¿Por qué…? – Gimió, tragando saliva para soltarse de su agarre y golpear su pecho con sus puños –. ¿Por qué…? ¿Por qué no viniste antes por mí? ¿Por qué? – Seguía preguntándose, volviendo Toma a abrazarlo con fuerza, esta vez, dejando que llorara todo el tiempo que necesitara, que asimilara que efectivamente, él estaba ahí, vivo, enfrente suyo. Cuando sintió que se había calmado, lo soltó lentamente, no fuera a ser cosa que terminara partiéndole la botella de vino sobre la cabeza, pero el rubio no lo hizo, sino que lo miró, como si se tratara de un desconocido.
– ¿Qué? – Le preguntó el mayor, sonriendo.
– ¿Cómo…?
Suspiró, pensando en cómo decirle lo sucedido, en palabras que él comprendiera.
–  Cuando dos personas mueren al mismo tiempo, sus almas se encuentran en un estado intermedio entre la vida y la muerte. Eso fue lo que sucedió con Ikuta-kun.
– ¿Y…?
– Él está muerto. Él quería morir.
– ¿Y… tú? ¿Tus recuerdos, sus recuerdos…?
– Lo sé todo. Lo recuerdo todo. Tanto mis cosas como las de Ikuta-kun. Lo sé todo – Recorrió su mejilla con el dorso de su mano, cerrando Yuya los ojos al sentir aquel contacto –. Lo siento – Susurró, después de unos instantes. El aludido abrió los ojos y lo miró. De alguna forma, su mirada era la misma que la de Tadayoshi le daba cuando le pedía disculpas –. Lamento no haber venido antes. No tenía… forma de hacerlo…
– Iba a tomarte como un loco – Toma lo miró – si me decías que eras tú – Sonrió, imitándolo el morocho, al recordar que él había predicho exactamente esa reacción en él, la primera vez que había hablado con Rina.
– Lo supuse. Por eso no lo hice.
– Y ahora, ¿qué? – Preguntó el rubio, siendo rodeado nuevamente por los brazos del morocho.
– Fuguémonos – Su respuesta hizo que lo mirara, sorprendido –. Con el dinero que vas a darle a Ryo…, fuguémonos.
– Realmente no lo entiendes, ¿cierto? – Levantó una de sus manos para acariciar su cabello –. Ryo es capaz de matarte si se entera de esto…
– No tiene por qué enterarse que estás conmigo. Tengo a gente que puede ayudarnos a salir de esta.
– Yo también, pero…
– Yuya… Todo estará bien. No voy a volver a dejarte – Entrelazó su mano a la suya. El rubio sonrió. Era cierto que recordaba todo, puesto que él se calmaba al sentir sus dedos entrelazados a los suyos.

Era una cama ajena, pero al mismo tiempo, se sentía tan familiar. Se abrazó a la almohada, sonriendo al reconocer el aroma que se desprendía de esta. Al contrario que él, su olfato ya había olvidado su perfume favorito. Abrió sus ojos, hallándose solo. El leve sonido del televisor al otro lado del cuarto, y el de alguien en la cocina, le dio a entender que estaba acompañado. Volvió a sonreír, hundiéndose entre las sábanas, sabiendo de antemano quién era esa otra persona. El sonido del timbre lo hizo abrir los ojos. Lejos de oír la puerta de entrada abriéndose, vio a Toma asomándose al cuarto.
– No salgas de aquí. Es Ryo – Le dijo en voz baja, cerrando luego la puerta sin hacer el más mínimo ruido. Yuya se sentó sobre la cama, rodeándose por las sábanas. Se acercó a la puerta del mismo modo en que Toma lo había hecho. Estaba por ponerle el seguro, pero se dio cuenta que si a Ryo se le daba por entrar, encontrar el cuarto bajo llave y del lado de adentro levantaría sospechas, por lo que se acercó al cuarto de baño, dejando la puerta abierta para correr rápidamente dentro del mismo, si es que necesitaba a hacerlo. Acto seguido, sigilosamente, volvió a la puerta del cuarto, pegando su oreja a la misma –. Bienvenido – Le dijo el dueño del lugar al recién llegado, dándole el paso para que entrara a su departamento.
– ¡Oh! ¿Estás haciendo el desayuno? – Preguntó Ryo, con una sonrisa, acercándose a la cocina.
– Sí, me levanté hace un rato – Respondió el morocho, agradeciéndose internamente por haber limpiado lo que habían dejado anoche, inclusive las velas y demás cosas, antes de ponerse a cocinar.
– ¿Puedo acompañarte?
– Seguro.
– Era broma, la verdad es que vine por Tegoshi. ¿Está aquí?
– Para nada, se fue anoche.
– ¿Ah, sí? – Preguntó el oriundo de Osaka, comiendo una galleta.
– Sí. Y no me preguntes a qué hora porque estaba demasiado dormido cuando lo hizo. Sólo agarró el dinero y se fue.
– Ehhh… Qué desconsiderado. Yo no le enseñé a hacer esas cosas.
– ¿No? – Preguntó Toma, algo curioso.
– Para nada – Ryo se le acercó, quedándose de pie al lado de su oído –. Yo le enseñé a ser muy amable con los clientes – El morocho puso especial énfasis a la palabra “muy”, sonriendo Toma por eso.
– Lo siento, pero conmigo no lo ha sido – Volvió sus pasos a la cocina, prestándole atención al desayuno –. Y cuando lo veas, dile que me devuelva los otros mil dólares que no estaban incluidos.
– ¿Ehh? ¿Te robó? – Ryo no podía salir de su asombro, y del mismo modo, no podía dejar de sonreír –. Realmente lo siento, Ikuta-kun. Yo mismo me encargaré de hacer que Tegoshi te devuelva ese dinero, no te preocupes.
– Por favor. Ese era el dinero que debía enviarle a  mi familia.
