10 de mayo de 2012

[Touch] Capítulo 03 - Mentiras

 I must to eat D:
 Las noticias...
 En casa~


Ciaossu~!!
Waaaaaa~~!! Tengo que seguir con PapaDoru ;n; 
Hace frío, algo hermoso para mí ^-^ hehe... Estoy escuchando las noticias y noto que no hay mucha diferencia de lo que escuché hace un mes... No digo que las noticias siempre son las mismas, pero sí las situaciones. Me pregunto por qué la gente está tan enferma, por qué los adolescentes parece que cada vez tienen menos neuronas. No sé si eso sucede sólo en este país o si el mundo entero está así, si todos están en ese mismo nivel de enfermedad como para disfrutar matando a alguien, robándole a alguien que con todo el esfuerzo del mundo pudo comprarse... No sé... Lo que sea que le sacaron, la cartera con la agenda, por ejemplo. Es por eso que cuando salgo a la calle desconfío de todo el mundo u.u
Ahhhhhhhhhh~ En fin, dejo de filosofar y los dejo, valga la redundancia, con el fic ^^

Enjoy~ ♥ 


Título: Touch
FandomJohnnys.
Pairing: IkuTego [Ikuta Toma x Tegoshi Yuya], OkuMassu [Okura Tadayoshi x Masuda Takahisa] (pero nadie dice que no pueden haber más ;3)
Formato: Multi-chaptered.
Género: AU, romance, drama.
Rating: PG-13
Capítulos: 03 / ¿12?
SinopsisFinalmente la excursión escolar que relaja a los alumnos del instituto se lleva a cabo. Para Yuya termina siendo todo lo contrario, en vez de intentar olvidar lo sucedido, lo único que termina haciendo es recordándolo todo.


Y así, mayo llegó al día 31, dando paso a un nuevo mes.
¿Será erróneo este sentimiento? No lo sé.
Quizás lo sea, pero esa sensación de paz que tuve entre sus brazos, no la cambio por nada.



Capítulo 03: Mentiras

Verde, pasto y no muchos árboles. Mirando aquel emocionante paisaje estaba Yuya, sosteniendo su cabeza con su mano, apoyando parte de su rostro contra la ventana del ómnibus. Había viajado en uno así antes, pero había sido sólo con sus compañeros de curso, no con todos los alumnos de todos los años siguiéndolos detrás. Estaba en un instituto privado, no había duda de eso.
El sonido de un envoltorio sobre su oído, lo quitó de sus pensamientos, haciéndolo girar su cabeza.
Era Shigeaki, enseñándole los pocky que sobresalían de su envoltorio.
- ¿Quieres?
- No… Gracias – Le dijo, con una sonrisa. Por algún motivo, ese chico siempre lo ponía de buen humor. Volvió su vista al paisaje, pero el ómnibus del tercer año se interpuso en el camino. Se los quedó mirando a medida que avanzaban. No conocía a ninguno de los que podía ver a través de la ventanilla. Salvo a uno. Estaba con los pies sobre el asiento, escuchando música. Como si supiera que estaba siendo observado, giró su cabeza en su dirección. Al reconocerlo, le dedicó una sonrisa burlona acompañada de un movimiento de mano en señal de saludo.
Yuya desvió su vista rápidamente hacia el suelo, apretando sus puños sobre sus rodillas. Pensaba que lo había olvidado, que podía hacerlo, pero notó que no. Había pasado casi medio mes sin siquiera ver a alguno de sus súbditos, había pasado casi un mes tranquilo, dentro de todo, al no habérselos encontrado de nuevo, pero en ese momento se dio cuenta de que eso era imposible, que iba a tener que convivir con aquel doloroso recuerdo, oyendo palabras sucias sobre sus oídos y viendo la burlona sonrisa de Nishikido Ryo.
- Tegoshi – La voz de Shigeaki, de nuevo le ponía los pies sobre la tierra -. ¿Estás… bien…?
Lo miró, se lo notaba preocupado.
- Sí… ¿Por qué?
- Te pusiste pálido… Parece como si hubieras visto un fantasma.
Una carcajada, esa fue su respuesta. La realidad era que sí, había visto un fantasma, pero con un cuerpo tan real que le era imposible de olvidar.

