6 de marzo de 2020

[Waves of Tension] Capítulo 08: Long Train Running

Ciaossu~!!
Finalmente llegamos a la primera actualización del año de WoT :) (si es que la estuvieron leyendo en Wattpad, acá está finalmente).
Pero, ¿por qué estos Sam y Dean adultos? Van a tener que leer para saberlo :P
Enjoy~ ♥



Título: Waves of Tension.
Fandom: Supernatural.
Pairing: Dean Winchester/Sam Campbell.
Formato: Longfic.
Género: AU, drama, lemon, romance.
Rating: PG-13 (pero van a haber capítulos NC-17).
Número de palabras: 4488.
Sinopsis: Sam es forzado a enfrentarse al pasado cuando debe reemplazar a su socio en un caso. Sin saberlo, aceptará estar frente a Dean a sabiendas de que su corazón no ha podido olvidarlo.  
Notas: El título de este capítulo es por el cover que cantan Jason Manns y Rob Benedict.


Acordate que también podés seguir esta historia en las siguientes plataformas: Amor::Yaoi, AO3, Livejournal :)
En Wattpad sólo van a estar publicados los links a las plataformas arriba mencionadas. En caso de empezar a publicar en alguna otra, se avisará por acá y por las redes sociales. Pero, en caso de que encuentren mis fanfics en otra plataforma y no haya sido informado, por favor avísenme en Facebook o Twitter porque fue subido sin mi consentimiento.


------------------------------------
 
Capítulo 08: Long Time Running.

El viaje hasta la ciudad había sido más largo de lo pensado, sobre todo después de que el autobús pinchara un neumático en medio de la nada. Ni siquiera había ido a parar a un hotel, estaba decidida a hacer lo que tenía que hacer, así que después de dar vueltas por lo que pareció ser una eternidad, su sonrisa se ensanchó al darse cuenta que las letras del cartel al lado de la puerta de un edificio coincidían con las que estaban en el papel arrugado que tenía entre sus manos. Agarrando su valija entre sus manos, subió los pocos escalones que la separaban de la puerta de entrada y abordó el ascensor. Eran apenas dos pisos pero que con tremenda valija, serían imposibles de subir. Eso sin contar lo que le dolían los pies. Saludó con un gesto al hombre que entró al ascensor cuando ella salió. Corroboró el número de apartamento con el que tenía en el papel y tocó el timbre. Al cabo de unos pocos segundos, fue atendida por una mujer de cabellera rubia atada en una cola de caballo.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?
—Hola… Vengo de parte de Zach…
—Ah, lo siento, pero él no se encuentra el día de hoy…
—Lo sé. Me dijo que viniera a hablar de mi situación con su socio, ¿puede ser?
La muchacha al otro lado de la puerta se quedó pensando unos instantes.
—Pase. Veré si no está ocupado y la puede atender —le dijo, haciéndose a un lado para dejarla pasar.
—Espero que sí. Llevo horas viajando.
—¿Viene de muy lejos? —la mujer asintió con la cabeza—. Mientras voy a anunciarla, le preparo un café, ¿está bien?
—Muchas gracias.
—¿Podría decirme su nombre, por favor?
—Lee, Suzanne Lee —la muchacha asintió con la cabeza y se perdió en un corredor a espaldas de la recién llegada. Ella se sentó en los asientos que estaban cerca suyo e inspeccionó el lugar con la vista. A los pocos minutos, la muchacha regresó.
—Acompáñeme, por favor.
La mujer se levantó y siguió a la recepcionista arrastrando su valija. Ella le dio el paso para que ingresara a una de las oficinas donde el socio de Zach la esperaba. El aludido, vestido con una camisa blanca arremangada, pantalón color ocre y zapatos de charol, se le acercó y le extendió su mano.
—Buenas tardes. Zach me dijo que vendría.
—Espero no estar molestando.
—Por supuesto que no, pase. Becky, ¿podrías traernos un café a la señora Lee y a mí?
—En eso estaba —le dijo la aludida con una sonrisa antes de retirarse—. Enseguida se los traigo.
—Muchas gracias —le dijo el hombre—. Siéntese —agregó dirigiéndose a la mujer.
