2 de octubre de 2018

[Kinktober 2018] Día 02: Súplicas (Tony Stark x Peter Parker)

Ciaossu~!!
Hoy se viene Starker :)
Había adelantado que se venían ships que me gustan actualmente, así que se la aguantan xD (o no lean, nadie los obliga a leer xD) Y también adelanto que sí, va a haber muuuuucho Starker en algunos de los demás días del mes :3
Creo que voy a dejar de hacer las portaditas xD estoy como tres horas seleccionando las imágenes para cada una ;; e iba a usar las mismas imágenes de los protas variando únicamente la de atrás... pero... bueno... mientras las estaba haciendo me olvidé de ese detalle :) aparte hay caras y caras que expresan lo que es conveniente para la trama ( ͡° ͜ʖ ͡°)
En fin, veré que hago xD porque tengo hechas imágenes de días venideros :(
Sin más, los dejo con el oneshot del día ♡
Enjoy~


Temática elegida: Ass Worship | Súplicas | Juego médico | Watersports.
Fandom: Universo Cinematográfico de Marvel.  Pairing: Tony Stark x Peter Parker.
Formato: Oneshot. 
Género: AU, smut.
Rating: NC-17.
Número de palabras: 1444.
Sinopsis: May va a ver al Dr. Stark para corroborar o no si el tratamiento está haciendo efecto. Sin embargo, el médico tiene otros planes en mente para su paciente favorito.

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Día 02: Súplicas.

El tenso ambiente fue interrumpido por un suspiro de parte de la mujer. El hombre sentado frente a ella dirigió su ceño fruncido a la luz que parecía a punto de apagarse sobre su cabeza, y eso desde hace ya varias semanas.
—¿Puedo verlo? —le preguntó la mujer. El hombre volvió su vista a ella y, a través de sus gruesos anteojos de ancho marco negro, le sonrió.
—Por supuesto —respondió, incorporándose luego—. Esperemos que esté despierto —agregó acercándose a la puerta de la oficina para abrirla—. ¿Me acompaña?
La mujer se levantó y siguió sus pasos por las diferentes habitaciones. Lo único que oía eran gritos, golpes contra las puertas transparentes, risas escalofriantes, hasta que llegó a su habitación.
Un muchacho estaba cantando una canción que ella no llegaba a oír, su mirada estaba perdida al otro extremo de la habitación mientras su cuerpo se mecía suavemente de un lado a otro.
—Peter —susurró la mujer, ya sin poder contener el llanto. Acortó la distancia que la separaba de él, pero el cristal le impedía acercarse más. Apoyó una de sus manos sobre el misma, pero el muchacho dentro de la habitación no reaccionaba, no respondía—. ¿Cuánto tiempo estará así, doctor Stark? —le preguntó, dándole la espalda a la habitación.
—Todavía no lo sabemos, pero está reaccionando favorablemente al tratamiento —reconoció el aludido—. Le dije que no le haría bien verlo en ese estado señora Parker, pero usted insistió tanto que…
—Lo sé, lo sé —reconoció la mujer negando con la cabeza—. Usted tenía razón.
—May —llamó su atención el doctor, tomando sus manos y ocasionando así que ella lo mirara—…, le prometo que haré todo lo humanamente posible para que Peter se recupere. Confíe en mí —finalizó, estrechando a la aludida entre sus brazos. En la habitación, Peter, que seguía cantando, volvió su vista al doctor, a quien le sonrió. Él lo imitó, sin dejar de acariciar suavemente la espalda de May.

Dos leves golpes llamaron su atención. La puerta se abrió dando paso a dos enfermeros que llevaban a Peter sosteniéndolo de su camisa de fuerza. El muchacho tenía la mirada perdida, y un hilo de saliva se escapaba de entre sus labios.
—Aquí está, señor —le dijo uno de los hombres a su superior.
—Muchas gracias —dijo Anthony—. Pueden retirarse.
—Sí, señor —dijeron al unísono los hombres antes de volver sobre sus pasos.
Anthony se quedó mirando al muchacho que estaba a unos pocos pasos de distancia. El hombre estaba sentado sobre el extremo de su escritorio, escudriñándolo con la mirada. Aunque habían pasado varios meses de la llegada del muchacho a su instituto, y muchos otros pacientes en el medio, podía recordar perfectamente la primera sesión con él. Un severo caso de mitomanía. Peter adornaba cada vez más a su conveniencia la misma situación que Anthony le pedía contar. Nunca había tratado a un paciente tan hábil como él. Muchas fueron las veces que había tratado de pasar por sobre Anthony y pocas fueron las que él le hizo creer que lo había conseguido. La sonrisa triunfal de Peter cada vez que salía de su consultorio no tenía comparación. Quizás por eso es que lo había querido mantener con él, y dejarlo en su zona de confort, justo ahí. Finalmente Anthony se levantó y se acercó a él. Peter no reaccionó. Anthony se agachó un poco para encontrar su mirada, pero no lo logró. Se incorporó y se acercó a uno de sus oídos.
—Ya se fueron —susurró. Como si hubiera roto algún tipo de hechizo, Peter enderezó su espalda y trató de que los huesos de su columna vertebral crujieran aún con la camisa de fuerza puesta—. Oíste que se fueron, ¿por qué no te levantaste antes?
—Esperaba un beso de buenos días —bromeó el muchacho.
—No así —dijo Anthony, limpiando el rastro de saliva que estaba prácticamente seca sobre el mentón de Peter.
—¿Y ahora que lo limpiaste?
—¿Qué puedo hacer contigo? —susurró el doctor, recorriendo los enrulados cabellos de Peter con la palma de su mano. Su mano se posó sobre su nuca y acaparó sus labios en un corto beso. Sus labios se separaron, sus miradas se encontraron. Sólo eso bastó para comprender qué necesitaba uno del otro. Sus labios volvieron a unirse, sus besos se volvieron cada vez más intensos, su respiración se volvía cada vez más errática, sus cuerpos sentían quemarse con tanta ropa encima. Peter rió melodiosamente mientras estiraba el labio inferior de Anthony.
—¿Vas a quitarme esto o no?
—No —respondió el hombre, sus ojos fijos sobre los del muchacho. Peter frunció el ceño e infló las mejillas apenas soltó el labio de Anthony.
—¿Por favor?
El hombre se sonrió y volvió a apoyar su cuerpo contra el escritorio.
—Ven —le dijo a Peter. El muchacho hizo caso a sus palabras y se acercó a él—. Arrodíllate —ordenó. El aludido se arrodilló en el suelo y esperó a que Anthony liberara su erección de su opresión. Sonrió satisfactoriamente al sentir su longitud rozando su rostro—. Lo extrañabas, ¿no es así? —Peter trató de asentir, succionando su glande con los labios—. Si eres un buen muchacho, te daré todo lo que quieras, ¿de acuerdo, Peter? —el aludido cerró los ojos rápidamente—. Creo que tomaré eso como un sí.
¿Cómo podía Anthony resistirse a los encantos de ese muchacho? Peter le había dejado lo suficientemente claro cuáles eran las verdaderas intenciones de sus sesiones esa noche lluviosa que llegó a su consultorio sin previo aviso, cerca de las cuatro de la madrugada,  cubierto de barro y empapado de pies a cabeza. “Tuve un pequeño accidente al salir de casa de un amigo”, le había dicho. Pero Anthony sabía que le estaba mintiendo.
Lo supo desde el momento en que le pidió ayuda para lavarse la espalda.
Supo que estaba cruzando un límite ético. Pero ese rostro, esa mirada, ¿quién podía resistírsele? Y la verdad es que Peter tampoco parecía pasarla mal en el instituto. Es más, le encantaba charlar con todos y cada uno de los demás pacientes, decir una cosa cada vez más exagerada de su vida, y por supuesto, el trato magnánimo que recibía de su doctor  favorito. Los dedos de Anthony se enredaban en sus enrulados cabellos. Se agachó para oler el aroma a acondicionador barato que emanaba de ellos. Mordió su cuello con fuerza, lo obligó a mantener su hombría dentro de sus hermosos labios por unos instantes hasta sentir que se estaba ahogando. Justo en ese momento lo retiró y miró al muchacho a los ojos. Su mirada estaba cargada de lujuria, su cuerpo deseoso de más. Oprimió con fuerza la prominente erección de Peter con la punta de su zapato. Él no pudo evitar lanzar un gemido de placer, de cara al techo. Anthony posó ambas palmas sobre sus mejillas de un color rojo tan parecido al fuego.
—Por favor —musitó Peter.
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, tóqueme, señor Stark.
—No, no lo haré —negó el hombre mirándolo directamente a los ojos. Lejos de no cumplir con su propósito, Peter volvió a ocupar su boca con la erección del hombre. Anthony no iba a quejarse. Ese era el fuerte de su paciente, y no terminaba con su labor hasta la hombría de Anthony estuviera flácida de nuevo. Mientras uno de sus pies se dedicaba a torturar la erección del menor, el otro lo obligaba a mantener la posición al empujar su espalda contra su cuerpo, acariciando su columna ocasionalmente. Lo adoraba demasiado como para dejarlo ir. Estaba seguro que nunca le daría el alta. Quizás sí lo ayudara con su problema de mitomanía, pero lo mantendría lo suficientemente al límite, cada día de su vida con tal de mantenerlo ahí, junto a él—. Buen chico —le dijo sintiendo cómo Peter exprimía hasta la última gota suya.
—Por favor —balbuceó el muchacho una vez más.
—Lame mi zapato. Lo ensuciaste —declaró el doctor, extendiéndole el pie que había estado torturándolo. Peter lamió el zapato con la misma vehemencia en que había venido haciéndolo con la masculinidad del hombre. Anthony se relamió los labios—. Ahora levántate —agregó. Peter hizo caso a sus palabras y trató de levantarse como pudo, ya que no contaba con el apoyo de sus manos para ayudarse. Finalmente fue Anthony quien lo levantó de un tirón y lo empujó contra el escritorio. Peter se retorció al sentir sus pantalones cayendo sobre sus pies—. ¿Vas a quedarte conmigo? —le susurró al oído mientras frotaba su erección sobre los muslos de Peter.
—Sí —gimió el menor.
—¿Hasta cuándo?
—Para siempre… Para siempre…

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