– No te preocupes – Dijo Ryo, negando con una de sus manos, agarrando varias galletas más con la otra –. Cuando lo vea, lo obligo a que te devuelva ese dinero.
– Gracias – El morocho lo vio dirigirse a la puerta, por lo cual, lo siguió, pero Ryo se giró, sorprendiéndolo.
– Tegoshi…, ¿te ha hablado de Tacchon? – Su pregunta lo desconcertó bastante, por lo que su sorpresa, no era para nada fingida –. Por tu expresión… me doy cuenta que sí – Terminó de comer las galletas que estaban en su mano, antes de seguir hablando –. Tacchon era mi mejor amigo. Nosotros siempre habíamos sido unidos, hasta que Tegoshi llegó y… bueno… ellos empezaron a salir.
– ¿Sentiste celos de Tadayoshi-kun?
Ryo se lo quedó mirando con los ojos abiertos, estallando luego en carcajadas.
– ¡Por supuesto que no! Tegoshi no me importa – Su oyente frunció el ceño.
– Entonces, no comprendo…
– Me dejé llevar… por los celos – Se sinceró el muchacho, entrando nuevamente al departamento,  caminando a paso lento, hasta llegar al sillón, acariciando el apoyacabeza hasta terminar por apoyar su trasero encima –… Yo… averié los frenos de su auto – Estaba empezando a comprender sus palabras, poco y a poco, y a medida que seguía hablando, muchas cosas iban aclarándose por sí solas –. Fui yo el que lo mató – Su mirada estaba cargada de soledad y al mismo tiempo de ira, pero al igual que las primeras veces que había visto a Yuya a los ojos, también había un enorme vacío en su interior –. No pensé que iba a chocar con un camión. Sólo quería darle un susto, pero… me salió mal – Podía oír ese tono de voz en Ryo que lo hizo notar que estaba a punto de llorar, pero se contuvo –. No quise hacerlo. Todo fue culpa de Tegoshi. Si tan sólo se hubiera alejado de él, nada de eso hubiera sucedido y Tacchon… seguiría vivo… Conmigo…
– ¿Tú… lo amabas? – Se atrevió a preguntar el dueño de casa.
– Sí – Respondió Ryo, seguro de sus palabras, levantando la cabeza para mirarlo –. Lo adoraba.
– ¿Por qué viniste a Tokio con Tegoshi-kun si es que no te importaba?
– Quería hacerle pagar lo que me hizo hacerle a Tacchon. No estaba en mis planes venderlo por sexo. Fue Jin el que me dio la idea, el que se le quería tirar – Sonrió al recordar aquella situación.
– Si no te importa…, ¿para qué lo quieres?
Ryo lo miró, acomodando en su cabeza cada palabra que iba a utilizar para responderle.
– Porque todavía no paga lo que hizo.
– ¿No crees que eres tú el que debería pagarlo?
El aludido sonrió, pasando a su lado y palmeando su espalda antes de volver a la puerta de entrada.
– Porque yo tendré toda una eternidad en el infierno para hacerlo.
Acto seguido, se fue, cerrando la puerta a su paso. Toma le puso la traba a la puerta y la cerró con llave. Algo dentro suyo le decía que Ryo no había creído ni una sola palabra de lo que le había dicho. Se acercó al portero eléctrico y llamó al encargado.
– Satou-san, habla Ikuta. ¿Podría avisarme si un muchacho alto, morocho, de campera roja y pantalones de jean sale del edificio? Gracias – Cortó la llamada y se acercó a la habitación donde debía estar Yuya. Estuvo unos segundos pensando en entrar o no, pero terminó por hacerlo, sobre todo porque estaba seguro de cómo se sentía en esos momentos. Al abrir la puerta lo encontró agarrándose la cabeza con las manos, llorando desconsoladamente. Sin mediar palabra, se sentó a su lado y acarició su espalda. Al sentir su contacto, el rubio se desplomó entre sus brazos.
– ¿Por qué hizo algo así? ¿Por qué fue tan cruel? – Sabía que necesitaba desahogarse, por lo que lo abrazó, igual que la noche anterior.
– Cálmate. Estoy seguro de que Ryo está en el pasillo – Ante la declaración, Yuya se incorporó de inmediato para mirarlo a los ojos.
– ¿Cómo nos vamos a ir?
– Tranquilo – Besó sus cabellos con ternura –. Tengo un plan. Tú ve a asearte, lo necesitas – Besó sus labios, antes de soltarlo y volver al comedor. Agarró su teléfono celular y marcó un número –. ¿Rina-chan? ¿Puedes venir con tu hermano, por favor? Es… un asunto delicado – Agregó, sonriendo.

Cuando Yuya terminó de asearse, pudo ver ropa casi perfecta para él sobre la cama. Sonrió, vistiéndose luego con ella. Salió de la habitación, secándose el cabello con una toalla.
– No pensé que irías a comprarme… ropa – Se quedó sorprendido al encontrar allí a Tomohisa y a una muchacha que nunca había visto en su vida.
– Tú debes ser Tegoshi-kun, ¿no? – Dijo la muchacha, que no era otra que Rina, levantándose de un salto de la silla y acercándose a él –. Mi nombre es Yamashita Rina, mucho gusto – Le dijo, dedicándole una reverencia.
– Así que… Básicamente, quieren escaparse de Jin y de Ryo – Agregó Tomohisa, quien había estado hablando con Toma todo ese momento.
– Así es. Necesito la ayuda de ambos.
Al encontrarse con la mirada de ignorancia de Yuya, Tomohisa habló.
– No me mires así. Voy a ayudarlos. De todos modos, desde hace un tiempo que estuve pensando en hacerme a un lado del grupo.
– ¿Ryo sigue afuera? – Preguntó Toma a su amigo, acercándole a Yuya una taza de café.
– Lo único que vi fue a un chico sentado en el suelo, pero no llegue a verle el rostro.