—Puedes tutearme, no creo que tengamos tanta diferencia de edad.
—Está bien —dijo el hombre sonriendo mientras se sentaba en el sillón al otro lado de su escritorio—. Y bien…, Suzanne, ¿no?
—Suzy. Suzy está bien.
—Entonces, Suzy. Como sabes, Zach está por hacer un viaje y no podrá hacerse cargo de tu caso, pero me dijo que yo te asesorara en lo que pudiera.
—Gracias.
—¿Quieres contarme de qué se trata? —preguntó el hombre, agarrando un papel en blanco y un bolígrafo.
—Han secuestrado a mi hija —el aludido la miró por unos instantes. Estaba por escribir todo lo que ella dijera, pero decidió apoyar su espalda contra el respaldo de la silla, oír toda la historia y sacar sus conclusiones luego—. Hace seis años fui a este pueblo a vivir con mi padre. Ahí conocí a un chico y nos enamoramos —la voz de la mujer sonaba nostálgica a medida que contaba su vida. Se interrumpió a sí misma cuando la secretaria entró a la oficina con una taza de café para cada uno—. Meses después, llegó nuestra bebé. No te imaginas lo hermosa que es, unos enormes ojos verdes y un cabello dorado…
—Igual a ti.
—Igualita a mí —reiteró Suzy, sonriendo—. Empezamos a vivir en casa de su padre. Cuando el mío se enteró de lo sucedido, dejó de hablarme. Pero cuando di a luz… Bueno… Digamos que recuperé por lo menos al abuelo de mi hija. Los primeros meses estuvieron bien, pero mi suegro tiene problemas con el alcohol, y su hijo igual —el abogado aprovechó la pausa hecha por la mujer para anotar algo en la hoja frente suyo.
—¿Él te atacó en algún momento? ¿A tu hija?
—No, no, para nada. Pero, sabes… No es agradable sentir el particular aroma a alcohol cuando vas a buscar a tu hija a su cuna. Incluso varias veces lo hemos encontrado inconsciente en el suelo e ido a las corridas al hospital.
—Claramente no es un ambiente sano para un bebé…
—Le dije a mi novio que nos fuéramos. Le advertí que si no lo hacíamos, rompería con él y nunca volvería a ver a la niña.
—Por ley, sabes que eso no es posible… Él sigue teniendo el derecho de ver a su hija…
—Lo sé. En su momento, funcionó. Alquilamos algo cerca del centro del pueblo, y todo estaba bien. Creí que todo estaba bien. Mira, no sé si fue la mudanza o qué, pero desde que trajo sus cosas de la casa de su padre, él empezó a comportarse… extraño. Varias noches lo vi llorando en la mecedora en la habitación de nuestra hija, o irse a media noche en su auto y no regresar hasta el día siguiente. Por haberme quedado esperándolo la primera noche, me llamaron la atención en el trabajo por llegar tarde —recordó con una sonrisa en el rostro.
—¿Dónde trabajas?
—En un jardín.
—¿Trabajas con niños?
—Sí. Al ser un pueblo pequeño…, no piden demasiadas referencias para entrar a trabajar. Siempre y cuando el trato con los niños sea el correcto y los quieras, eres bienvenido. Eso sin contar que soy amiga con una de las maestras y la directora del lugar.
—Eso es trampa.
—Un poquito.
—¿Qué más podrías contarme?
—Me estoy olvidando de lo importante. Todo por querer contarlo todo desde el principio —su oyente se sonrió—. Un día tuve que dejar el trabajo e ir al hospital de urgencia porque se había olvidado a la bebé en la bañera mientras él estaba bebiendo. Se quedó dormido, y… se la olvidó. Esa fue su excusa.
—Me imagino que hiciste la denuncia.
—Cuando llegué al hospital, se lo estaban llevando a la comisaría. Me enteré que se la pasó gritando y llorando.
—Qué terrible.
—Después de eso, tuve que pedirle a mi padre que cuidara a mi hija cuando yo no estaba. Ya se lo dije, no recuperé a mi padre, pero sí al abuelo de mi hija. Mi novio volvió formalmente al trabajo-
—¿Él no se encontraba trabajando?