Los alumnos fueron bajando de a uno del ómnibus. En el caso de Shigeaki y Yuya, fue Hideaki el profesor encargado de entregarle las llaves de sus cuartos. Estos estaban dispuestos de a pares, eso era lo único que sabían. La posada donde se hospedarían aquella semana aparentaba ser antigua y bastante pequeña, pero en su interior no lo era para nada. En el vestíbulo, desde donde se podía acceder a todos las habitaciones, estaba la recepción, con una mujer de no más de cuarenta años atendiéndola, secundada por dos muchachas que parecían ser sus hijas, vestidas las tres con kimonos de colores oscuros.
Cruzando el vestíbulo y la sala de entretenimiento, se encontraban las escaleras. A Yuya le correspondía la habitación 108, así que fue hacia ella. Metió la llave en la cerradura y simplemente inhaló y exhaló, esperando que su compañero de cuarto, como muy grave, fuera Yuichi.
Cerró los ojos y abrió la puerta.
- Espero que no te moleste que me haya cambiado de cuarto con Masuda.
Sintió que su corazón dio un respingo al oír su voz. Abrió un ojo y después el otro.
- Ikuta senpai…
- Si te molesta, puedo decirle que…
- ¡No! – Toma lo miró con los ojos abiertos como platos, esbozando una sonrisa -. No… Está… bien así… como está…
- De acuerdo – Dijo el mayor, girándose para poner su maleta sobre una de las dos camas de plaza y media, y abrirla.
- ¿Con quién se quedó Massu?
- Con Tadayoshi.
- Ah, bueno, al menos no va a estar con un desconocido.

- Oye, Ryo, ¿a quién saludaste?
- ¿Mhh? ¿Dónde? – Le preguntó el aludido, lanzándose a su cama.
- Fuera del ómnibus, antes de llegar – Dijo Jin, sentándose sobre la cama frente a él.
- Ah, a Tegoshi.
- ¿Todavía sigues con eso?
- Sabes que me gusta la tortura psicológica.
- Y… ¿Cómo harás para torturarlo? El principito va a estar rodeado de todos sus esbirros toda esta semana.
- Mhhh… No lo sé, algo se me va a ocurrir – Se lo quedó mirando.
- Ah, no, a mí no me metas – Se levantó de un salto de la cama -. Puedes hablar con Koki y Ueda, ellos tienen libertad de acción y movimiento.
- Qué amargo…
- Tuve suficiente con lo que le hicimos esa noche.
- Más que suficiente diría yo.
- Lo que sea. Si necesitas ayuda, habla con ellos, esta vez, me mantengo a raya.
- Tienes miedo que tu damisela corra a decirte que pares, ¿verdad?
- ¿Damisela? – Se quedó pensando unos momentos -. ¿Te refieres a Kame? Ay, Ryo, por Dios… ¿Realmente crees que Kame va a detenerme cuando algo se me mete en la cabeza? Claro que no…
- Entonces, ¿por qué no te deshaces de él, si es que te molesta?
Jin se quedó en silencio, mirándolo, mientras sus labios buscaban transmitirle algo, pero no salía sonido de ellos.
- ¿Te refieres a…?
- Echarlo, Jin.
- Ah. No. Si lo hago o alguno de nosotros llega a hacerlo, sabrá que yo fui el artífice de todo eso. Y me traerá problemas con… mi familia – Dijo, revoleando los ojos, suspirando.
- No sé a qué le temes tanto. Tu hermano puede salvarte si te metes en problemas…
- No lo sé… Desde que estoy encerrado en el instituto, Reio ha cambiado mucho. Se ha apegado más a nuestros padres y hasta podría decirte que él me está empezando a ver como una… “escoria de la humanidad” – Agregó, haciendo las comillas con sus dedos.
- Ya… cálmate. Ya volverá a ser tu lindo y rebelde hermanito Reio una vez te gradúes.
- Eso espero – Reconoció Jin, con una media sonrisa -. A propósito… ¿A qué no sabes con quién está tu… nena…?
Ryo sonrió.
- No, no lo sé. Sorpréndeme.
- Con Toma.
- No me sorprendiste.
- ¿Cómo que no…?
Ryo lo miró y se sentó en la cama.
- Jin… ¿No has notado que esos dos están cada vez más cerca?
- ¿A qué te refieres?
- Bueno… Los rumores corren por sí solos… ¿O no?
- Tienes algo en mente. Esa sonrisa me dice que tienes algo en mente.