– También le dije al encargado que me avisara si una persona con cierta descripción de ropa que le di salía del edificio, pero hasta ahora no llamó y él está todo el tiempo en la puerta de entrada.
– Parece un acosador – Dijo Rina.
Toma se quedó mirando a Yuya.
– Ese amigo del que me hablaste anoche, ¿tiene auto?
– ¿Mh? ¿Kei-chan? – Preguntó el rubio, tragando rápidamente el café que estaba bebiendo –. No, pero… creo que un amigo suyo sí tiene… Se conocen desde niños. Puedo preguntarle.
– Hazlo, por favor, rápido – El aludido asintió con la cabeza, agarrando el teléfono celular del morocho y dirigiéndose a la habitación, bajo la mirada de Tomohisa –. ¿Qué sucede? – Le preguntó Toma, al ver su sonrisa.
– Es la primera vez que veo así a Tegoshi-kun.
– Así, ¿cómo? – Preguntó su hermana.
– Tan lleno de vida.
Keiichiro le dijo a Yuya que podía pasar a buscarlos y hospedarlos a ambos en su casa hasta que encontraran otro lugar. Efectivamente, tenía un amigo que podía facilitarles el automóvil, el problema sería salir de allí sin que Ryo los viera. La única opción que tenían eran las escaleras de servicio cruzaban por la ventana del cuarto de Toma. Keiichiro y su amigo, esperaría la salida de Yuya, quien se escondería en la parte trasera del automóvil, mientras que Toma y el resto saldría del departamento por la puerta de entrada, justo frente a las narices de Ryo.
La campana de salida fue la llamada telefónica de Keiichiro a Yuya.
Al hacerlo, el muchacho y Toma se despidieron como si no volvieran a verse, aunque la realidad, era muy diferente a esa. Habiendo sido disfrazado lo mejor que pudo por las manos de Rina, salió por la ventana y bajó corriendo cuesta abajo, hasta el automóvil antiguo del mejor amigo de Keiichiro, que respondía al nombre de Shigeaki, o Shige, como le decía el mayor. Acto seguido, el trío que quedaba en el departamento, inició su carrera, saliendo del lugar intentando no llamar la atención ni llamar la atención de la de Ryo. Apenas abordaron el ascensor, el morocho de Osaka sacó su teléfono celular y realizó una llamada.
– Jin, están bajando.
– “¿Quiénes?
– Yamapi, una chica que vino con él y Toma.
– “¿Es menor que Yamapi?
– ¿Y yo cómo voy a saberlo?
– “Debe ser su hermana menor. Está bien, yo me encargo.
– Voy a entrar al departamento – Agregó el morocho, levantándose del suelo y sacudiéndose la tierra del pantalón.
– “De acuerdo. Ahora te sigo.
Al llegar a la planta baja, esperaron la aparición del vehículo donde debía estar Yuya.
– Bueno, supongo que esto… es una despedida, ¿no? – Le dijo Tomohisa a Toma.
– No digas eso, voy a comunicarme apenas nos hallamos establecido.
– Eso espero – Dijo el muchacho. Se quedaron mirando un buen rato, antes de fundirse en un fuerte abrazo.
– Gracias – Agradeció el muchacho, no sólo a la persona que lo abrazaba, sino también, a su hermana.
– ¡Ahí viene! – Exclamó Rina, señalando el vehículo que estacionó al lado del grupo.
– Ikuta-kun, ¿verdad?  – Supuso que era Keiichiro quien le hablaba. Estaba al lado del conductor. Su cabello era de un color ocre, hasta la altura de los hombros, lacios, y sus ojos eran más pequeños que lo normal en una persona japonesa. El conductor del auto en cambio, tenía dos enormes orbes oscuras, al igual que su cabello, que a diferencia de su amigo, estaba más corto, dándole la apariencia de una persona mayor.
– ¿Koyama-san?
– No, no, no – Dijo el aludido, negando con la mano –. Kei, está bien.
El aludido asintió con la cabeza.
– Vamos, sube – Empujó Tomohisa a su amigo, quien abordó el vehículo.
– Yamapi…
– Ya váyanse.
– Nos vemos –. El aludido levantó su dedo pulgar en señal de despedida. Acto seguido, el vehículo arrancó, pero se detuvo en el semáforo a los pocos metros –. ¿Y Yuya?
– Debajo de tus pies, así que cuidado donde pisas – Le respondió Shigeaki. Al mirar sus pies, el muchacho pudo ver un pequeño bulto moviéndose a su lado por lo que pudo suponer que eso era Yuya.
– ¡Ikuta-kun! – La voz de Jin al lado de automóvil lo quitó de su ensimismamiento. Giró su cabeza y le sonrió, sorprendido por su presencia en el lugar –. ¿Te vas?
– Sí – Respondió rápidamente el aludido –. Me voy de vacaciones con unos amigos.
– Ahhh – Dijo Jin, mirando a los demás ocupantes del automóvil como si quisiera grabar sus rostros a fuego –. ¿Sabes que no encontramos a Tegoshi-kun?
– Sí, Ryo vino a preguntarme por él más temprano.
– Ah… Si lo ves…
– Ya le dije a Ryo que… me debe dinero.
– ¿Ah…, sí…? Ja, ja. Qué raro… Bueno… Si llegas a verlo…
– Seguro, les aviso – Miró el semáforo. Seguía en rojo. ¿Cuánto más iba a tardar el condenado semáforo en darles el paso? Volvió su mirada a Jin. Sentía que en esa fracción de segundo, el mayor había recorrido cada minúsculo detalle del vehículo y las reacciones de todos los ocupantes.
– Bueno – Dijo el morocho, finalmente, alejándose un poco del vehículo –. Que pases unas buenas vacaciones, Ikuta-kun.