—No. Tiene forma parte de un negocio, pero nadie tiene problema si no presenta la cara. El dinero sigue entrando a casa.
—Ya veo —el hombre anotó otra cosa en su hoja.
—Hace una semana llegué a casa y me encontré con una nota que me decía que volvía con su padre. Pero en la nota no me dijo que se llevaría a nuestra hija. Fui a lo de mi padre pensando que ella seguía ahí, pero me dijo que el desgraciado le mintió diciéndole que se la llevaría para pasarme a buscar al trabajo. Cuando no atendió mis llamadas, ¡imagínate mis nervios! ¿Y si habían chocado camino al trabajo? ¿O a casa? Mis amigas, que me habían llevado hasta allá, me llevaron a la casa de su padre, como último recurso, y su auto estaba estacionado ahí, sin un solo rasguño. En el asiento trasero vi la sillita en la que llevamos a nuestra niña. Casi tiro la puerta a golpes, pero sólo conseguí que nos echara de la casa. La última imagen que tengo de mi bebé es ver su carita llorando mientras ese viejo la tenía entre sus brazos, y por supuesto, con una botella de cerveza en la otra mano —agregó Suzy la última frase con una expresión de asco.
—De acuerdo —señaló el hombre suspirando. Su oyente lo miró—. Voy a ayudarte con esto, Suzy. Definitivamente no está bien lo que te hicieron, y tienes muchas cosas a tu favor para que esto sea pan comido.
El rostro de la mujer pareció iluminarse ante las palabras del hombre. Le daba alegría que su viaje no hubiera sido en vano.
—Muchas gracias —le dijo, incorporándose de un salto y extendiéndole la mano al hombre, quien imitó sus movimientos y la estrechó con firmeza—. Déjale tus datos a Becky, ¿de acuerdo? Me dijiste que viniste de parte de Zach, ¿no? Bueno, ella es su hermana.
—¿En serio? —preguntó Suzy, acompañando al hombre a la entrada de la oficina—. No lo sabía.
Becky apareció cual resorte en el pasillo.
—Becky, tómale los datos a Suzy. Me haré cargo de su caso.
—Le dije a Zach que lo harías.
El hombre se sonrió.
—De nuevo, muchas gracias. El pueblo es muy pequeño, así que si necesitas algún dato escabroso de Dean que nos ayude para hundirlo, estoy segura que lo encontrarás —le dijo Suzy, entregándole un pequeño papel que su futuro abogado leyó, quedándose estupefacto al reconocer la calle y el lugar.
—¿Tú vives aquí?
—Sí, ¿por qué? ¿Algún problema?
El aludido negó con la cabeza, todavía pensando.
—Dean. Dijiste Dean. ¿Cuál es su apellido?
—Winchester. Su nombre es Dean Winchester.
Becky se quedó mirando el rostro pálido cual muñeca de porcelana de su amigo, pero optó por no llamar su atención y atender a Suzy para que se fuera lo antes posible. Cuando terminó y regresó a su oficina, lo vio en el mismo lugar, con la mirada perdida.
—¿Sam? Sam, ¿te encuentras bien?
El aludido la miró. Su mirada esmeralda se posó sobre ella, dubitativa, triste.
—¿Qué haces, Becky? ¿Qué haces cuando el pasado regresa por ti de la peor manera? —le preguntó.



Zach estaba sentado con las piernas cruzadas debajo de su trasero, devorando una porción de pizza mientras miraba a Sam caminando de un lado a otro de la habitación.
—¿Estaba así en la oficina? —le preguntó a su hermana inclinándose un poco hacia ella que estaba sentada a su lado, sobre el sillón.
—Ahora por lo menos se mueve…
—¡Entonces! —Zach sacó a Sam de sus pensamientos, ocasionando que dejara de caminar y lo mirara—. ¿Ese Dean es tu Dean?
—¿Tu Dean? —repitió Sam—. Ningún “tu Dean”.
—Amigo, si no te afectara tanto, no estarías como un tigre enjaulado —reconoció Zach, incorporándose de un salto del sillón para agarrar otra porción de pizza de la caja abierta en la isla de la cocina—. Pero es una locura lo que me estás contando. Sabía que Suzy tenía problemas con su novio, sabía que era madre, pero, ¿cuántos años tiene?