Takahisa entró al cuarto cargando su bolso, hallando una voz familiar que entablaba una conversación telefónica. Mas no estuvo preparado para ver su espalda desnuda, mientras se estaba secando el cabello, dándole la espalda. Sintió cómo un leve ardor empezaba a aparecer sobre sus mejillas.
- ¿En serio? No, no puede ser… ¿Qué le dijiste? – Rió suavemente ante la respuesta recibida al otro lado de la línea. Se giró, notando la presencia de Takahisa en el cuarto -. Ah, tengo que dejarte. Llegó mi compañero de cuarto. Sí, la excursión. Sí. Mhh… No lo sé, no estoy enterado, pero ten por seguro que quiero que estés ahí si vamos a Osaka. Claro. Suerte – Cortó la llamada y siguió secándose el cabello, sentándose en la cama -. Espero que no te moleste que no sea Tegoshi-kun.
- Ah, no, no. No hay problema. Pero… ¿Quién está con él?
- Toma. Me pidió si no podía hacerle un cambio de cuarto.
- Ahhh…
- Creo que sigue preocupado por él…
- Ya veo.

Fuera de aquel cuarto, veía a un grupo de compañeros suyos jugando al fútbol. No era un deporte de su predilección. Le gustaba más el béisbol, pero su intento por abrir un club había sido un fracaso. Todo por culpa del grupo de los cuatro, cada uno con distintas excusas. No los odiaba, de hecho, ni siquiera les importaba, pero sabía guardar la distancia, al menos con tres de ellos. Al único que le hablaba lo hacía para que se alejara de aquella vida de delincuente, aunque, dentro de un instituto no se notase, ¿qué le esperaría una vez saliera de aquel lugar? ¿Acaso pensaba que sus guardaespaldas lo seguirían hasta el fin del mundo? Lo único que quería era volverlo a la realidad. Aunque siempre fallaba en su intento, como sucedió con el club de béisbol.
- Oh, mira quién apareció.
- Ahh… ¿Qué quieres, Kame? – Fue su modo de saludarlo. Haciendo memoria, recordó que fue justamente él quien le dio ese apodo, Kame, un apócope de su apellido, Kamenashi, pero al mismo tiempo, haciendo alusión a lo lento que corría en Gimnasia, cuando estaban en jardín de infantes. Allí lo conoció, pero hubo un momento en su vida en el que, sin percatarlo, él se había alejado por completo de su lado. No fue un cambio de amigo, sino un cambio en su actitud y en su forma de ser, pero si había algo en lo que no había cambiado, había sido en su forma de tratarlo. Pese a que se hacía el duro frente a sus amigos y lo insultara, sabía que si ellos iban a meterse con él, sería defendido  por su antaño mejor amigo.
- ¿Acaso no puedo salir a tomar aire? – Le dijo Kazuya, pasando a su lado para bajar las escaleras hacia el vasto césped verde que rodeaba la posada.
- No sabía que a las tortugas le gustan el sol… ¿Le gustan? – Preguntó Jin a sus amigos.
Sabía que no había cambiado, sabía que en el fondo seguía siendo el mismo niño con el que había entablado una gran amistad. Se sentó en uno de los bancos y envió un mensaje de texto a una persona que estaba aún dentro de su habitación.