– Gracias – Dijo el aludido, sintiendo un considerable alivio cuando el vehículo se puso en marcha. Todavía podía sentir su corazón en medio de su garganta, estando ya a más de tres cuadras de donde se habían encontrado con Jin.
– Tranquilo – La voz de Keiichiro lo volvió a Tierra. Lo miró a través del espejo retrovisor –. Ya todo estará bien. Sintió un leve agarre sobre una de sus piernas. Era la mano de Yuya. Sin darse cuenta, él había estado incluso más aterrado.
– Sí – Suspiró, sonriendo luego.

Podía oír un silbido familiar cada vez más cerca, viendo cómo los números en el ascensor iban aumentando hasta marcar el piso en el que estaba. Como supuso, se detuvo en su piso, por lo que se levantó del suelo. Al mismo tiempo que las puertas del ascensor se abrieron, de la puerta de emergencia, entraron varios conocidos suyos.
– Wow, a esto llamo coordinación – Dijo Ryo.
– Lo vi salir – Dijo Jin, señalándole a uno de los muchachos que ingresaron al pasillo en dirección contraria a la suya.
– Sí, se fue con Yamapi y creo que con su hermana.
– ¿Cuál es el departamento?
– Este – Respondió el morocho de Osaka, señalando la tercer puerta.
Un robusto moreno, de apariencia, extranjero, literalmente, derribó la puerta del departamento, entrando luego, todo el grupo de gente, siendo los últimos Jin y Ryo.
– Estaba en un auto antiguo con unos tipos que no conozco – Le dijo Jin, mientras el menor observaba cada rincón del lugar.
– ¿Cómo eran los tipos?
– El que manejaba era un tipo normal. Tenía el cabello negro, corto, ojos grandes; y el acompañante tenía el cabello a la altura de los hombros, de un castaño claro, y sus ojos eran más pequeños que los de un japonés común…
– Es Koyama – Dijo Ryo, sonriendo y negando con la cabeza.
– ¿Eh?
– Es un tipo que conoció Tegoshi al poco tiempo de venir a Tokio.
– ¿Sabes dónde vive?
– Sé que su familia tiene un local de comidas por el centro – Respondió, con una pose pensativa.
– ¿Encontraron algo? – Preguntó Jin a uno de sus compañeros.
– No, nada.
El pelinegro asintió con la cabeza.
– Vamos mañana – Le dijo a Ryo –. Averigüemos adónde vive ese tal Koyama y vayamos mañana.

Gochisousama – Agradeció Shigeaki la comida hecha por Keiichiro. Al mirarlo, vio su vista dirigida al par que estaba sentado en una de las mesas a espaldas suyo, por lo que se giró apenas para poder verlos él también. Parecían estatuas. Estaba seguro de que ni siquiera habían probado un poco de aquel exquisito ramen que él había saboreado hasta la última gota. Volvió su mirada a su amigo. Lo conocía demasiado como para darse cuenta que estaba preocupado. Se levantó y se acercó a la mesa en torno a la cual estaban sentados Toma y Yuya. Al posar sus manos sobre sus bowls, ambos lo miraron, como si hubieran sido despertados de un hechizo –. ¿Están cansados? No comieron nada.
El muchacho volvió junto con Keiichiro para entregarle los bowls llenos.
– Ah… Sí – Espetó Toma.
– ¿Por qué no van a descansar? – Les pidió Keiichiro –. Tegoshi, tú ya sabes dónde está el baño, dense una ducha y luego pueden ir a dormir un rato.
– ¿No tendrás problemas con tus padres? – Se apresuró en preguntar Toma.
– No te preocupes – Negó el aludido –. Mis padres no tendrán problema en que se queden.
– Gracias… De todos modos – El morocho miró a Yuya –…, no tenemos pensado quedarnos mucho tiempo. Estoy esperando la confirmación de un alojamiento en otra prefectura.
– Espero que no se pierdan cuando se vayan – Bromeó el mayor.
– Para nada. A ambos, les estamos sumamente agradecidos.
– Vamos – Musitó Yuya.
Yuya condujo a Toma por unas escaleras detrás de Keiichiro. Cuando tanto él como Shigeaki oyeron que ya habían subido los pocos escalones que los separaban del segundo piso, el morocho se sentó en una de las banquetas.
– ¿Y?
– Estaban asustados.
– ¿Asustados? Yo más bien diría que estaban aterrados. Lo que sea que hayan vivido… No creo que haya sido nada agradable.
– Ese Ryo sí que da miedo, ¿eh?
Supo que había intentado hacer una broma, por lo que le sonrió.

Yuya había sido el primero en terminar de asearse. Estaba sentado en la pequeña cama donde siempre dormía cada vez que realmente necesitaba hacerlo. Mientras se secaba el cabello, recordaba las noches que había estado sin dormir, en las que apenas podía tener un poco de libertad de movimiento para llegar allí o, al menos para marcar el número de Keiichiro y pedirle entre sollozos que fuera a buscarlo a la esquina, sin poder ser capaz de llegar hasta su hogar, para descansar como no podía hacerlo en el suyo. Keiichiro para él era  su ángel guardián, el hermano mayor que nunca tuvo, y en esos momentos, eso estaba más claro que nunca. El sonido de la puerta abriéndose lo volvieron a Tierra. Sonrió apenas al ver a Toma ingresar a la habitación, cerrando la puerta a su paso. El morocho se acercó y se quedó de pie frente a él, mirándolo. Levantó una de sus manos para acariciar su rostro, inclinándose para besar sus labios, antes de ponerse de cuclillas para, simplemente, seguir mirándolo.
– Perdóname – Se atrevió a decir el rubio, rompiendo el silencio –. Por todo esto.
– No tienes nada por lo cual disculparte. Mañana nos iremos lejos y nadie más va a volver a molestarte.
El aludido sonrió.
– Ni un par de años lejos de mí te quita lo sobreprotector, ¿eh? – Alegó, haciéndose hacia adelante para abrazarlo.