—Me dijo que seis —respondió Rebecca, asomándose—. ¿Me pasas una? —Zach le frunció el ceño comiendo su porción—. ¿Por favor? —el muchacho sonrió y le extendió la caja que ella dejó sobre la pequeña mesa al lado del sillón.
—No podré hacerlo —los hermanos miraron a Sam ante su decisión—. Zach, lo siento, pero no podré hacer esto.
El aludido se lo quedó mirando hasta que terminó su porción, no dijo nada, se limpió las manos con una servilleta de papel, luego la boca y la lanzó al fregadero antes de ir a su dormitorio.
—Sam…
—Becky… No.
—¿Cómo piensas seguir avanzando de esa forma? Quizás el destino te haya puesto otra vez a Dean en el camino.
—Qué destino de mierda el mío —suspiró el muchacho sentándose a su lado.
—Sam —volvió a llamarlo la muchacha, él la miró—, creo que por lo menos deberías intentarlo. Este viaje es muy importante para Zach.
—¡Lo sé! Eso es lo que me tiene tan mal, Becky. No quiero que esto termine siendo un problema.
—Entonces, ¡deja de querer ahogarte en un vaso de agua! Además, allá tienes a tu familia para que te ayude, ¿no es cierto?
—Es verdad.
—¿Hace cuánto que no los ves?
—Pues… Desde que vine con Lucifer…
—Más o menos hace seis años…
—Hace seis años…
—Mira, mi sugerencia es que vayas. Yo hablaré con algunos amigos a ver si pueden hacerse un tiempo para suplirte si al final no funciona, ¿qué te parece?
—Gracias, Becky.
—Voy a limpiar el desastre que dejaron en la cocina.
—Eso que pedimos comida a domicilio —dijo Sam, incorporándose y yendo a hablar con Zach sobre su cambio de decisión.
—Sí, trata de fijar alguna otra fecha en lo que yo me encargo de este caso, por favor —oyó Sam decir a su amigo a alguien al otro lado de la línea de teléfono—. Gracias, mantenme al tanto —Zach cortó la llamada, suspiró y se sentó sobre su cama.
—Voy a hacerme cargo del caso. Así que vuelve a llamar a quien sea con quien estabas hablando y dile que no cambie nada.
—Sam, ¿estás seguro?
—Por supuesto que no. Becky va a hablar con unos amigos suyos a ver si pueden hacerse cargo por si no funciona. Y creo que yo también voy a hacer lo mismo.
—Oye, Sam —el aludido lo miró—. ¿No vivía por ahí esa morena forense que te había echado el ojo en una fiesta hace un par de años?
—Qué memoria tienes…
—Desde que te conozco fue la primera vez que te vi con una mujer, claro que voy a recordarlo.
Sam se sonrió.
—Y sí, vive en la ciudad.
—Podrías darle una pequeña visita. Digo…, para saber cómo está.
—Seguro. Y Zach…, trataré de hacer las cosas bien.
—Sé que lo harás.
Sam se encerró en su habitación, se lanzó a su cama y cerró los ojos. Estuvo unos pocos segundos en silencio antes de arrastrarse hasta la cabecera y agarrar su teléfono. Entró a una de las redes sociales de Jack y le dijo que volvería a casa. Segundos más tarde, estaba recibiendo una llamada.
—Hola, primo.
—“¿Quieres explicarme qué quisiste decir con eso?”, preguntó Jack al otro lado.
—¿Qué es todo ese ruido?
—“Estamos en Argentina. Una banda que nos había contratado en Estados Unidos está en una gira de conciertos, y aquí estamos. No te das una idea, Sam, es una locura.
—Lo estoy oyendo de fondo. Mírate, viajando al extremo sur del planeta.
—“El país más austral del mundo”, Sam rió al otro lado. “¿Y bien? ¿Vas a explicarme de qué se trata todo este asunto?
—A Zach le surgió un caso y como él tiene un viaje que hacer le dije que me encargaría. Claro que no estaba enterado de que era en casa, primero dije que sí.
—“¿Y no puedes renunciar?
—No. Mira… Quizás sea lo mejor, ¿sabes?