- Ah, Tegoshi-kun – Dijo Toma, sentándose en la cama, mientras el aludido cerraba la puerta de su armario -. Kame dice que los chicos están jugando fútbol abajo, si no quieres ir.
- ¿Usted cree que esté bien? – Dijo el rubio, apenado.
- ¿Por qué lo dices?
- Digo… Porque no pertenezco al club de…
- No habrá problema. Quizás y hasta Shingo te admita en el club – Le dijo, levantándose y extendiéndole la mano.
- ¿Shin… go…?
- Murakami Shingo, el presidente del club de fútbol – Dicho eso, Toma le hizo una seña al menor para que tomara su mano, cosa que él hizo, notando que era eso lo que estaba esperando, pero… ¿Estaba bien? ¿Aparecer frente a todos tomados de la mano estaba bien? Suspiró cuando salieron del cuarto, guardando Toma la llave en su bolsillo. Lo miró y le dedicó una sonrisa, despeinando el mayor sus cabellos y dirigiéndose a las escaleras junto a él. Sentía que su corazón estaba por salírsele del modo en que latía dentro de su pecho, por lo que lo soltó lentamente -. ¿No te gusta?
- ¿Qué cosa? – Murmuró Yuya, sin mirarlo.
- Que te tome de la mano.
- N… No, no es eso.
- Ya veo – Agregó Toma, saliendo al porche unos pasos delante suyo.
- Hola, Toma.
Ambos reconocieron esa voz y por ese motivo ambos giraron su cabeza a la izquierda. Yuya abrió sus ojos bien grandes y agachó rápidamente la cabeza.
- Jin – Dijo Toma -, ¿cómo estás?
- Bien, ¿y tú? Hola, Tegoshi-kun – Saludó al menor, buscando su mirada, saludándolo con la mano.
- Ah… Hola…, Akanishi…-san…
- Señores, ¿van a quedarse conversando en medio de la entrada? – Yuya reconoció aquella voz y su piel se erizó íntegra -. Toma – Lo saludó Ryo palmeando su trasero, generando que saltara -. Qué sensible que estás…
- Idiota, me sorprendiste que es distinto.
- ¿El kohai no saluda? – Preguntó, sentándose junto a Jin sobre el barandal de madera, en referencia a Yuya.
- B… Buenas tardes…, Nishikido-san…
- ¿Vamos, Tegoshi-kun? – Le preguntó Toma, sin notar el nerviosismo en el menor.
- Ah… Sí…
- Qué malo eres, Nishikido – Dijo uno de los amigos de Jin una vez Toma y Yuya se fueron.
- No, Koki, no es que sea malo, es que, como me dijo a mí más temprano “le gusta la tortura psicológica” – Dijo Jin, exagerando sus últimas palabras, por lo que los presentes rieron.
- ¿Y a quién estás molestando ahora, Ryo?
Así como Kazuya era la cruz con la que Jin estaba cargando, la de Ryo era Tadayoshi, a quien sólo miró con fingida inocencia.
- ¿Yo? ¿Me crees capaz de torturar a alguien, Tacchon?
- Toda la vida – Reconoció, en un suspiro -. ¿Tacchon…? – Le preguntó, sonriendo -. Sí que te traes algo… Nunca en mi vida me llamaste por un apodo – Dijo, antes de bajar un par de escalones de la posada.
- ¿Estás seguro, Tadayoshi?
- ¿Respecto a…? – Preguntó, deteniendo sus pasos, sin siquiera mirarlo.
- A que nunca te llamé por algún… apodo…
Lo recordó. No quiso recordarlo, claro está, pero lo hizo. Guardó silencio y pese a las exclamaciones de sus compañeros buscando su atención, optó por alejarse de ellos, con un libro en su mano. Esperaba que en ese lugar pudiera hallar la paz necesaria para terminar de leer aquel libro que Takahisa le había confiado. Respecto a él, salió casi corriendo al porche, buscándolo. Saludó a sus superiores con una reverencia y lo siguió corriendo, bajo la mirada de Ryo.