– Sé que siempre te gustó esa parte mía.
Yuya rió suavemente, hundiéndose en aquel estrecho contacto.

Le gustaba estar a cargo del lugar al mediodía. Siempre era un bullicio justo cuando sus padres no estaban, eso siempre había sido un desafío para él, pero como desde pequeño había convivido con ello, ya estaba completamente acostumbrado, al igual que sus comensales, que eran siempre los mismos.
– Buenos… días – Dijo Toma, asomando de las escaleras, casi con miedo al ver tanta gente. No supo cuándo se habían multiplicado. La verdad, no pensaba que ese local fuera tan concurrido.
– Buenos días, Ikuta-kun – Lo saludó el encargado de la comida, inmerso en la tarea de prepararle el almuerzo a un comensal que esperaba sentado en la barra.
– ¿Necesitas ayuda?  – Se apresuró a preguntar el morocho, acercándose un poco a él.
– Ah… No, no, no. En la cocina hay café. Te prepararía uno aquí, pero el aroma va a mezclarse con el del ramen – Reconoció el mayor.
– Ah…
– La cocina está por allá – Le indicó señalándole una pequeña puerta al lado de las escaleras –. Shige no tarda en llegar.
– Ah…
Realmente no podía gesticular otra cosa. No podía creer que una persona fuera tan rápida para hacer las cosas. Keiichiro en ningún momento le dirigió la mirada, pero no por eso, había dejado de prestarle atención.
– Es increíble, ¿no? – Le dijo el hombre, de no de más cincuenta años, que esperaba su almuerzo, a Toma –. Koyama-kun.
– Lo es – Dijo el aludido, con una sonrisa, completamente sorprendido. Por primera vez, Keiichiro detuvo sus acciones para mirarlo, sonriendo él también –. Muchas gracias – Le dijo el menor, dedicándole una reverencia –. Itadakimasu – Le dijo al hombre, antes de irse, volviendo a inclinar su cuerpo apenas hacia adelante.
Tal y como le había dicho Keiichiro, en la cocina había café. De hecho, la cocina en sí olía a café. Se sirvió un poco en una taza y suspiró al sentir el aroma y el sabor de aquel cálido néctar. En una bandeja habían galletas, pero dudó en agarrar una, por lo que, con la taza en la mano, se sentó en torno a la mesa redonda en medio de la misma. El sol entraba brillante como siempre por las ventanas de un cristal texturizado, que no permitía ver claramente el exterior del lugar. Unas cortinas verdes y blancas en las que había un campo de girasoles, estaban atadas a ambos extremos de las mismas, por sobre el mármol de grafito que cubría la mesada. Una sombra veloz pasando por el frente y abriendo la puerta de un golpe lo dejaron sin aire. La persona que entró se sirvió café e inesperadamente para él, agarró una de las galletas que estaban en la bandeja, antes de sentarse a su lado. Lanzó un sonoro suspiro al beber café, mirándolo luego.
– Buenos días – Le dijo.
Era Shigeaki, pero al mismo tiempo, no lo era. O al menos, no se parecía en nada al Shigeaki que él había conocido al día siguiente. Estaba vestido con traje y se notaba la lucha por llegar rápido a todos lados, inclusive a ese lugar. Había dejado un portafolio sobre la mesa, reparando Toma en su presencia al correrlo su dueño al centro de la misma, para apoyar la taza de café, antes de levantarse y correr por otra galleta.
– Buenos… días…
– Ah, Koyama te dijo que vendría, ¿no? – Le preguntó, acercándole la bandeja.
– Sí, me lo dijo – Extendió su mano, agarrando una galleta, generando una sonrisa de aprobación por parte de Shigeaki –. ¿Vienes de trabajar?
– En realidad, estoy de paso. Trabajo en un estudio jurídico.
– Ah… Ya veo.
Pudo comprender el porqué de la velocidad de sus movimientos en ese momento. Al igual que Keiichiro, él también era una persona increíble. El tiempo pasó, quizás sin ser notado por ambos. Del mismo modo en que llegó, Shigeaki se fue, pidiéndole a Toma que saludara a su viejo amigo por él. Una vez el muchacho se fue, Toma volvió al restorán, encontrándolo vacío.
– Eso que viste, sucede sólo en el almuerzo, y a la hora de salida – Le dijo el mayor, dedicándole una sonrisa.
– ¿Yuya no bajó?
– Recién fui a verlo. Sigue dormido como un angelito – Sonrió el mayor. Toma se sentó frente a él, en una de las banquetas de la barra –. Gracias.
– ¿Eh? ¿Por qué?
– Por hacer lo que estás haciendo por Tegoshi. A decir verdad, jamás lo vi… ¿Cómo decirlo? Tan lleno de vida. Cuando lo conocí, estaba vacío por dentro. La muerte de su pareja… lo afectó demasiado, y no era para menos. Creo que… ni siquiera yo que lo conozco tanto, llegué pensar que encontraría el amor nuevamente – Sonrió –. No es que Tegoshi no sea una persona encantadora, el problema… no era él – Sabía que se refería a Ryo, quizás a Jin, o probablemente a ambos. Estaba casi seguro de que si alguien fuera capaz de matar a ese par, él sería el primer sospechoso de la lista –. Por alejar a Tegoshi de todo esto, te estoy completamente agradecido.
No sabía qué decir, aunque la realidad, era que no debía decir absolutamente nada. Atinó a asentir con la cabeza, sintiendo que sus mejillas le ardían de la vergüenza.
– Koyama-kun…
– Kei-chan.
– Kei-chan – Lo llamó el menor, sonriendo por el apodo, y por la insistencia del mayor en ser llamado de ese modo –. ¿Tienes una bicicleta?
– ¿Eh?
– Tengo que ir a un lugar y… a decir verdad… tengo miedo de salir tan despreocupadamente.