—“Sabes lo que pienso al respecto.
—Lo sé, Jack, pero… Ya dejé de ser ese niño que necesitaba que lo cuidaran.
—“No voy a estar tranquilo contigo allá, Sam. Tú sabes que-
—“¡¡Hola, Sammy!!”, oyó el aludido decir al padre de Jack. “¡¿Cómo estás?!
—Bien, Luci. ¿Y la banda?
—“Estamos genial. Este país es increíble. Tienes que venir alguna vez.
—Lo haré, lo haré.
—“La próxima vienes con nosotros, ¿de acuerdo?”, Sam se sonrió al oír los gritos de Jack pidiéndole a su padre que le entregara su teléfono.
—“Detesto cuando se pone así de den- ¡Deja de darme besos! ¡Me dio un beso! ¿Puedes creerlo? ¡Eres una vergüenza de padre!
Aunque Jack seguía quejándose de su padre al otro lado de la línea, por lo que estaba por acontecer, Sam no evitó que su cofre de los recuerdos se abriera con las palabras de Jack y recordar a John y la explosiva relación que tenía con Dean. También recordó a Ellen y Joanna. ¿Ellas estarían bien? Mientras respondía a lo que preguntaba Jack con monosílabos, Sam se levantó y se acercó a su laptop. Abrió el explorador y buscó el nombre de Joanna en Facebook. Todavía lo recordaba.
La primera imagen que le apareció fue una suya probablemente en una playa con el sol tapando parte de su cara y su torso, pero su sonrisa era más brillante que aquel astro. Como imagen de perfil estaba su rostro decorado con una divertida expresión de confusión. Más abajo encontró solo fotografías suyas. No pudo ver más que eso. Dentro de su información, vio el nombre de Ellen y su parentesco como madre de Joanna, y el de Dean como su hermano. La mano que estaba sobre el mousepad de la computadora, tembló.
—Jack, tengo que irme —le dijo Sam antes de cortar abruptamente la llamada, del mismo modo en que bajó la tapa de la laptop. Sentado, viendo su débil reflejo en el vidrio de la ventana, Sam sintió que su corazón latía como hacía mucho tiempo no le pasaba. Como sólo latía cuando estaba cerca de Dean. Se llevó ambas manos a la cara y se escondió detrás de ellas. ¿Podría llevar ese caso adelante? ¿Realmente podría hacerlo si Dean estaba en el medio de todo?



Había decidido ir en auto. Sabía que quedaba lejos y que le llevaría sus buenos días, pero su automóvil estaba preparado para el camino, y nunca estuvo más seguro de ello. Cada una de las veces que se detuvo a comer algo en algún restorán en medio del camino o una estación de servicio, volvió unos cuantos kilómetros, desistiendo de la idea de ayudar a Suzy, pero otra parte suya, la más razonable, le hacía dar cuenta que ya le había dado su palabra y que no podía dar marcha atrás. Quizás por eso había tardado tanto.
El vehículo color azul se detuvo frente a la casa de los Novak. El tiempo había pasado para él, pero no para esa casa. Seguía igual que el poco tiempo que Sam vivió en ella. Bajó del vehículo, tocó el timbre y esperó. Al otro lado de la tela mosquitera, al reconocerlo, Kelly le sonrió, iluminando el día de Sam.
—Tía.
—Sam —la mujer abrió la puerta que los separaba y lo abrazó con ternura. Luego lo soltó y agarró sus brazos con fuerza—. Estás…
—Alto.
—Muy alto —reconoció la mujer conteniendo las lágrimas—. Jack me dijo que venías. Pasa, pasa —le dijo, haciéndose a un lado para que entrara al que siempre había sido su hogar—. ¿Por qué no me dijiste que estabas llegando? Jimmy debe estar volviendo del mercado.
—No te preocupes. Hoy sólo estoy de paso.
Kelly, que estaba por poner agua a calentar en la cocina, lo miró.
—¿Qué? ¿No vas a quedarte aquí?
—No, ya he hecho una reservación en el motel de la ciudad. Me queda más cerca del juzgado y eso.
—Ah… Cierto que vienes por un caso, ¿no es así?