La tarde había caído en aquel pacífico lugar, mas las ganas de los estudiantes por gastar sus energías lo más que pudieran no se había agotado en lo más mínimo. Yuya llegó a su límite junto con el inicio del ocaso, pidiéndole a Takahisa su compañía para ir a cambiarse de ropa. Tan sólo recibió elogios por parte de aquel sujeto llamado Shingo, quien le dijo que el año siguiente al haber menos gente en el club, no durara en anotarse.
La verdad era que Yuya no quería ir solo, menos con Ryo y su pandilla en el porche. Tenía más que claro que tanto sus palabras como las de Jin habían sido provocaciones para ver sus reacciones. Se sorprendió al no verlos allí, sí haciéndolo en la sala de entretenimientos que debía cruzar para dirigirse a su cuarto, lugar por el que pasó casi corriendo, acompañado de su amigo.
- ¿Quieres que me quede contigo? – Le preguntó Takahisa, caminando junto a él por el pasillo que los llevaba al cuarto del rubio.
- ¿Eh? No, está bien. Sólo…
Yuya se quedó mirando la puerta, la cual estaba apenas entreabierta.
- ¿Qué sucede?
- Ikuta senpai había cerrado la puerta con llave cuando nos fuimos…
- ¿Eh? - Ambos entraron sigilosamente para hallarse con ropa tirada en el suelo, tanto la suya, como la de Toma, junto con las sábanas de ambas camas -. ¿Quién pudo haber he…?
Un grito desgarrador fue lanzado por Yuya, quebrándose en el suelo al leer una leyenda escrita en el espejo, ocasionando que Takahisa volteara para ver el porqué del grito, pero no fue él, sino los brazos de Toma lo que rodearon su cuerpo, quien en ese instante entraba a la habitación junto a Tadayoshi, ambos alertados por el grito del menor.
- Masuda-kun, vamos – Le susurró Tadayoshi, haciéndole una seña con la mano para que lo siguiera, cosa que hizo, sin quitar la vista de Yuya, quien lloraba desconsoladamente entre los brazos de Toma.
Llegaron en silencio a su cuarto, del cual el mayor cerró la puerta, quedándose unos segundos frente a la misma. En sus oídos, aún seguía repicando el grito de Yuya.
- No puedo quedarme aquí – Soltó finalmente Takahisa, luego de dar sólo dos vueltas dentro del cuarto.
- Tienes que quedarte – Le dijo Tadayoshi, girándose.
- Pero…
- No te preocupes, Toma se encargará de todo – Posó una mano sobre su hombro, pero su rostro demostraba una preocupación aún mayor que la suya.

Aquel cuerpo seguía llorando entre sus brazos, en ese momento, no había mejor lugar para él que ese. No había lugar más seguro para él que ese. Toma lo ayudó a incorporarse, dejándolo de espaldas al espejo mientras buscaba un par de sábanas para colocarlas sobre su cama, lanzando las cosas que estaban sobre la misma al suelo, para que el menor se acostara.
- Ven – Le dijo, extendiéndole la mano.
Yuya se acercó a él lentamente, volviendo a acurrucarse entre sus brazos, sintiendo su espalda levemente acariciada por el mayor.
- Lo… Lo siento – Musitó.
- No tienes nada qué lamentar, Tegoshi-kun – Dijo Toma, leyendo la leyenda escrita con lo que parecía ser un marcador sobre el espejo, dirigida aparentemente a Yuya. Suspiró -. Tegoshi-kun… ¿Hay algo que quieras decirme?
Acurrucado entre las sábanas, podía ver sus ojos reflejándose en el vidrio del espejo. Sentía paz estando así, pero al mismo tiempo, tenía miedo a dormir, a cerrar los ojos. Tenía miedo de lo que pudiera llegar a pasarle si se alejaba de su lado.
- No – Musitó.
- Ya veo – Volvió su vista a Yuya, dejando de acariciar sus cabellos y levantándose, pero la mano del menor lo detuvo.
- ¿Puede… quedarse hasta que me quede dormido…? – Le preguntó, sin siquiera mirarlo. Tenía tanta vergüenza de pedirle eso que no se atrevía a preguntárselo mirándolo a los ojos.
Toma sonrió y volvió a sentarse a su lado.
- Claro que sí.
Quería protegerlo y eso significaba encontrar a la persona que indudablemente, le había hecho algo, aunque no se imaginaba ni remotamente en la gravedad del asunto.

- ¿Qué hiciste qué? – Le preguntó Jin a Ryo, con una sonrisa en el rostro, sacando una toalla de su armario para colocarla alrededor de su cuello.
- Lo que oíste. Agarré las llaves del cuarto de Toma, entré a su cuarto, les tiré toda la ropa al suelo y le escribí un mensaje a Tegoshi – Respondió el morocho, lanzándose sobre la cama.
- ¿Y qué le escribiste?
- “Espero verte vestida de niña bonita de nuevo”.
- Tan poeta.
- Pude haber sido peor, pero el espejo no era tan grande.
- Es verdad – Reconoció, riendo -. Pero, Ryo, ten cuidado – El aludido lo miró -. Si Toma se entera…
- ¿Crees que le tengo miedo a Toma? – Le preguntó, seriamente, sentándose en la cama -. Por favor, Jin, se nota que no me conoces…  Además, si algo ocurre, ¿crees que a esta altura del año van a expulsarme?
- No digas que no te lo advertí…
- No te preocupes, no lo diré.

Toma salió de la habitación. La había ordenado lo más que pudo, de hecho, hasta tapó esa leyenda con una sábana para que Yuya no tuviera otra crisis.
- ¿Cómo está Tegoshi-kun?
- Pi…
- Okura me lo contó. ¿Qué sucedió?
- Entraron a la habitación e hicieron un desastre.
- ¿Les robaron algo? ¿Diste aviso a la recepción?
- No. Estuve todo el tiempo con Tegoshi-kun. Pero, no… No es eso lo que me preocupa – Miró a Tomohisa, esperando su aprobación para seguir hablando -. “Espero verte vestida de niña bonita de nuevo”; eso es lo que estaba escrito en el espejo, y por lo que, supongo que Tegoshi-kun gritó… como gritó…
- ¿Tegoshi te dijo algo?
- No. Sentí que… quería evitar eso. Que sólo quería… desaparecer… No lo sé…
- Niña bonita…
- El concurso – Dijeron ambos jóvenes al unísono.
- ¿Es posible que el mal presentimiento de Okura haya sido cierto…?
Tomohisa se hincó de hombros.
- Iré a hablar con Kei-chan.
- Pi, no.
- ¿Por qué?
- No quiero que se levanten falsos rumores. Por lo pronto… ¿Puedes hacerme un favor? – Le pidió, sonriéndole pícaramente, ocasionando que Tomohisa suspirara -. He perdido mi llave, estoy seguro de que con eso entraron a la habitación. ¿Puedes ir a reportarlo a la recepción?
- Sí, sí, sí…
- Gracias.
- ¿Qué harás tú ahora? – Le preguntó, viendo cómo Toma abría la puerta  de su habitación.
- Tengo miedo… De que esté solo… Voy a quedarme con él.
Tomohisa asintió y se dirigió a la recepción. Le pareció no tan raro pero sí casual que Ryo haya estado hablando con una de las hijas de la dueña del lugar cuando él estaba yendo en su misma dirección. Al verlo acercarse, Ryo le dedicó una rápida mirada y fue a reunirse con el resto de sus amigos de pandilla.
- Disculpe – Llamó su atención Tomohisa, ocasionando que la muchacha lo mirara -. Vengo a reportar la desaparición de la llave de uno de los cuartos.
- Oh, claro. Espere que le aviso a mi madre.
- Ah, señorita…
- ¿Sí?
- No le sugiero que se haga amiga de aquel chico…
- ¿Eh? Pero, ¡¿qué cosas dice…?! – Preguntó la aludida, visiblemente nerviosa.
- Ryo no es… la clase de persona que haya aparentado ser con usted…

- Tegoshi-kun, ¿quieres ir a bañarte? – Le preguntó Toma. Había intentado dormir, pero con Yuya en aquel delicado estado, no había podido, por lo que jugó con su celular hasta que se hartó de él.
- Mhh. Eso haré – Le respondió el rubio, quizás en su mismo estado de aburrimiento. Podrían haber prendido el televisor, podrían haber hablado de cosas triviales, pero no querían, no sabían del todo bien de qué hablar. Yuya se levantó y buscó con la vista algo lo más parecido a su toalla. Aunque Toma ordenó la ropa lo más rápido que pudo aprovechando que él estaba dormido, terminó apilándola a los pies de su cama.
- Ah… Si no encuentras tu toalla – Se acercó a los pies de la cama para poder sacar su toalla de entre una pila de ropa -… Puedes usar la mía.
- Lo siento.
- No tienes nada que lamentar, ya te lo dije – Negó con la cabeza, mirándolo. Sin decir más nada, dejó que se dirigiera al cuarto de baño. Volvió a sentarse sobre la cabecera de la cama y miró el espejo cubierto. Se levantó de la cama y se remangó las mangas de la camisa.

El efecto del agua cayendo sobre su cuerpo lo calmaba. Cerró sus ojos y se dejó llevar por el repiqueteo del agua contra los azulejos del baño. No supo cuánto tiempo había estado allí, notó que se estaba quedando dormido, por lo que salió. Se vistió con una remera y un pantalón de jogging y salió. Vio a Toma refregando lo escrito en el espejo, refunfuñando.
- Demonios – Dijo, lanzando un trozo de lo que parecía ser parte de la remera que estaba en el suelo. Quería abrazarlo, agradecerle, decirle muchas cosas, pero, por sobre todas ellas, la verdad. Pero no podía, tenía miedo. Se acercó a él, sin hacer ruido y sacó el pedazo de tela del balde con agua y jabón. Se trepó a la cómoda y empezó a  fregar.
- Lamento todo esto. Aunque usted diga que no tengo nada que lamentar, la verdad es que no es así, todo lo que está sucediendo es mi culpa. Al menos, déjeme ayudarlo para enmendar un poco todo esto.
Toma se lo quedó mirando con los ojos abiertos. Miró sus manos. Estaban rojas y le dolían. No sabía desde hace cuánto había mandado por aquel balde para limpiar aunque sea un poco aquel espejo. No quería esperar al día siguiente, quería que al salir Yuya del baño pudiera encontrarse con su reflejo sin ninguna frase doliente de por medio. Extendió una de sus manos y luego la otra para rodear su cuerpo, hundiendo su rostro sobre su hombro.
- Te dije que no tienes nada por lo cual pedir perdón. Pero… Quiero que confíes en mí. Cualquier cosa que suceda, quiero que me lo cuentes. No quiero que me veas como a un senpai, sino como a tu amigo.
Había un problema con sus palabras. No podía verlo así. No sabía muy bien desde hacía cuando, pero ya no podía verlo de ese modo. Aún así, asintió, siguió actuando como lo venía haciendo desde el día 19 del mes anterior.
- Gracias, senpai. Yo… Yo le diré todo lo que suceda… Todo -Lo soltó. A Yuya le pareció oír un “de nada”, proveniente de Toma, pero no dijo nada. Después de todo, le estaba mintiendo y no quería ahondar más en el tema. El mayor se agachó para sumergir la otra mitad de la remera en el balde y sacarla para ayudarlo a terminar de limpiar el espejo -. ¡Ah! ¿Senpai?
- Dime.
- ¿Y esta remera?
- Es mía. No la usaba mucho, así que…
El aludido dejó caer la remera, mirándolo con los ojos abiertos. Quería decirle algo, pero de sus labios no salía palabra alguna.
- ¡Realmente lo siento mucho! – Exclamó finalmente, desatando la risa de Toma, la cual aumentó en su volumen al oír un par de golpes en la pared, proveniente de las personas que dormían en el cuarto de al lado.
- No te preocupes – Le dijo, finalmente, sin perder su sonrisa -. Lo único que quiero es ayudarte.
- ¿Por qué? – Le preguntó, escurriendo un poco el agua del trapo.
No obtuvo respuesta. Toma se lo quedó mirando unos segundos, preguntándose internamente cómo responder a su pregunta, cuando la verdad es que ni él lo sabía. No podía darle una respuesta válida y mucho menos sincera.
- Porque… sí –Atinó a responder.
Estuvieron en silencio, no sabían qué más decir. Ambos ya estaban cansados de mentirle al otro y de conformarlos con tímidas sonrisas cuando en realidad, sin saberlo, sus sentimientos para con el otro eran plenamente correspondidos.