El mayor asintió con la cabeza, quedándose pensativo unos momentos.
– Espera aquí – A los pocos minutos, el muchacho apareció con un pantalón, una camisa y una gorra, obviamente para disfrazar a Toma –. Esta era la ropa que usaba para ir a hacer el reparto. Supongo que va a quedarte bien… Saliendo por la cocina está mi bicicleta estacionada en frente. Aquí tiene la llave – Le dijo, extendiéndole una correa con una sola llave en la misma.
Toma asintió y se cambió rápidamente, antes de irse.

El rayo del sol lo despertó, despabilándose al no encontrar a su amante a su lado. Se sentó de un salto, refregándose los ojos, mientras su mano derecha buscaba su teléfono celular para ver la hora, pero en ese momento, recordó que no lo tenía encima. Se levantó y vio lo tarde que era en ese reloj digital que siempre parecía a punto de desfallecer con lo poco que se veían sus números. Estaba por bajar las escaleras para molestar a Keiichiro, pero al oír la puerta del local abrirse, desistió. En parte, se agradeció internamente por no haber aparecido en aquel momento.
– Koyama-kun, ¿cierto? – Reconoció esa voz. Podía reconocerlo aunque estuviera sordo, pero, ¿por qué estaba él allí?
– ¿Sí?
Más que en uno de los dos muchachos que se había sentado en la barra, su vista pasaba por cada uno de los demás sujetos que los habían secundado, parecían de una pandilla o algo así. No daban miedo, al menos, estaban tranquilos.
– Sabía que eras tú – Sonrió. El aludido notó un marcado dialecto de Kansai en sus escasas palabras. Tragó en seco al haberlo reconocido –. Mi nombre es Nishikido Ryo, mucho gusto.
– Ah… Encantado de conocerte.
– ¿Has visto a Tegoshi?
– ¿A Tesshi? No, no últimamente.
– Ah… ¿De casualidad no se ha comunicado contigo? – Volvió a preguntar.
– No, hace mucho que no viene por acá.
– Ya veo – Dijo Ryo, asintiendo con la cabeza, mirándolo –. Verás… Estoy seguro de que Tegoshi no te ha dicho maravillas de mí, pero… Yo lo quiero. Realmente lo quiero.
El muchacho a su lado, se cubrió la boca con la mano. Keiichiro estaba seguro de haberlo visto sonreír. Aunque quisiera sonar sincero, las palabras de Ryo sonaban a mentira pura.
– Como te dije, Tegoshi no se ha comunicado conmigo. Si lo hace, puedes dejarme tu teléfono para que te avise.
– ¿En serio? Oh, muchas gracias – Rápidamente, el morocho agarró una servilleta de papel, y Keiichiro, le extendió un bolígrafo para que anotara su número de teléfono en ella –. Bueno, eso es todo – Dijo el muchacho, antes de levantarse, haciendo lo mismo Jin, que estaba a su lado –. Espero tu llamado.
El aludido asintió con la cabeza, antes de verlos irse. A los pocos minutos, sus padres entraron al lugar, sobresaltándolo sobremanera.
– ¿Qué sucede? – Preguntó su padre.
– Ahora regreso – Dijo el aludido, llevándose una mano a su corazón, para comprobar si seguía latiendo. Estaba por subir corriendo las escaleras, pero al alzar la vista desde el primer escalón, pudo ver a Yuya sentado en el comienzo de las mismas, mirándolo. Suspiró y se acercó a él, palmeándole la cabeza con suavidad –. Todo estará bien.
– ¿Dónde está Toma?
– Dijo que tenía cosas que hacer. Supongo que con eso se refería a ultimar los detalles para que puedan irse de Tokio.
– ¿Y si lo vieron?
– Creo que soné bastante convincente, ¿no lo crees? – Se sentó a su lado, mirando el techo escasos segundos, antes de apoyar su cabeza sobre el hombro del menor –. Ahhh… ¡La verdad es que estaba muerto del susto!
– Pero lo hiciste bien, Kei-chan – Lo alabó Yuya, apoyando su cabeza sobre la suya, estirando sus manos hacia adelante –. Estoy preocupado por Toma.
– No te preocupes demás – Enredó sus cabellos, haciendo gritar al menor –. Cuando menos lo imagines estará aquí.
La tarde llegó y con ella, la lluvia. Yuya aparecía cada tanto en el restorán para saber si había noticias de Toma, pero lo único que conseguía era preocupar más a Keiichiro. Cuando no hubo tanta gente, fue hasta la cocina e intentó llamarlo, pero por más veces que lo intentara, sólo conseguía dar con la contestadora automática. Llegó a pensar que Yuya tenía razón y había sido interceptado por Ryo y los demás. Suspiró, prácticamente lanzándose sobre una de las sillas de la cocina, dándole la cara al cielo y suspirando. Un estrepitoso sonido lo dejó inmóvil.
– ¡Kei-chan! – Lo llamó su madre –. ¡Kei-chan, ven rápido!
Como un rayo, el muchacho llegó al restorán encontrándose con Toma en el suelo y su bicicleta debajo suyo.
– ¡Toma! – Quizás la persona que no debía estar allí, había llegado, sollozando al lado de su amigo, quien lo alejó al levantar el cuerpo del recién llegado.

– Ow – Al oír aquel quejido, las tres personas que estaban a su lado, se le acercaron, sorprendiéndolo –. ¿Me… perdí de algo…?
– ¿Dónde te golpearon? – Le preguntó Keiichiro.
– ¿Eh…?
– ¿Cómo estás? – Le preguntó Yuya.
– Bien…
– ¿Llamo al hospital? – Preguntó Shigeaki con el celular en la mano.
– ¡Oigan! Esperen – Intentó sentarse en la cama, pero fue Yuya quien lo terminó ayudando –. ¿Qué rayos les sucede?