—Sí… Tía —la mujer lo miró, ambos sentados en torno a la mesa de la cocina—… No se lo dije a Jack por obvias razones, pero este caso está relacionado con Dean —el rostro de duda de Kelly le dio pie para seguir hablando—. Me imagino que conoces a Suzy.
—Sí, por supuesto.
—Quiere presentar cargos por secuestro. Aparentemente Dean se llevó a su hija y no quiere que la vea.
—Por Dios —suspiró Kelly—… ¿Y tú qué harás?
—Trataré de ayudarla. Mi amigo y socio del buffet me dijo que lo cubriera en esto, y no puedo defraudarlo.
—¿Estás seguro de eso?
La mirada color cielo de su tía hizo añicos la fuerza que Sam había fingido tener. Desvió la mirada, sintiendo sus manos temblando sobre la mesa de madera.
—Sí. Daré lo mejor de mí —luego de unos instantes de silencio en lo que Kelly se levantó a preparar dos tazas de té, Sam la imitó—. ¿Te parece si dejamos ese té para otro día?
—¿No vas a quedarte a esperar a que llegue tu tío, siquiera?
—No, no. Estoy demasiado cansado por el viaje. Creo que dormiré todo el día cuando llegue al motel.
—Está bien. Cuando quieras venir a almorzar o a cenar, sabes que las puertas de esta casa están abiertas para ti.
—Lo sé, tía. Te lo agradezco.
—Cuídate, por favor.
Kelly acompañó a Sam hasta el porche y lo saludó con su mano el alto mientras lo veía alejarse con su vehículo. Sam dio la vuelta a la manzana y decidió ir por la calle paralela en sentido contrario al que debería haber ido.



Su vehículo se detuvo frente a un jardín familiar. Un Chevrolet Impala color negro brillaba con los rayos del sol que se posaban encima. Sam descendió del vehículo y cruzó el portón. Mientras se acercaba a la puerta de entrada de esa casa, se sentía cada vez más pequeño. Subió los escalones que lo separaban de la puerta y reparó en la presencia de dos esferas esmeraldas que lo miraban con una mezcla de curiosidad y protección de su hogar.
—Hola —le dijo Sam a la pequeña niña que jugaba con unas muñecas de trapo. Su cabellera dorada estaba a punto de desarmarse. El lazo con el que había estado atado se le estaba desarmando poco a poco—. ¿Podrías decirme dónde está tu papá? —le preguntó, arrodillándose a su lado.
—¿Sammy? —su voz le hizo erizar hasta la última hebra de cabello que cubría su cuerpo. La puerta se abrió repentinamente, dando paso a Dean. Sam lo veía prácticamente igual a la última vez lo que vio. Se había cortado el cabello y lo llevaba peinado hacia atrás, sus facciones se habían endurecido, pero su mirada seguía teniendo ese no sé qué que lo hacía tan especial—. Sam —musitó, al verlo arrodillado en el suelo al lado de su hija.
—Dean —mencionó el aludido su nombre mientras se levantaba.
—Estoy aquí, papi —le dijo la niña, acercándose a él y agarrando su pantalón. Dean la alzó y se quedó mirando al recién llegado.
—¿Quieres pasar? Es hora de su merienda. Podemos hablar cuando termine.
Sam asintió con la cabeza y siguió al dúo dentro de la casa. Al igual que Dean, en su interior la casa había cambiado. Los muebles habían sido cambiados de lugar, la disposición de la cocina había sido modificada, y el color era diferente. Supuso que esa había sido la mano de Suzy. Dean le dijo que se sentara donde quisiera. Su hija no le sacó la mirada de encima a Sam ni siquiera cuando estaba bebiendo su merienda. En eso se parecía a su padre, era totalmente territorial. Cuando terminó su merienda y bajó de la silla, entró Bones desde el patio trasero, como si hubiera estado esperándola y, luego de pasar a saludar a Sam, salió junto a la niña al patio delantero. Dean se le acercó y le entregó un vaso de agua.
—Gracias —le dijo Sam, agarrando el vaso entre sus manos.
—Estás…
—Alto —dijeron ambos al unísono.
—Sí, alto… Te ves bien, Sammy. ¿Cómo es-?
—Si vine aquí… es en calidad de abogado de Suzy.