Eran casi las tres de la madrugada cuando el silencio se cortó con el bostezo que salió de los labios de Toma.
- ¿Tiene sueño? – Le preguntó Yuya, mirándolo escasos segundos.
- ¿Qué? ¿Tú, no?
- Algo.
- Ahhh – Suspiró el mayor, bajándose de la cómoda y mirando el espejo completamente limpio -. Hacemos un buen equipo, ¿no lo crees? – Le preguntó extendiéndole su mano manchada de negro, culpa del marcador que habían estado borrando.
Yuya miró su mano y luego a Toma.
- ¿Quiere que estreche esa mano? – Preguntó, sonrisa por medio, señalando su mano.
- Discúlpame, pero tus manos están mucho más sucias que las mías – Respondió Toma, ocasionando que Yuya se quedara sin palabras al mirarse las manos y hallarlas igual o aún más sucias que las del mayor. Toma rió, ensuciando el rostro de Yuya con sus manos manchadas.
- ¡Waaaa! ¡Nooo, senpai! – Se quejó el menor, pero aquellos quejidos no llegaron a oídos de Toma. Yuya logró zafarse de él y llegó hasta su cama, cayendo sobre la misma al tropezar con sus zapatos. Toma se sentó en sentido contrario al suyo, riendo ambos hasta escuchar nuevamente un par de golpes sobre una de las paredes de los cuartos contiguos, acompañados estos por varios insultos.
Después de todo eran casi las cuatro de la mañana. Yuya suspiro, dejando de reír y cerró sus ojos. Toma corrió suavemente los mechones de cabellos dispersos sobre la frente del menor. En ese momento sintió que quería demostrarle que lo protegería, y que lo haría para siempre. Yuya abrió sus ojos lo más grande que pudo al sentir el suave beso que le estaba siendo dado sobre sus labios. Toma no buscaba hurgar en su intimidad en lo más mínimo, con esa acción quería demostrarle lo que no podía decirle. Se separó de él luego de unos momentos, sintiendo una opresión en su pecho. Estaba feliz, sumamente feliz -. ¿Por qué… está sonriendo…? – Susurró.
- Porque estoy feliz – Dijo, jugando con sus cabellos. Yuya no entendía qué era lo que estaba sucediendo, pero aquel beso lo dejó sin palabras -. Porque no puedo… hacer otra cosa -. “No puedo decirte lo que siento por ti”, eso era lo que realmente quería decirle -. Bueno – Se levantó, dirigiéndose al baño -. Vamos a lavarnos las manos y a dormir.
Cuando Toma salió del cuarto de baño, encontró a Yuya sumergido entre sus sábanas. Sonrió. Se le acercó y acarició sus cabellos dorados.
- ¿Senpai…?
- ¿Sí?
- Si le pido algo… No va a malinterpretarlo… ¿Verdad?
- Dime que es… Sino, no puedo decir si lo voy a malinterpretar o no.
- ¿Puede… dormir conmigo esta noche…? Es decir… ¿En la misma… cama…? – No podía verlo a la cara y decirle eso. Sabía que su rostro estaría igual de rojo que un tomate. No recibió respuesta alguna. La mano sobre su cabeza dejó de acariciarlo y luego de unos segundos, notó que ya no estaba más ahí. ¿Habría malinterpretado sus palabras? Peor que eso, notaba el poder de su cobardía, el poder de no ser sincero con sus sentimientos para con él. De un momento a otro notó que estaba siendo rodeado de la oscuridad. La leve luz proveniente de la calle era la única fuente lumínica en el cuarto. Podía oír con claridad los latidos de su corazón. En medio de la oscuridad y en el encierro de sus sábanas, podía escucharlos claramente. Sintió frío en su espalda y luego calor. El calor del cuerpo de Toma, quien le estaba dando su respuesta.
- No voy a dejarte nunca. Quiero que... me permitas protegerte.
El aludido se acurrucó contra su cuerpo y lloró. Pero aquellas lágrimas eran de felicidad. En ese momento, no le importó el mañana, no le importó el qué dirán, estar entre sus brazos era algo que no quería cambiar por nada. No quería que hubiera un mañana si eso significaba estar lejos de aquella persona y de ese cálido abrazo que le estaba dando. Asintió con la cabeza, no habían más palabras, no las necesitaban, aquel contacto, aquel calor, era lo único que ambos necesitaban del otro; pero del mismo modo en que su amor era recíproco, del mismo modo lo era la cobardía y el miedo a ser rechazado.

Quizás deba agradecer a la persona que buscó causarme dolor al recordar lo sucedido.
Gracias a ese dolor que buscó causarme, termino dándome una de las más grandes satisfacciones.
Aunque, una parte de mí estaba inquieta al pensar en qué seguiría a continuación dentro del instituto Kitagawa, otra parte de mí estaba feliz, porque estaba más cerca que antes de la persona que amaba.

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