– ¿No te encontraste con Jin?
– No – Respondió el aludido, sonriendo –. ¿De dónde sacaron eso?
– Bueno – Dijo Shigeaki –…, Koyama me llamó casi desesperado diciéndome que llegaste y caíste inconsciente en la entrada…
– Ah… Es que… Realmente no van a creer lo que me pasó – Los tres pusieron especial atención a sus palabras –… Fui a ver a las personas que van a ayudarnos y cuando estaba volviendo se largó a llover tan fuerte que no podía ver nada. Casi me atropella un enorme camión pero me resbalé de la bicicleta y terminó atascada en una de las ruedas. El chofer me ayudó a levantarme y yo lo ayudé a rescatar la bicicleta, por eso es que llegué todo sucio.
Los tres se quedaron mirándolo, completamente desconcertados.
- Vaya – Dijo Keiichiro, sonriendo ampliamente –. Creo que lo mejor era que te hubieras encontrado con Ryo.
– Ja, ja. Tienes razón – Reconoció Toma.
– ¿Y el celular? – Preguntó Shigeaki.
– Cuando casi me chocó el camión, se cayó al suelo y se rompió.
– ¡Sí que tienes mala suerte! – Declaró Keiichiro, estallando en risas, imitándolo luego tanto Shigeaki como Yuya –. Bueno… Ya que dentro de todo,  estás bien… Los dejamos solos, ¿no, Shige? – Le preguntó a su amigo, guiñándole el ojo.
– Ah, sí. Solos  – Lo imitó el morocho, dirigiéndose a la puerta.
– Nos vemos luego.
Toma pudo ver a Yuya sentado al lado suyo, haciendo quién sabe qué cosa con sus manos, por lo que acarició suavemente sus cabellos.
– Lo siento.
– ¿Crees que con eso vas a hacer que me sienta más tranquilo? – Musitó el rubio, levantando luego la vista –. Estuvieron aquí.
Ante la última oración dicha por el menor, Toma intentó sentarse, quejas por medio.
– ¿Te vieron?
– No, pero… Tuve miedo. Y que no estés aquí me hace sentir peor.
– Lo siento – Repitió –. No sólo por haberme ido, tenía que hacerlo, sino, también, por no poder decirte otra cosa en vez de eso. Realmente lo siento – El aludido suspiró –. Creo que lo mejor es que nos vayamos esta misma madrugada. No quiero seguir arrastrando a Kei y Shige en esto.
– No te preocupes por eso. Se la creyeron bastante bien.
– ¿Tú piensas eso? – Preguntó Toma, no del todo satisfecho.
– Si no hubiera sido así, el restorán estaría en llamas…
– ¡Sí que eres cotizado, Yu-chan! – Se burló Toma, generando la sonrisa en el muchacho.
– Pero – Se levantó para abrazar al mayor, y seguir hablando a escasos centímetros de sus labios  –… Sólo uno puede tenerme…
– Gratis…
– Idiota – Lo insultó, riendo, pegándole una suave bofetada, generando la sonrisa en el mayor.
– Yuya…
– ¿Mh? – Le preguntó el rubio, mirándolo.
– Te amo – Susurró. El aludido sintió cómo su corazón dio un respingo al oír aquellas simples dos palabras. Suspiró, levantando una de sus manos para acariciar su mejilla.
– Yo también.
– Este será el último esfuerzo que te pediré que hagas por mí, ¿sí? – Agarró su mano y besó su dorso tiernamente. Recibió por respuesta un movimiento afirmativo de cabeza por parte del rubio, acompañado de una sonrisa.

Era de madrugada cuando decidieron partir. Aunque los padres de Keiichiro no estaban del todo tranquilos con la hora, Toma les pidió que no se preocuparan por ellos, que se comunicarían apenas estuvieran establecidos.
– No importa a qué hora lleguen – Pidió Keiichiro, con Shigeaki a su lado, que estaba más dormido que despierto –. Llamen.
– Sí, señor – Intentó calmarlo Yuya, dedicándole una finta militar, generando su sonrisa.
– Aquí tienen – La madre de Keiichiro se acercó a darles un bento a cada uno –. Por… si tienen hambre.
– Muchas gracias por todo – Agradeció Toma.
Ambos jóvenes empezaron a caminar por las solitarias calles. En ese momento, Yuya comprendió por qué el afán de su pareja de viajar a esa hora. No sólo nadie los vería sino que, en caso de estar despiertos Ryo y compañía, estos estarían metidos en un centro nocturno. Se sorprendió sobremanera al ver el lugar hasta donde siguió a Toma, mas no pudo ser capaz de preguntarle cómo ni por qué estaban allí. Reconoció el lugar de inmediato al ver el nombre del negocio. Años había trabajado con ellos, aunque lo había hecho más por gusto que por la paga en sí, después de todo, Tadayoshi también trabajaba allí.
Siguió a Toma hasta la puerta trasera, la cual golpeó suavemente. Se abrió a los pocos segundos, como si la persona con la que debía hablar hubiera estado esperándolos ahí mismo.
– Buenas noches – Saludó el muchacho al hombre, dedicándole una reverencia. Yuya permanecía al lado de la puerta, del lado de afuera, por lo que el dueño del local, no podía ser capaz de verlo.
– ¿Eh? – Preguntó el hombre, mirando para todos lados –. Pensé que vendrías acompañado.
– Sí, estoy acompañado, pero creo que mi acompañante es demasiado tímido como para mostrar su rostro – El aludido miró a Yuya, quien lentamente se acercó a la luz, levantando la vista casi con miedo para mostrarse ante el padre de Tadayoshi.
– Tegoshi-kun – Musitó el hombre, por demás sorprendido, siendo rápidamente reemplazado por la figura de su esposa, quien había estado al lado suyo en todo momento. La mujer se acercó al rubio, recorrió su rostro con una de sus manos, como si quisiera sentir que efectivamente él estaba allí, terminando por estrecharlo entre sus brazos maternalmente –. Tienes un buen guía, Ikuta-kun – Le dijo al muchacho, entregándole un pequeño papel –. Esta es la dirección.
– Lamento las molestias – Dijo Toma, leyendo la dirección.
– Para nada – Dijo la mujer, mirándolo pero sin soltar el cuerpo del rubio –. No te das una idea de la felicidad que nos has traído.
Sonrió. Podía ver ese sentimiento en sus ojos. Ambos siempre habían sentido a Yuya como un segundo hijo.
– Supongo que nos encontraremos pronto – Dijo el hombre, apoyando su cuerpo sobre el umbral de la puerta, antes de encontrarse con la curiosa mirada de Toma –. Tenemos muchas ganas de volver a casa – Musitó, sonriendo.
– Esperemos encontrarlos allí cuando vayamos – Casi pidió la mujer, mirando a Yuya, quien asintió con la cabeza.
El sol apareció mientras estaban en el shinkansen con destino a Osaka. Cuándo había sido la última vez que había visto una salida de sol, no lo recordaba, lo único que sabía era que había sido hacía mucho tiempo. Sintió que el cuerpo a su lado se movió, por lo que lo miró, encontrándose con su somnoliento rostro acompañado de su usual sonrisa.
– Buenos días…
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– ¿Qué cosa? – No importaba si estuvieran en otra época o que cambiara mil veces de cuerpos, nunca estaría lo suficientemente despierto como para responder en forma rápida a sus preguntas.
– Que tus padres nos ayudarían.
– Sorpresa – Respondió, luego de haber reído suavemente.
– Tonto – Se acurrucó sobre su pecho, dejando que el morocho acariciara sus cabellos –. No importa cuántas veces cambies de cuerpo, siempre serás el miso Tatsu del que me enamoré.
– Y tú siempre serás mi Yuya, no importa de qué color de tiñas el cabello.
El aludido resopló, sonrisa por medio, quedándose dormido antes de darse cuenta. Cuando se despertó, supo que fue conducido por Toma todo el trayecto desde la estación de tren hasta el lugar donde tendrían alojamiento. Se le hizo sumamente familiar, al igual que la mujer que abrió la puerta para recibirlos. Cubrió su boca con una de sus manos. Al mirar Toma a Yuya, hasta llegó a pensar que no estaba respirando. Tan sólo miraba a aquella mujer, que terminó por salir de su hogar para estrechar al rubio entre sus brazos.
– Yu-chan – Le susurró, besando sus cabellos.
– M…. Mamá – Lo oyó musitar Toma, de entre los brazos de su progenitora, antes de que ella lo soltara.
– ¡Ah! Lo siento – Le dijo al morocho, enjugándose las lágrimas con el delantal de cocina. Toma intuía lo que ambas personas sentían en aquel momento, por lo que atinó a negar con la cabeza –. Pasen, por favor.
Los tres entraron a la casa. Yuya observaba cada detalle del hogar donde había vivido desde su nacimiento y antes de ir a Tokio.  
– ¿Y papá?
– Trabajando – Respondió la mujer, sacando unas cajas que estaban sobre la mesa del comedor para dejarlas en un mueble al costado. Sin darse cuenta, hizo un movimiento en falso y una de ellas terminó en el suelo, desparramándose las fotografías que estaban dentro. Toma y Yuya se acercaron a ayudarla. El rubio agarró una de las fotografías y se quedó mirándola. Era una de las primeras que se había tomado junto a Tadayoshi. Se la enseñó a Toma, que estaba detrás suyo quien, luego de mirarlo a él, le sonrió –. Ah, deben estar cansados, ¿no?
– La verdad… es que dormimos todo el viaje – Reconoció Toma, algo apenado.
– Okura-san me ha hablado mucho de ti, Ikuta-kun – El muchacho la miró –. Me dijeron que les haces acordar mucho a Tadayoshi-kun.
Sus ojos se abrieron como dos platos. Esbozó una sonrisa, antes de mirar el suelo escasos segundos y levantar su vista nuevamente a aquella mujer.
– ¿En serio?
– Sí, eso dijeron – Afirmó la mujer, asintiendo con la cabeza –. Yu-chan, ¿quieres llevar las valijas al cuarto?
– Sí – Dijo el aludido, incorporándose junto con Toma, una vez todas las fotografías estaban guardadas nuevamente en la caja. Ambos muchachos, en silencio, subieron las escaleras y caminaron por el estrecho pasillo hasta llegar al cuarto de Yuya. Al entrar, el rubio se acercó al ventanal, abriéndola de par en par para dejar que el aroma a hogar entrara nuevamente a sus pulmones –. Gracias – Le susurró a Toma, quien estaba sentado en la cama del menor.
– ¿Por qué?
– Por haberme traído aquí – Respondió, luego de acercarse a él y acariciar tiernamente su mejilla.
– Este es el lugar donde debes estar.
– Y el lugar al que Ryo menos piensa que estaré, ¿cierto?
– Así es. Aunque encuentre el negocio de mis padres en Tokio, estoy seguro que ellos no van a decirle nada.
Yuya se sentó a su lado, y se quedó mirando la pared frente a él. Lentamente, apoyó su cabeza sobre el hombro del mayor, cerrando luego los ojos.
– Me pregunto… cuándo empezó a suceder todo esto. Cuál fue ese momento… y cómo no me di cuenta de eso…
– Nadie tiene la respuesta a eso, Yuya – Dijo Toma, besando sus cabellos –. Si la tuviéramos, no hubiéramos pasado por todo esto y no hubiéramos madurado. O al menos, yo creo que he madurado un poco.
– Tatsu…
– ¿Mh?
– ¿Vas a quedarte conmigo? – Le preguntó, entrelazando su mano a la suya.
– Para toda la vida.
  






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