—¿Suzy?
—Serás demandado por haber secuestrado a tu hija.
—Oyes lo que estás diciendo, ¿no? —le preguntó luego de darle un sorbo a su cerveza—. ¿Te dijo que me está metiendo los cuernos con un tipo de su trabajo? Un médico o algo así. Padre soltero, por supuesto.
—La vida íntima de mi cliente no me incumbe. En cambio, sí es de mi incumbencia que se cumpla la ley.
—No voy a entregársela, Sam. ¿Quieres llevar esto a juicio? Hazlo. Me importa un comino.
—¿Y si la situación fuera al revés? Si Suzy fuera la que descubriera que tienes un amorío y se llevara a tu hija, ¿no harías tú lo mismo?
—¿Demandarla? Por supuesto. Samantha es mi vida.
—¿Samantha…?
—Se llama Samantha. ¿No te lo dijo?
—No…
—Me doy cuenta —bromeó Dean al ver la expresión de sorpresa en el rostro de Sam y dándole otro sorbo a su bebida. Sam lo miró y observó un dije familiar entre sus ropas. El movimiento que hizo Dean al levantar su botella hizo que se asomara apenas de entre su camisa entreabierta. Cuando volvió su vista a él, Sam desvió la suya, no quería que se diera cuenta que lo estaba observado.
—Si eso es lo que quieres —Sam sacó uno de los papeles que llevaba consigo en una carpeta y se lo entregó a Dean—. Pasado mañana tendremos la primera audiencia de conciliación. Sugiero que te consigas un abogado y te presentes.
Sam estaba por salir huyendo del lugar pero fue detenido por la voz de Dean.
—Así que abogado, ¿eh?
Después de lo sucedido con Dean, James y Kelly acordaron que lo más sensato sería enviar a Sam lejos de su hogar, aún cuando hacía poco que él había llegado a sus vidas. Kelly ya no tenía más familiares vivos, y James era hijo único, por lo que encontrar a alguien que se hiciera cargo del muchacho hasta que cumpliera la mayoría de edad se estaba volviendo imposible. Había sido a Jack a quien se le ocurrió la idea de mencionar a su padre. Y a él pareció agradarle la idea. Se encontraba cerca del pueblo, así que pasó a buscarlo. Tenía la suerte de que en la ciudad donde estaba tenía un conocido director de una secundaria que debido a lo que Sam viajaba con el grupo, fue indulgente con las inasistencias de Sam, a quien no le importó cargar con más actividades extracurriculares con tal de hacer valer las clases a las que no podía asistir a la secundaria.
Cuando Sam tuvo la edad suficiente para vivir solo, hizo uso de la caja de ahorros que su madre y su abuela habían mantenido para él. Debido a este percance, cuando llegó el momento de cruzar las puertas de Stanford, debió acreditar sus conocimientos para obtener una beca. Sam tuvo la suerte de haber estado entre ese grupo selecto.
¿Qué lo había llevado a tomar la decisión de ejercer la abogacía de entre las miles de carreras que había en el país para elegir? Porque siempre había algo recordándole lo que Jessica se había preocupado por él esos días oscuros en que estuvo encerrado. Nunca le dijo la verdad a la mujer y aún así ella hizo todo lo posible por liberarlo, y lo había logrado.
—Sí, abogado.
—Te sienta bien.
Sam asintió con la cabeza a modo de respuesta, dedicándole una rápida sonrisa.
—Nos vemos luego.
—Nos vemos, Sam —Dean abrió la puerta de entrada, Samantha estaba jugando al lado—. Sammy, saluda al señor que ya se va.
La niña se giró y miró a Sam.
—Adiós.
—Adiós…, Sammy —devolvió el aludido el saludo sintiéndose extraño al mencionar su propio apodo.
Llegó con pasos ligeros hasta su vehículo, lo encendió y fue hasta el centro de la ciudad donde fue detenido por el semáforo. Aflojó el fuerte agarre que mantenía hasta el momento sobre el volante y lanzó un suspiro que ocasionó que rompiera en llanto. Hundió su cabeza entre sus brazos y lloró en silencio. Su corazón aún latía por Dean, y a cada latido, le dolía más que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario